
No se conoce otra manera de gestionar lo público. Todo lo que excluya a la política en la búsqueda de las soluciones a los problemas comunes, es una aventura que roza- siempre- la idea de la autocracia, la tiranía o la dictadura. La política, más allá de la calidad de los políticos, es una necesidad irremplazable. La “prescindencia” de la política, es una fantasía autoritaria que esconde verdades aún más atroces que los daños que genera una democracia corrupta.
Parece mentira que estemos discutiendo esto. Hay un ancho sector de la sociedad argentina que ha desatado sus instintos básicos y reniega de la democracia y de la política. No es un accidente, ni una irrupción sorpresiva. Es la consecuencia de dos décadas consecutivas de fracasos y de estafas políticas. La democracia se ha herido de muerte, por abuso. Y hoy, para esos sectores defraudados, la política es sólo sinónimo de corrupción. No hay forma de hacerles entender que será a través de la política, por donde se puede encontrar una salida. La aparición de un mesiánico outsider vino a perfeccionar el discurso, y se alzó con la presidencia del país. Ahora hay buscar una salida que no lo convalide en su esperpéntico experimento de eliminación de la política y de la democracia. Las protecciones al sistema parecen rotas. Las instituciones, se mueven con miedo y lentitud. Hay enfermedades que no admiten dilaciones en la cura.
A Milei, a sus pasos irracionales y confrontativos, lo avala ese desprestigio de la democracia. Y de “los políticos”, que aunque sean diferentes, terminan igualados por el discurso dominante, ante el mínimo gesto de insubordinación al nuevo orden de la antipolítica.
La antipolítica, en principio, es la idea de que “todo será reglado por el mercado y las decisiones iluminadas de un liderazgo” que no encuentra ni siquiera en las reglas establecidas por la Constitución Nacional, limites. Las empresas serán, según sean amigas o enemigas del nuevo orden, quienes definirán las reglas de la economía. Con la misma arbitrariedad con la que funciona o pretende funcionar “el nuevo sistema”, que además, se apoya en las mayorías que lo votaron.
Contra toda lógica, algunos políticos, y periodistas, y empresarios, en lugar de advertir en este fenómeno un riesgo para las libertades colectivas e individuales de los argentinos, eligen- como siempre- ponerse en el lugar donde calienta el sol, y esperan aprovechar las circunstancias, ya sea por especulación económica, ya sea por la necesidad de verse “del lado de las mayorías”.
Una mayoría relativa, inflada por las sensaciones que arrojan las redes sociales y especialmente por el espanto a lo que sucedió en las administraciones anteriores, pone le canta jaque a la democracia, y no faltan coreutas del “viejo” sistema que la oxigenen para darme mayor volumen a la fogata.
SALIR DE LA VERGÜENZA Y TOMAR DECISIONES DOLOROSAS
Pero el peor de todos los enemigos en esta historia, es el silencio y la vergüenza. O algo aún peor: la especulación por “los tiempos”. Si la política no sale a defenderse a si misma, será difícil que encuentre defensores por afuera de ella. Algo parecido a lo que ocurre con los adictos: lo primero es tomarla decisión, convencerse de querer recuperarse, después pesará el apoyo. Pero lo fundamental es la autoconvicción. A pesar del viento en contra.
Si la generalización es la regla del discurso Mileista, la regla principal de la distinción debe ser precisamente el diferenciamiento entre quienes fueron responsables del pasado y quienes no. O aún más claro: La política tiene la obligación de deshacerse de quienes por actos de corrupción o mera incapacidad, han dejado cocer el caldo donde se hierve el “nuevo orden”.
Aceptar las acusaciones generales sin responder con claridad, hoy, es aceptar esa generalidad.
No puede ser lo mismo el corrupto que el decente. No se puede admitir que un presidente llame “delincuentes” a quienes votan total o parcialmente a sus caprichos, y aceptar que “esas son las reglas”.
La política DEBE salir a defenderse, con números, con argumentos , con ideas y especialmente, con respuestas técnicas a la crisis imperante.
No se debe admitir ni legitimar a quienes han sido protagonistas del desfalco, que se mezclen con quienes aspiran a ser la renovación generacional pero especialmente moral de un país futuro.
Los gobernadores, que son todos gobernadores, pero no son todos iguales, deben cuidar los intereses de sus provincias, pero no dejar de hacer los cambios y los ajustes, si, dije ajustes, que no sólo vayan cambiando las condiciones de la economía, sino que vayan proyectando una nueva ética de la gestión pública.
Si los malditos fideicomisos de las provincias, efectivamente representan oscuridad y discrecionalidad, deben obligarse a un replanteo que los “lave” de cara a la sociedad y cumplan las funciones que deben cumplir.
Hay que desactivar todas las cajas que no redunden en beneficios públicos. Hay que endurecer la mirada sobre la corrupción, sin distinguir partidos ni facciones.
Hay que ser impiadosos con los corruptos.
Hay que dinamitar los gastos inútiles, los lujos de la política, y todos los aspectos de la vida cotidiana que deje a los “dirigentes” por encima de sus posibilidades.
Hay que salvar a la política. Y eso los incluye a todos: a la socialdemocracia, al populismo de izquierda y de derechas, a los conservadores de centro y a las alas de izquierda poco representativas.
Se debe poner límites a la burocracia sindical. A las riquezas impúdicas e inexplicables de los dirigentes sindicales y sociales.
Se debe acabar con el “Estado: empleo militante” y especialmente con el uso del Estado como modo de financiar lo que no estamos en condiciones de financiar, al menos ahora.
Hay que aceptar las condiciones de la realidad, y hacer lo posible desde esta realidad, postergando para el futuro, acciones que por justas que sean no están al alcance de nuestras arcas y nuestras posibilidades.
No hay que dejarle un solo hueco de justificación ni multiplicación al discurso de MILEI y sus fieles devotos del “rompamos todo y todos son lo mismo”
En síntesis: la política es una condición sine qua non para la vida democrática, pero se pasó más de veinte años despilfarrando, postergando el desarrollo y lo peor: empobreciendo en todos sus significados al país.
Tenemos la obligación de exigir autocriticas a los responsables y excluirlos de los planes a futuro. Especialmente a quienes, desde el peronismo, han instalado falsas antinomias que hoy quedan más expuestas que nunca.
A Milei, se le ganará desde la política. Afuera de ella, todo es Milei.
Se lo vencerá democráticamente. Desde las propias instituciones democráticas, como el Congreso y la Justicia, y después, claro, desde las urnas. Sin dividir lo que no admite divisiones y sin poner el foco sólo en las diferencias, en lugar de los puntos en común.
A la política, y con ella a la democracia, la vamos salvar si primero le reconocemos prioridad. Si entendemos, que el que piensa distinto no es el enemigo, ni alguien a quien debamos combatir hasta su imposible extinción.
Borremos de un plumazo las líneas que dividen lo que la gente nunca dividió, pero pongamos rigidez en aquello que por laxo, terminó con la credibilidad de las mayorías sobre la política: La corrupción es un eje central. Quienes trabajan todos los días, quienes pagan impuestos distorsionados y confiscatorios, no aguantan más la diferencia.
Defendamos a la política. Y con ella a la democracia. Pero primero, pidámosle a la política que se corra de la comodidad con la que han vivido en las últimas décadas, que eliminen de sus vocabularios aquello que ha servido para justificar el desfalco como “el modelo”, y empecemos a construir un nuevo esquema de representación de las verdaderas mayorías, en las que nadie sienta repugnancia por quienes los representan.
Es un doble camino, es una pelea desigual y muy difícil de dar. Pero es obligatoria.
Aunque suene a consigna, hoy, hay que salvar a la política. Y es urgente.




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