Antes que nada, y por las dudas: Me opongo enfáticamente al megaDNU que emitió el presidente, si, el presidente Javier Milei. Lo considero un atropello a la división de poderes, libera aspectos de la economía que (creo) no deben liberarse y también creo, que denota un peligroso direccionamiento de los recursos naturales públicos, al servicio de intereses empresariales, y en perjuicio de los sectores asalariados.
Dicho esto, también tengo que decir: Milei no es un idiota, ni quienes lo rodean comen vidrio. No toman una decisión como esa, sin conocer el nivel de agua ni la profundidad de la pileta. El gobierno sabe perfectamente a quienes favorece, a quienes perjudica y también, cuales son los niveles de respaldo social que tiene.
Y aquí , cabe una primera pregunta: ¿ Las nuevas mayorías electorales argentinas, le dan el mismo valor a ese DNU, que le damos los miembros de la «clase media politizada e ilustrada» que pululamos en los medios de comunicación, las redes sociales y la militancia tradicional?
La respuesta es, dolorosamente, NO.
Del mismo modo que nos equivocamos durante la campaña electoral, creyendo que las provocaciones verbales de Milei con el mercado de órganos libres, Villarruel con la reivindicación de las figuras de la dictadura militar, Benegas Lynch con el Vaticano, Lilia Lemoine sobre la «paternidad optativa» y decenas de planteos absurdos, generaban enojo sobre las mayorías de la población.
Los resultados del Balotaje lo evidenciaron. No pesaron, no jugaron ningún papel trascendental, ni influyeron en la decisión del 56 % de los argentinos que votaron por el candidato libertario.
¿ Por qué? Porque la «democracia argentina»- esa ilusoria y sagrada maquinaria institucional- ha acumulado en las mayorías de los argentinos , desde 1983 hasta la fecha, una enorme defraudación, que se traduce en dos aspectos palpables de manera cotidiana: «La gente» se ha empobrecido día a día, mes a mes, año tras año; y la violencia, organizada o no, les ha quitado la calle.
Desde el progresismo, un lugar con el que siempre me sentí identificado pero en el que cada día tengo menor comodidad, nunca entendimos la centralidad de esos asuntos a la hora de afrontar la batalla cultural y electoral, presumiendo que el resto de la sociedad sigue hablando de los asuntos que nos ocupan la mayor parte de nuestro tiempo: los debates ideológicos menores, la pelea por los nuevos derechos y la idea de que la consolidación de los valores democráticos, van sólo de la mano de los recuerdos de la dictadura y no desde los logros de la democracia en lo cotidiano.
En un país donde muchos millones no acceden a lo elemental, creer que la agenda progresista tiene importancia en la discusión de las mayorías, hoy, es un disparate. Tan grande como creer que el DNU de Milei será enterrado por la voluntad de las primeras minorías legislativas o algún fallo judicial.
El gran problema al que nos enfrentamos hoy los argentinos, excede incluso el dramatismo de la crisis económica: Hoy nos enfrentamos a la puesta en dudas del sistema mismo, que será volado por las nubes, si no se atienden con urgencia los cambios que demanda la sociedad.
Y esos cambios, no son los que creemos los que estamos bien alimentados, leemos dos libros por mes, nos peleamos en Twitter con los que piensan distinto, y nos quejamos por el aumento de la fruta y las prepagas.
No. Esos cambios, están vinculados a la reinstauración de la sensación de orden y justicia, que el progresismo abandonó de manera sistémica, ya sea protegiendo a una caterva de dirigentes corruptos que ni siquiera se cuidan de mostrar sus lujos financiados con lo público; ya sea, poniendo el esfuerzo en asuntos que no eran los que las mayorías estaban demandando: No bajaron la inflación, no redujeron la violencia, no protegieron el ciclo lectivo en las escuelas públicas, ni jerarquizaron los servicios públicos. Todo al revés, mientras perdieron el tiempo debatiendo sobre una falsa grieta que generó el peor daño que podía generar: que las mayorías ya no crean en la democracia.
¿ Un ejemplo? El senado nacional. Mientras la población se empobrecía con la inflación y la pérdida del poder adquisitivo, ellos sesionaron TRES VECES, durante 2023. Y discutían si había que hacerle o no juicio político a la corte suprema, para salvarle los escollos judiciales a la vicepresidenta.
¿ Cómo creemos posible que las mayorías crean más en el peso del senado, que en la decisión arbitraria y monárquica de un presidente que lleva diez días en el poder y les recuerda esa «fiesta de la casta», cada dos palabras?
Perdimos. La democracia está en riesgo, no porque un tal Milei se la quiere llevar puesta, sino porque quienes tuvieron la responsabilidad en los últimos veinte años, se encargaron de transmitirle a las mayorías, que para ellos, la democracia no sirve para nada. Ni para educar, ni para comer, ni para sanar.
Si el congreso rechaza el DNU de Milei, el escenario puede ser aún más peligroso: Que Milei se victimice, que señale con el dedo a «los mismos de siempre» y convoque, por ejemplo, a un plebiscito para sancionar ese DNU, y un montón de cosas más que están muy lejos de ser aprobadas por las cámaras legislativas.
Y ahí te quiero ver.
La decadencia del sistema democrático nos demanda hoy, una mayor lucidez que la sostenida a lo largo de estos años. Hay que abandonar la idea de que los limites los imponen las instituciones, y aceptar que los impone la gente. Y que lo urgente es devolverle a la sociedad algún reflejo de identidad con el sistema. No será con marchas de los «gordos» de la CGT, ni con movimientos piqueteros que tiren piedras, ni con bajadas de linea en la radio, hablándoles a los mismos de siempre. Todo eso alimenta a Milei, lo agranda y le regala el discurso: ¿ Estos que no hicieron nada, vienen a decirme a mi, lo que tengo que hacer? Clarito, con papas. No hay mucho que argumentar frente a eso.
Hay una enorme mayoría que está cansada de los privilegios políticos, del agobio de trabajar y empobrecerse, y de ver cómo, aún de manera insuficiente y casi en estado de esclavitud, otros no trabajan y reciben asistencia del Estado.
Y no será obturando, sin alternativas, algunos cambios que Milei impulsa y que para la mayor parte de los argentinos son imprescindibles y que votaron por eso: bajar el gasto público, normalizar lo antes posible las variables económicas cotidianas y recuperar algo de expectativas de desarrollo social e individual.
Milei no es un «ajeno» al Estado. Es el presidente de una gran mayoría que no aguanta más los argumentos de la corrección política. Dejemos de hablar en nombre de las mayorías, cuando las perdimos. Y las perdimos nosotros, jugando al juego de las banalidades de los liderazgos tóxicos y demenciales, que sólo construyeron en base a sus futuros personales, y se olvidaron de quienes los votaban.
Hay que recuperar el sentido de la democracia, claro. Hay que defenderla de los intentos de avasallamiento de cualquier tipo. Pero no subestimemos a las mayorías.
Acabemos con el ejercicio de la superioridad moral que nos ubica en el lugar correcto, mientras señalamos a los demás, en el lugar equivocado.
Milei nació del mismo modo que nació el peronismo: del cansancio. Ojo con multiplicar su dimensión, promoviendo la caída de un gobierno popular. Los efectos pueden ser mucho más graves.





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