
«Mal tiempo para votar» con esa frase José Saramago comenzaba una de sus últimas novelas en 2003. Una historia de ficción llamada «Ensayo sobre la lucidez», la continuación de su Ensayo sobre la ceguera . La historia de los ciudadanos del país sin nombre donde sucede la acción no confiaban en los candidatos de los partidos de izquierdas, derechas o del partido del medio, como irónicamente denomina a quienes se (o nos) reivindican (mos) equidistantes o simplemente tibios.
Los ciudadanos de la novela, seguramente portugueses y de Lisboa, resolvían votar masivamente en blanco, sin ninguna organización mediante. Sin necesidad de montar una conspiración. El 70 % de los ciudadanos simplemente votan en blanco, y a medida que se repiten las elecciones, crece ese porcentaje, dejando en evidencia la ausencia de representatividad de toda su clase dirigente.
El triunfo de Milei, se parece mucho a ese libro. A esa brutal metáfora de la democracia, en la que los ciudadanos terminan eligiendo a un «outsider» nacido en los medios de comunicación, que representa antes que nada, mucho antes que sus principios «liberales libertarios», la idea de la ausencia definitiva de identificación de los argentinos por alguna de las expresiones tradicionales.
«¿Dónde está, en este sitio y en este otro, la democracia, que es gobierno del pueblo para el pueblo? ¿Se valora el concepto de ciudadanía o manda el negocio? ¿Se está preparando un mundo para consumidores y quien no tenga capacidad para consumir será marginalizado definitivamente? ¿Dónde están los valores del humanismo que se presentaron como salvadores? ¿Qué quedó de la idea de progreso, que era envolvente y universal? ¿Será que la ceguera persiste? «Con estas preguntas, unos años después, Saramago se sentaba en su computadora de su casa de Lanzarote, horrorizado por la realidad política de la mayoría de los paises que había visitado en su gira de despedida por América Latina, África y también Europa.
Lo que «representa Milei» está lejos de ser lo que el vencido imaginario progresista argentino denomina «el fin del pacto democrático», pero también está lejos de ser su opuesto. Los argentinos, la inmensa mayoría de los argentinos que conformaron el 56% de votos finales para la novedosa y disruptiva figura despeinada y gritona, no reclamaban lo que la «casta» política creía que reclamaban. Al final, la profecía se cumple: «La política» quedó desnuda frente a la sociedad que no recibió soluciones.
Los que insisten en creer que detrás de Milei hubo una conspiración » de la derecha autoritaria», han perdido de vista las urgencias, las carencias y las indisposiciones constantes de las mayorías.
En el espíritu honestamente cínico de José Saramago estaba su cruda mirada del mundo, de las voces humanas, los reclamos y también las aspiraciones de cambio, tantas veces expresadas en manifestaciones que desbordaban los códigos establecidos, pero que no alcanzaban ya para dar respuestas.
Entonces escribe y cuenta una historia de sublevación cívica, de voto de disconformidad y de exigencia de otras políticas. Y ya no distingue entre izquierdas y derechas, justo él; y ya no teme en poner en ridículo a la «institucionalidad» democrática, que vaciada de contenido, ya no representa nada para quienes están obligados a ir a votar.
La derecha, que gobierna aquel pais imaginario, insiste en remarcar la necesidad del «orden», ese mismo que no fue capaz de concretar durante su corrupto gobierno; los moderados de centro, insisten en poner moderados reclamos sobre la corrupción pero participan de ella y la izquierda, se autoproclama salvadora del país y de las mayorías, mientras no alcanza a representar al 2% del electorado. ¿ Les suena?
Hay choques de poderes en ese libro: el poder ciudadano y el poder institucional. Se cuentan las interpretaciones que hacen los políticos de todas las fuerzas sobre el «fenómeno» del voto en blanco, hay muchos jóvenes que preguntan quién ha sido y si, como en cada libro de Saramago, la realidad está representada desde la inapelable poética. En una escena dantesca, nadie se explica cómo, tras fracasar en el intento de explicar lo ocurrido, las luces de las principales avenidas de la capital, se encienden cuando el poder quiere ampararse en la oscuridad o también, el insoportable silencio de la multitud ensordece a los dirigentes encerrados en la sede de la presidencia y los obliga a huir y abandonar la ciudad, pensando que es una manera de castigarlos.
Ese libro, hoy, 20 años después, explica con claridad cómo una sociedad decide prescindir de sus dirigentes políticos. De cómo la democracia, puede sucumbir no ya ante su enemigo tradicional, el autoritarismo, sino frente a una sociedad que no se siente representada por ella, o por sus dirigentes, que son quienes han dado contenido inútil a sus políticas. Sino hay soluciones para las mayorías, es normal que esas mayorías dejen de creer en ellos como la solución.
Durante toda la campaña electoral, hemos asistido a debates falsos. Ninguno de los candidatos que representaban a las «grandes minorías tradicionales»- el PJ, JxC y las débiles expresiones de Schiaretti y la ortodoxa izquierda- habló sinceramente de la realidad cotidiana de los votantes. Entre la desbocada economía que empobrece día a día a quienes todavía no son pobres, y el crecimiento voraz de la violencia y el delito en los centros urbanos, los dirigentes siguieron hablando de lo suyo: las internas, las descalificaciones entre ellos, las acusaciones graves que después se transforman en abrazos cálidos entre acusados y acusadores por conveniencia , la secuencia interminable de impunidad general que siempre se pone al servicio de quienes son el poder, de quienes ocultan detrás de fantasías como el «lawfare» su imposibilidad de explicar «el blanco», o la insoportable confortabilidad de la corrupción grosera de funcionarios tomando champagne en barcos de millonarios narcos en Marbella, mientras sus gobernados no saben cómo llegar a fin de mes.
¿ De verdad creyeron que alcanzaba con decir que «la democracia estaba en peligro? ¿ De verdad estaban convencidos que traer a la mesa cotidiana de los recuerdos de la muerte de la dictadura y la guerra de Malvinas, podía torcer la voluntad de las mayorías hastiadas?
Durante los últimos 20 años, los argentinos fueron testigos de un festival de «buenas intenciones», que ocultaron la gravedad de nuestros problemas estructurales, mientras maquillaba el bienestar con derechos que no por indispensables y genuinos, alcanzan para vivir en un pais mejor.
Que el Kirchnerismo haya «cooptado» a las organizaciones de DDHH, lejos de fortalecerlas , las convirtió en causas sectoriales, ajenas a quienes no compartian sus gobiernos, que se convirtieron en símbolos de la desigualdad. Crease o no: las victimas se convirtieron en privilegiados para las mayorías.
Que tengamos una ley de matrimonio igualitario, que hayamos dado solución a la identidad de miles de personas LGTBI, no significó nunca que le estuvieran dando soluciones a los sectores mayoritarios que no sufrían discriminaciones, pero se empobrecían cada día más. Fuimos ejemplo mundial en incluir a esos sectores, y a la vez, ejemplos en excluir a milones de niños a la pobreza, y con ella, los entregamos a las fauces del narcotráfico que se apoderó de sus barrios y sus infancias.
El sindicalismo, acompañó silenciosamente este proceso de agudización de las pobrezas, mientras nos acostumbramos a ver dirigentes sindicales multimillonarios, sin que ninguno de ellos esté obligado a dar explicaciones por sus patrimonios imposibles para un simple obrero.
Seleccionamos los horrores por los que debíamos horrorizarnos, y los que no. Ante un mismo crimen, dependiendo de quienes hayan sido responsables del mismo, protestábamos o no. Ahí está Santiago Maldonado en las insistentes remeras de la militancia Kirchnerista, mientras nadie recuerda a Facundo Astudillo Castro, efectivamente desaparecido y asesinado por al policía de Buenos Aires de Axel Kicillof.
Naturalizamos la diferencia entre los derechos de ellos y los de los otros.
Y la «Fiesta de Olivos», en pleno encierro obligatorio, significó un quiebre simbólico definitivo : Mientras todos estábamos vedados de ver a los familiares que morian en la soledad de los hospitales y sanatorios, mientras la policía detenía en Tucumán a una nena con cáncer por razones sanitarias, el presidente y la primera dama organizaban una fiesta sin distanciamiento. ¿ Cómo fue que no renunció? ¿ Cómo fue que la dirigencia política, oficialista y opositora, no entendieron que en esa foto dolorosa, se quebraba definitivamente un pacto de confianza?
La política, la dirigencia política, siguió en sus rutinas, sin detenerse a pensar en ese «quiebre»: La gente se sintió, se siente, afuera de esa confortabilidad que suele estar protegida por salarios muy diferentes a los que tienen los que sobreviven. Ser dirigente, representar a las mayorías, requiere de una cosa elemental: saber qué les pasa a esas mayorías. Y eso, hace mucho tiempo que le dejó de pasar a la clase política argentina. Y eso, se votó ayer.
Las agendas de los ciudadanos comunes está plagada de problemas menores, de asuntos chiquitos, que son la consecuencia de la falta de políticas grandes. Que no tengamos abastecimiento de gas y combustible líquido en Argentina, sólo puede ser la consecuencia de la inacción. 17 años demoraron en hacer un caño, grandilocuentemente llamado gasoducto, mientras se peleaban para ver que empresa amiga de quien la iba a hacer.
Sufrimos la peor sequía de la historia y la pagó la producción agropecuaria, mientras nuestro CONICET, producía una semilla trasngénica contra la sequía, que seguimos sin producir, porque no nos ponemos de acuerdo entre «los progresistas», mientras Brasil y Uruguay empiezan a usarla como si la hubieran creado ellos.
Tenemos decenas de millones de pobres en un país que en su subsuelo tiene una inmensa riqueza. Como en Costa de Marfil, claro, sin necesidad de llegar a serlo.
Milei es el triunfo de la lucidez de un pueblo, no lo contrario. Es el triunfo de la rebeldía social. Y que sea una figura de «la derecha», es la consecuencia exclusiva de los fracasos progresistas durante los últimos 20 años.
Se equivocan los dirigentes y los militantes que señalan a los votantes como culpables de esta situación. No son ellos los responsables de haberlos dejado fuera de la representatividad que ofrece el Estado y la política.
Los resultados electorales, diseccionados, demuestran una clara distinción del votante: En mi provincia eligieron intendentes de un partido, gobernador de otro, y a Milei como presidente. Distribuyeron responsablemente las representaciones parlamentarias, para no otorgar poder absoluto al nuevo presidente.
Esa vacuidad que llamamos «la gente» parece tener muy claro lo que quiere, o al menos, como supo cantar Luca Prodan, lo que no quiere.
Esa capacidad de distinción, expresa además, que no hay riesgos para la democracia, siempre y cuando dejemos de vaciarla de contenido. Los Milei del mundo, son la consecuencia del vaciamiento, de la necedad y la estupidez de una dirigencia que sigue pensando en sus necesidades y sus cargos, por encima de sus obligaciones.
La capacidad que tengamos en regenerar, todos, a una clase política centrada en las soluciones de los problemas, en mejorarle la vida a sus gobernados, será la garantía de la continuidad democrática.
Volviendo a Saramago y al Ensayo sobre la Lucidez: En aquel libro, el portugués prefirió usar el voto en blanco como «advertencia» de lo que podía ocurrir en el futuro. Puso en esas páginas, las contradicciones y las debilidades del sistema y la necesidad de intervención de los ciudadanos para que el sistema no los aplaste, y no se auto devore. El voto en blanco, ayer, fue el voto a un tal Javier Milei. Lo que el piense importa poco, porque será esa misma sociedad que lo eligió, la que le impondrá los limites.
Muchos leemos con tristeza esos resultados, es claramente un retroceso, pero no podemos ignorarlos ni mucho menos negarlos. La mayoría de los argentinos, ya habían dado señales en las elecciones anteriores, y no los escucharon . Ayer le metieron un puñetazo en la mesa a los que – en sus burbujas místicas o en sus apoltronadas bancas- no terminan de entender lo que les pasa.
Hay valores que se fueron descuidando mucho, demasiado, en nombre de otros valores, también importantes, pero que representan a un puñado.
La democracia no está en peligro, sino la política. Y no es culpa de los votantes. Ellos, iluminaron el camino de salida. Lo que venga, será también la consecuencia de lo que vayamos a hacer con esto.
Si algunos militantes y dirigentes creen que será repitiendo la fórmula que fracasó , no entendieron nada. Y si no se entiende lo que pasa, seria mejor que se dedicaran a hacer otra cosa.





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