Alguien me lo dijo ayer, en respuesta a una iniciativa que tuve en redes, buscando una salida urgente para los destinos del club de mis amores. Me ocurre casi a diario, con casi todo lo que digo o escribo. Hay gente que sigue recomendando «pasar por alto» a los problemas. Esquivarlos, aunque en ellos se juegue su propia suerte. O hacerse los desentendidos, aunque por dentro les queme.

¿Para qué opinás de Milei? ¿Para qué decís a quien vas a votar? ¿Para qué denuncias algunas cosas, si sabés que nadie va a decir nada? ¿Para qué molestas? ¿Para qué te molestás?

Lo dicen con tono de recomendación sanadora, con afecto paternal. Ignorando lo que están diciendo en el fondo: «No hay que hacer nada, hacete el sota»

Y a mi me cuesta hacerme el sota. Se me nota en el gesto, cuando algo me molesta. No suelo dormir bien, cuando noto que no estoy haciendo todo lo que se debe. Me arden los dilemas éticos y siempre, me pregunto qué se puede hacer, antes de que todo estalle por consecuencia de la física, la química y el efecto del paso del tiempo.

Cuando estalla todo,cuando se cuentan los cadaveres, cuando no queda nada en pie, es fácil hablar.Es el famoso diario del lunes.Y por lo menos a mi, no me gusta hablar con el diario del lunes, y me molestan los que esperan al lunes, para decir lo que debieron decir el sábado.

Es cierto, para eso hay que ser incorrectos.A veces, casi siempre, tengo esa costumbre: me involucro. Me salgo de las líneas de la comodidad y digo lo que pienso, sin preocuparme por las consecuencias. Y eso es «riesgoso», sobre todo para el que no entiende su propia importancia. Para el que no se valora del todo. Para el que cree que no se puede hacer nada, porque todo ya está hecho.

Yo no me «hago» problemas. Los problemas ya están ahí. Lo que hago, a veces, es hablar de ellos. Ponerlos sobre la mesa, y si no se explican, tratar de tirar del mantel. Sin locuras, sólo reclamando lo que nos corresponde. Aunque muchos, sentados en la misma mesa, se queden callados, prefieran mirar para otro lado, o simulen que no les importa, para quedarse en el rincón de las supuestas comodidades.

¿ Comodidades dije? No lo tengo muy claro en realidad. No entiendo cómo se puede estar cómodo en el malestar. Cómo se soporta la acumulación de broncas, sin reventar de ira. Sin gritar de furia.

¿ No les importa?

Es muy curioso. En los últimos años, he descubierto que muchos amigos, conocidos, compañeros, etc., sufren lo que yo sufrí hace algunos años: pánico, ansiedad, angustia e inestabilidades anímicas diversas. Todo termina siendo, siempre, una enorme insatisfacción con sus vidas.

Quieren más de lo que tienen. Tienen lo que otros querrían tener, pero para ellos es insuficiente. Permanecen donde no quieren estar. Se van de los lugares donde los valoran, porque quieren «estabilidad». Huyen de las decisiones. Prolongan conflictos bajo las sábanas del silencio. Dejan crecer monstruos internos que se van apoderando de ellos, por… ¿cobardía? ¿comodidad? ¿indiferencia?

No lo sé. Pero me molesta cuando me dicen «te hacés problemas» y hacen referencia a alguna actitud que pregona un compromiso que supera los límites del cuerpo o de los intereses personales. Y sospechan, claro. ¿ Para que se mete este tipo en esto? La respuesta más sencilla es «está loco», «no tiene paz», o la más chota de todas, la que más indigna es «debe estar buscando algo», que es habitual en quienes no mueven un dedo sin pensar en sus propios asuntos, pasando de los demás.

La pregunta en todo caso es: ¿ cómo se soporta la existencia si no lo están buscando? Si no protestan frente a los abusos, si no se rebelan frente a lo que los estorba, los irrita o los encajona en un rincón, con olor a penitencia.

Y ojo, no estoy hablando de actitudes heroicas ni mucho menos. Estoy hablando de mover un poco el avispero, de decir «ey, no puede ser» o sencillamente tratar de interrumpir algo que nos provoca bronca, nos molesta o nos genera indignación.

El «compromiso» social no necesita ser militancia, ni a la inversa. Nuestra propia naturaleza nos permitió cruzar dos habilidades únicas: el corazón y la mente. Salvo los chimpances, no hay otra raza animal que tenga esa suerte.

Se trata de jugar un poco con eso. De incomodar a los que abusan de sus lugares. Se trata de joder al que se las lleva de arriba, al que cree que te puede comprar. Al que te mantiene a raya con una suma de dinero, como si fueras un prostituto. Al que supone, equivocadamente, que todos somos iguales y nos merecemos el mismo trato. Y que nos bancamos las mismas reglas no escritas.

Y también, claro, de desacralizar y quitarle drama e importancia al otro. Que no nos venga con alzacuellos clericales, ni bandas cruzadas en el pecho, ni petos de armaduras, ni escudos protectores. Al final, los que reciben nuestras críticas, nuestras disconformidades y nuestros pataleos, tienen que bancarsela. Porque juegan con lo nuestro y nosotros tenemos derecho a reclamar.

Eso de quedarse a un costado, de bajar la voz y la cabeza; eso de camuflarse, de chismorrotear en lugar de denunciar, es un poco lo que todos ellos quieren.

Porque adoran el temor que producen. Les encanta vernos obligados a callarnos, o mirar al piso cuando ellos hablan y mienten, o directamente no hablan, cuando lo que les toca es dar explicaciones.

Así que no, no me busco problemas. Los problemas ya están ahí, y lo mejor que puede pasarnos frente a ellos, es resolverlos. No esquivarlos o esconderlos.

Los problemas, y las consecuencias de cómo se resuelven esos problemas, siempre pasan facturas que terminamos pagando todos. Nunca es barata, siempre es mucho más cara, cuando con el tiempo va devengando intereses. A nuestra cuenta, nunca a la de ellos.


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