
Escucho con atención a todos los analistas porteños. Se nota la desazón y la impotencia. La mayoría de los comunicadores «popes» de los prime time de las radios y la TV argentina- técnicamente de Buenos Aires- hablan de los resultados del domingo sin hacerse cargo de sus propias responsabilidades.
El «casi triunfo» de Sergio Massa los descolocó: una gran parte de la sociedad decidió no adherir la teoría de la explosión inminente, ni al discurso de la necesidad del exterminio del otro ni a la idea peligrosa de que el enemigo principal de los argentinos era «el Estado».
Hay un dato curioso en el discurso de los «analistas». Todos ellos, casi todos, se admiten como «ciudadanos salvados». Ellos dicen, sin muchas metáforas, que «comen bien, que viajan cuando quieren y que al final, ningún presidente ni gobierno les cambiará la vida». Y sin embargo han sido los principales voceros de la necesidad del estallido inminente.
Hay un dato allí que no puede seguir excluyéndose de ningún análisis: los que promueven el estallido o el cambio feroz, están casi todos «salvados», no corren riesgos graves de supervivencia, ni dependen de la existencia del estado para poder subsistir. ¿ Se entiende?
Desde la poltrona es fácil, siempre. Desde la necesidad, las cosas se ven de otra manera.
Hay un montón de cosas que los analistas dicen que son ciertas. Pero no por ciertas , sencillas de resolver. Mucho menos si esas soluciones se pretenden desde un incendio mayor.
Es cierto que el país perdió un basamento cultural de conciencia del trabajo.
Es cierto, claro, que la abandonada educación pública va dejando rastros peligrosos de desintegración social.
Es cierto, que el Estado, lejos de funcionar como un articulador de las fuerzas del trabajo y el inmenso potencial subterráneo del país, a veces parece una empresa de empleos para los amigos.
Y es cierto, que la mayoría de la «casta» política, vive al margen de la realidad de las mayorías.
¿ Pero es suficiente para tirar una bomba y desintegrar lo poco que aún nos integra? La respuesta quedó clara: No. No hay un pueblo decidido al suicidio colectivo. Ni tampoco valida la teoria del «Sindrome de Estocolmo» masivo.
Hay una parte del pueblo, claro, furiosa con el kirchnerismo, si. Y otra, harta en general de «la política». Y no creo que queden dudas de eso. Al menos deberían tomar nota ( para la próxima) los responsables de la conducción de JxC, si es que sobrevive al desastre electoral. Se olvidaron de proponer salidas razonables. Apartaron de sus discursos la amabilidad, y especialmente, la idea de compartir con los otros – con los que piensan diferente- una salida. Todo fue artillería y «anti kirchnerismo». Nunca entendieron que con el enojo sólo no alcanzaba.
Massa ganó, porque en estos dos meses fue el único que habló del futuro con algo de entusiasmo, sin poner como condición para el futuro, pisarle la cabeza al otro.
A la oposición argentina le sobró bronca y le faltaron ideas y propuestas. Nunca generaron ilusión.
Ya no alcanza con «juntarnos para ganarle al otro», si no se expresa con claridad cómo van a hacer después para gobernar. Y Patricia Bullrich, por ejemplo, nunca explicó ofreció otros motivos que «acabar con el kirchnerismo». En los momentos claves, tuvo dificultades para explicar lo único que le importa al argentino medio: Cómo vas a hacer, qué medidas tengo que esperar de vos.
La mayoría, no dudo, comparte con Bullrich la idea de enfrentar a los «gordos», de perseguir al delito, de convertir en hechos eso de que «quien las hace, las paga». Pero cualquiera que lo promete, debe estar en condiciones de convencer a los no convencidos. Y Bullrich, estuvo muy lejos de hacerlo.
¿ Por qué se estancó Milei? Porque no deja de ser espuma de odio. No deja de ser un mero síntoma de la bronca masiva. Y ese es su límite: las cuentas no le dan porque no representa una alternativa «normal», sino una simple reacción, con modos peligrosamente anormales:¿Que es lo normal? le pregunté el otro día a un amigo y sonriendo me respondió: «todos entendemos lo que es mas o menos normal o no, no hace falta ser un intelectual ni ser psicoanalista… y para elegir un presidente, salvo que estemos delirando, la mayoría quiere a alguien normal»
Y Milei no es normal. Ni propone cosas normales. Entonces es razonable que el 70% de los argentinos le diga que NO. Vaya mensaje de salud mental colectiva.
Nada de lo que nos ocurre es bueno. No hay ningún motivo para ser optimistas en lo inmediato, ninguno. La diferencia con otros procesos parecidos de desencanto, es que todos o casi todos sabemos que estamos al borde del incendio y la explosión. Y que necesitamos más bomberos que incendiarios.
Lo del domingo, no fue el triunfo del «aparato» del peronismo. Probablemente muchos de los males del peronismo se vean beneficiados con este triunfo, pero queda claro que los votos son prestados y que genuinamente, han hecho la peor elección presidencial de la historia. No es que ganaron. No perdieron, que no es lo mismo. Aunque suene a épico el 36 %.
No es tan difícil de explicar por qué ganó Massa, aunque muchos prefieran no verlo: ganó, obtuvo la primera minoría, tiene chances ( grandes chances) de ser el proximo presidente, porque – además de contar con la suculencia de los recursos estatales durante la campaña- fue el único que propuso algo.
La derrota de Bullrich se coció en la interna. Castigó a Larreta como si fuera un enemigo. Y Macri, feliz, la acompañó y la alentó.
La casi derrota de Milei, se coció en estas semanas. Cuando se encargó de alejar de él a todo aquello que podía sumarle en una segunda vuelta. El «genio» creyó que habia ganado, y al igual que JxC, eligió la fusta y el escarnio para el adversario, era «La Casta» o él. Y aunque terminó abrazado a lo peor de la casta, como Luis Barrionuevo, insistió con ideas preestatales, que no tienen aplicación en ningún lugar del mundo.
Con Juan Schiaretti, Massa fue el único que habló de política durante la campaña. De políticas públicas y de las expectativas a futuro. Los demás dejaron el 90 % de la energía en agredir, en descalificar, en maltratar, en acusar de asesinos, pone bombas, fracasados, viejos meados y cosas por el estilo, a todos aquellos que no estuvieran convencidos de votar por lo que ellos venian a «no proponer».
Se engañan los que creen que el camino es la confrontación. Del mismo modo que se engañan los que siguen creyendo que el debate del pasado importa. Del mismo modo que se engañan los que generalizan, los que ponen a todos en una bolsa y advierten que necesitamos un apocalipsis, para volver a nacer y ser felices otra vez. Se acabó el tiempo de la rabia, la gente pide a gritos soluciones.
Lo que ganó el domingo, fue la moderación. Esa que tanto le costó a Larreta, que le faltó a Bullrich y que no existe en Milei.
Que gane la moderación, es razonable. Y por cierto, sorprendente.
Lo que queda, se verá, es la oportunidad de hacer por una vez y hasta que podamos darnos el lujo de dividirnos por banalidades, es la sensación de que hay que hacer un acuerdo nacional urgente.
Ayer nació un nuevo liderazgo desde el peronismo. Y como se sabe, en el peronismo cuando manda uno, los otros dejan de mandar . Es el final del kirchnerismo, no caben dudas. Si gana en noviembre, Sergio Massa convertirá al peronismo en «Massismo», y habrá que ver cuales serán las caracteristicas que adoptará su nuevo cambio, otro más.
Lo que viene es una decisión que para mucho es indigerible: Massa o Milei.
Y cualquiera que sea el resultado, dependerá exclusivamente de sus capacidades para sumar, no para dividir. Massa allí, corre con mucha ventaja.
Al final, lo decidirá la gente.




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