
Argentina elige el domingo a los que serán candidatos en octubre. Ni Massa con Grabois, ni el solitario Milei, corren ningún riesgo. Ambos estarán en la «final». La única decisión importante será la interna de JxC, y ahí está en juego, ni más ni menos, que la candidatura de la mayor fuerza opositora. El domingo se definirá si Patricia Bullrich u Horacio Rodriguez Larreta, encabezarán – con casi todas las chances de ganar,- el próximo gobierno del país.
Y el país, pasa por su peor momento económico. No sólo hemos perdido moneda, sino que en las arcas sólo quedan papeles de deuda, un déficit fiscal inaceptable, una inflación fuera de control, la balanza comercial negativa y sus resultados : Han sembrado al país de pobres e indigentes, y nos han sumido en una sensación de «sin salida» que impacta en los ánimos de todos.
Y hay algo ahí, que demanda nuestro compromiso: No puede no haber salida. No hay país posible, sin un camino de salida. El problema es cómo se va trazando esa salida, para impedir que todo sea ( porque puede ser) aún peor.
Y es precisamente ese el dilema: ¿ Qué camino elegimos y cómo elegimos transitarlo? Y a la hora de definir, el camino es tan importante como el modo en que elijamos hacerlo.
Todos los economistas del mundo que se asoman al «Caso Argentina» coinciden en que nuestros problemas, aunque se cuenten en dólares, tienen raíces políticas. Y la salida es, precisamente esa: Una salida política, que atraviese a todos los sectores responsables de haber llegado hasta acá, sin que el tiempo se evapore en nuevas y repetidas confrontaciones.
Todos coinciden en que los «números» del país son reversibles, si se acomodan las variables, y se le da un empujón a las exportaciones. Si conseguimos bajar el costo de nuestro funcionamiento, y recuperar la confianza en el exterior, que nos permita sino pedir, al menos conseguir mejores plazos y tasas para la deuda que tenemos. Pero necesitamos un plan político que permita trazarlo con la mayor paz social posible y las mejores señales de madurez. Y nunca la madurez, se alcanza desde la confrontación permanente, ni con gendarmes espantando a los que protestan.
La salida es únicamente política, y hay que advertir que no puede haber plan de shock mágico que modifique el rumbo a corto plazo. Y que solamente un enorme acuerdo político hará posible la salida. Y que quienes conduzcan ese proceso, tienen que tener, antes que nada, vocación de acuerdo.
Patricia Bullrich puede ser una gran Ministra. Incluso, pudo ser la candidata a la vicepresidencia que administrara las relaciones tensas en el senado, pero no presidente.
Su manifiesta intención de conducir al país por la vía de «la fuerza», su indisimulable propósito de gobernar con «unos» y no con los «otros», invita a prolongar una de las situaciones más trágicas de la Argentina: La maldita grieta que nos ha dividido, incluso, en cuestiones que nos deben unir.
La idea de que será «contra otros» y no «con los otros» advierte que el camino no sólo será una apuesta al todo o nada (confesó también), que nos asoma al peor precipicio. El país no necesita nuevos incendios, ni nuevas confrontaciones. Proponer el enfrentamiento es, al menos para quien escribe, repetir el mismo error del Kirchnerismo.
¿ Hay alguna reforma de fondo que el Kirchnerismo haya podido sacar a la fuerza en todos estos años? Y si lo consiguió… ¿ Cual fue el destino de esas reformas? La nada misma, porque si las decisiones de cambio, no cuentan con un gran respaldo, en Argentina, no funcionan.
Bullrich, que según las encuestas, tiene chance de ganar el domingo, será apenas un nuevo capitulo con destino de fracaso. Tanto como los últimos tres gobiernos peronistas kirchneristas, como el del propio Mauricio Macri.
Si al hastío social por las frustraciones acumuladas, le agregamos fuego, habrá explosiones. Y Nadie, desde la mínima sensatez, puede querer que el país tenga sangre y fuego, con la «eliminación del otro», como única salida.
El desafío es demasiado grande, como para ponerlo en disputa desde la confrontación. Hay que cambiar este país con urgencia, pero con acuerdos.
Entonces, la opción es Horacio Rodríguez Larreta. Con todos sus defectos, con todos los «pero» que pueda suscitar, y con los mismos problemas de «archivo» que tiene absolutamente todos los candidatos a la presidencia del país. ¿ Qué se puede decir de él, que no se pueda decir de la propia Bullrich y de Sergio Massa? Ahí, no existen varas morales que sirvan. Todos cometieron errores, todos tienen un pasado y todos, deben asumir sus contradicciones.
Pero Larreta, contrariamente a Bullrich, propone la única salida verdaderamente sana : la del acuerdo. La de la negociación. La de las reformas duras, pero acordadas. Y eso está presente en su gestión: Nadie le dirá al Jefe de Gobierno de CABA que haya sido autoritario, que no haya tenido claridad en la gestión de la ciudad, y que sus políticas generales, no respondan a un modelo de convivencia con el otro. Lo demostró en plena pandemia, y ante situaciones – como el confuso intento de homicidio a CFK- donde supo priorizar el bienestar general por sobre el daño al rival.
Si uno repasa sus declaraciones y sus propuestas, no hay tema en el que las definiciones sobre la economía no coincidan con las que la mayoría de los argentinos buscamos : Que el país equilibre sus cuentas, que se mejoren las reglas laborales para incentivar el empleo formal, que se empuje a la multiplicación de las exportaciones no sólo agropecuarias, y devolverle a las provincias, los recursos que este disparate de gasto permanente, sin ingresos genuinos, les ha quitado.
Nadie con chances de gobernar Argentina, puede creer que de lo que se trata es de seguir rompiendo. A eso nos conducen los candidatos emocionales, que creen que multiplicando el enojo conseguirán sumar voluntades, ignorando que ese enojo, será la daga que los degollará a ellos mismos, cuando las reformas que plantean, no cuenten con volumen ni musculo institucional.
Yo, como ciudadano angustiado por el futuro del pais que habito, y que todavía habitan mis hijas, creo que necesitamos otra oportunidad para el dialogo y los acuerdos. Con la menor cantidad de excluidos posibles. Con respeto por todos y cada uno de los argentinos que manifiestan su voluntad en las urnas. Y con un sagrado respeto por el sistema que hemos sabido cuidar, a pesar de todos los males, desde hace cuarenta años.
Justamente, a 40 años del reencuentro con la democracia, mal hariamos en apostar por soluciones que se sostienen sólo desde la «fuerza».
Es mi opinión, que vale como cualquiera. Y que tendrá en las urnas, tanto peso como el de otro ciudadano.
Necesitaba decirlo, porque lo que decidamos el domingo, decidirá el futuro del país. Y al menos yo, estoy harto de los gritos, las facturas y la culpa recurrente a los demás, mientras no avanzamos nunca, en nada.





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