El resultado de las generales puso al país en un estado de debate inédito: Los dos «finalistas» generan un fuerte rechazo. Los que perdimos, si, somos muchos y cumplimos en tres o cuatro ocasiones durante el año, nuestras obligaciones democráticas. Ahora nos piden que hagamos lo que no tenemos ganas de hacer y esgrimimos un derecho que aunque no resulte muy prestigioso, no deja de tener un valor: Si no queremos votar a ninguno de los dos, no tenemos obligación de votar a ninguno de los dos ¿se entiende?

Ahora aparecen los maestros de Educación cívica de segundo año a explicarnos el derecho y ¡ nuestra obligación! de votar, y encima te bajan linea moral y te explican, metiendo miedo, que si no votás lo que ellos dicen que hay que votar, viene el cuco.

La verdad es que ya estamos grandes, que el entrenamiento democrático alcanza para conocer nuestro estado físico y mental, y que estamos en condiciones de hacer las cosas por nuestra cuenta, sin tutores ni guias.

Los argentinos tenemos derecho a votar, claro. Y tenemos la obligación-bastante descuidada, por cierto -de ir a votar. Pero en ningún lugar de nuestra constitución dice que tenemos obligación de votar por alguien. De hecho, en las últimas veinte elecciones, y de manera sostenida, el voto en blanco ha ido creciendo sin detenimiento. ¿ Sabrán eso los guardianes de la moral no abstencionista?

A diferencia de lo que ocurre en las elecciones «normales», donde el voto en blanco se cuenta dentro de los que conocemos como «votos válidos emitidos» y forman parte del universo de votos que cuentan para determinar los porcentajes de cada candidato en el escrutinio, en el Balotaje no. O sea: votar en blanco supone un beneficio para las primeras minorías en las elecciones donde se definen porcentajes «clasificatorios» para otras instancias ( PASO, por ejemplo) o que determinan distribución de bancas, no en cambio para decidir quien gane la elección entre dos candidatos: Allí gana simplemente el que saca más votos. Aunque sea un voto. O sea, votar en blanco no le suma ni le resta a nadie.

Entonces, entrampados entre la confusión legal, las especulaciones sectoriales que predican el presunto valor positivo o negativo de los votos en blanco, y la orfandad de opciones que nos identifiquen, buena parte de los argentinos vivimos la previa del 19 de noviembre con culpa. Y si, con ganas de huir lo más lejos posible de las urnas, mucho más allá de los presuntos 500 kilómetros que nos liberan de esa obligación, y echarnos a leer un buen libro con los auriculares puestos, mientras ellos siguen en esta batalla de exterminio de la palabra empeñada.

¿ Por que razón voy a votar a quien no voté dos veces? ¿ Porque el otro puede ser peor?

Vaya razonamiento: miedo e ignorancia. Meternos miedo , decirnos que vamos a ser Venezuela, decirnos que viene Hitler, es subestimarnos. Decirnos que si seguimos en manos de estos tipos va a explotar todo, mientras vas alentando el «que explote todo», cómo si en ese deseo se escondiera algún buen augurio para el futuro, es una descriptiva manera de quedar desnudos.

En mi caso, y estoy seguro que somos muchos los que estamos en la misma situación, no tengo – por ahora- la voluntad de votar por ninguno de los dos candidatos que quedaron en pie. Y mi voto, en principio ( con bastantes chances de no cambiar en lo que resta del camino), será en blanco.

¿ Tengo que argumentar? Argumento.

Este gobierno, el que conduce Massa, me generó consecuencias económicas personales y familiares desastrosas. Pero si ese fuera el precio a pagar por vivir en una sociedad justa, lo aceptaría.

Sin embargo no fue así: La gestión de Alberto, terminada con todo el poder en manos del propio Massa, provocó una profundización de la pobreza estructural, un descalabro mayor de la economía, y si, un despilfarro de recursos públicos destinados a contener a «los votantes» sin contemplar los efectos sobre los ciudadanos, las pequeñas y medianas empresas, la educación pública y la seguridad.

Votar a Massa, en mi caso, implicaría premiar a quienes no han demostrado tener capacidades para mejorar las condiciones de vida de los argentinos. ¿ Podrán hacerlo ahora? No lo sé, no tengo ninguna esperanza de que así sea, y las condiciones objetivas de la macroeconomía, no ofrecen expectativas positivas ni a corto ni a mediano plazo.

Massa es, además, Massa. Un dirigente con historia zigzagueante, que nunca termina de definir su lugar en el mapa político: HOY, para los militantes más extremos del peronismo es Churchill, pero hace apenas seis meses representaba a los «Cipayos de la embajada de los EEUU».

Solo Massa sabe lo que es Massa y lo que imagina para su futuro en el caso de ser presidente. Su capacidad para transformarse en una cosa u otra, lo ha erigido en un Zelig sin disimulo, y lo que vaya a convertirse su eventual presidencia, es imponderable.

No creo que Massa sea «el kirchnerismo». El peronismo respeta sin tabúes la verticalidad del liderazgo. Sólo un hombre sin ningún talento ni timing, como Alberto Fernandez, puede dejarse llevar puesto por otros factores endógenos partidarios, habiendo partido de un nivel de respaldo casi absoluto. Si Massa gana, será el jefe. Y por eso, en el propio Kirchnerismo despierta preocupaciones un posible triunfo del tigrense: Quieran o no, si Massa es presidente, tendrá el poder que el peronismo le otorga a los ganadores.

Por todo eso, no quiero votar a Massa. No me dan ganas de votar por Massa. Pero tengo claro una cosa que es sagrada: si la mayoría de los argentinos que vayan a votar lo eligen, habrá que respetarlo y apoyarlo como se debe hacer con todos los presidentes

Pero… Menos puedo votar a Milei.

Del otro lado, está Javier Milei. Un hombre que además de representar valores peligrosos para la propia esencia democrática del país, no parece tener un nivel de equilibrio emocional ni mental adecuado para gobernar un país. Mucho menos un país como Argentina, que tiene más problemas que soluciones a la vista.

Milei es, contra sus pretensiones, un economista mediocre, sin ningún prestigio internacional ni historia laboral privada que nos permita medirlo desde los resultados.

Salvo su explícita condición de asesor de Eduardo Eurnekian – uno de los múltiples dueños del Grupo América – que lo recomendaba a los conductores de televisión «por su modo entretenido de comunicar», su carrera es desconocida o peor: las que conocimos, como su apoyo a empresas financieras basadas en estafas piramidales.

Su campaña exitosa se basó en poner bajo la lupa a «la casta», una figura que le permitió acumular adhesiones basadas sólo en la rabia contra la política, para luego arremeter con ideas pre-estatales. Milei dice que el Estado es «el enemigo» y asegura que el libre mercado será, con ejemplos del siglo XVIII, el encargado de equilibrar los asuntos sociales.

¿ De verdad un tipo que dice que el Estado es el enemigo, cree que a los millones de tipos que tuvimos acceso al futuro, precisamente gracias al Estado, nos parece una buena idea?

Milei, sin ninguna experiencia laboral importante, sin contacto con el funcionamiento del Estado, y con ideas que promueven el «sálvese quien pueda», además tiene manifiestos problemas emocionales.

Su candidata a vicepresidenta vino a la política, si, a reivindicar el terrorismo de Estado. Otros colaboradores, prefieren proponer la privatización del océano, promover la paternidad optativa – es decir, que haya padres biológicos que decidan no asumir su responsabilidad frente al niño, o dislates peores, como la legalización de la venta voluntaria de órganos o privatizar las calles de las ciudades.

Pero soy de la generación que recibió la recuperación de la democracia como un valor sagrado, y no puedo votar a quien relativiza eso, ni pone en dudas el valor de la educación y la salud pública. Menos a su vice, que directamente reivindica a la dictadura militar.

A eso hay que agregarle el «asuntito psíquico-emocional»: Seamos sinceros… ¿Vos le dejarías tus hijos al cuidado de Milei, por unas pocas horas?

Con ese umbral tan bajo de tolerancia a las preguntas y los cuestionamientos: ¿ Cómo podría gobernar un hombre que no soporta una crítica, por ejemplo, ante una movilización popular frente a Casa Rosada?

La garantía, encima, parece estar en manos de Mauricio Macri. un hombre que no trepidó en destruir a la coalición que formó, incentivando una interna destructiva entre Rodríguez Larreta y Bullrich, para después borrarse durante la campaña, haciéndole guiños de amor tramposo a Milei.

Macri es por encima de todas las cosas, la representación más clara de lo que Milei dice que es «La Casta», y ahora, se arrodilló, humillado, en clara rendición, para que sea el propio Macri, el que le ordene el discurso, la campaña y seguramente los espacios más importantes de un eventual gobierno.

Macri es Macri, ya lo sabemos. Y de Milei, no podemos esperar mucho más que su rabia y sus intentos por aplicar medidas pre-estatales, que advierten un escenario más incendiario que el actual.

¿ Por qué entonces hay obligación de votar por alguno de los dos en el Balotaje?

Poner sobre la mesa las ideas de que se trata de votar a Milei para «liquidar al kirchnerismo» o que votar por Massa implica liquidar «a la derecha neoliberal», es lo mismo que decirnos «guarda con el cuco». Sea quien sea el próximo presidente, tendrá que convivir y pactar con otros sectores para poder gobernar.

Gane quien gane, si respeta la Constitución y entiende los condicionamientos que la propia sociedad le impuso con las minorías parlamentarias, tendrá la obligación de negociar con los otros sectores políticos para poder avanzar en las reformas que pretendan.

Milei no podrá «quemar» el BCRA sin acuerdos con la oposición, ni Massa podrá imponer «chavismo» como asustan los opositores, sin un pacto con las fuerzas políticas no peronistas.

Si la democracia se pusiera en peligro, las minorías parlamentarias deberían alcanza para evitar cualquier abuso presidencial. Y si no alcanzan, siempre nos quedarán las calles.

Esta elección, como todas, es apenas una más en medio de tantas otras. Habrá en el futuro, otras, que posiblemente cuenten con una expresión que nos incluya.

Mientras tanto, habrá que entender que en política es tan importante quienes gobiernan como quienes pueden ponerle equilibrio a esos gobiernos, sin impedirles gobernar.

No tenemos obligación de votar por quien no nos representa. Que lo hagan los convencidos, los que han peleado para que sus expresiones terminen teniendo chances de llegar a la presidencia, o quienes están superados por el odio antes que por la razón, que ya es un asunto de diván.

Nosotros, tenemos derecho a votar por alguno de los dos, podemos votar en blanco o elegir no ir a votar.

En cualquiera de los casos, será también una expresión política. Que tendrá un valor, que podrá ser leído por los analistas, y que seguramente dará visibilidad a quienes fracasamos, metidos en coaliciones que no alcanzaron a sumar los votos necesarios, o se diluyeron en sus propias contradicciones y egos.


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