Me senté a escribir porque tengo angustia. En apenas cinco dias, al menos seis personas conocidas, perdieron sus empleos. Me abruma el silencio general. Sé como se escucha ese silencio. Y sé, también, como duele la muerte de la solidaridad como consecuencia de las conveniencias. ¿ Ahora que hacemos?

¿ Que esperan que ocurra si nos quedamos callados? El utilitario y ruin pensamiento basado en el «mientras no me toca, no importa», pudo haber alcanzado (para muchos) en los tiempos de «gobiernos amigos» y generosos con la nuestra.

Hoy, cuando efectivamente el espanto de las ideas anarco-liberales, tiene las biromes y los sellos que certifican los despidos, y cuando las «empresas amigas, empiezan a ajustar sus números, limpiando personal, menos.

Hace muchos años que «descubrí» que la solidaridad verbal de los solidarios a gritos, se muere cuando se tocan conveniencias. Y que ejercitarla contra los vientos del oportunismo, es una muestra mínima de dignidad. Pero en hechos, no en la gestualidad de los comunicados y los repudios. No, en los hechos. Tendiendo puentes, ofreciendo oportunidades. Diciendole al otro, en el momento del dolor, que no está solo. Que se levante de ahi, que salga a la calle y le de pelea a la vida, pese a los Milei y sus decretos.

No se trata de la palmada en la espalda de los velorios.

Se trata de mostrar caminos, de señalizar salidas. De levantar la mano cuando la mayoría las esconde, por miedo, por cobardía o por directa conveniencia.

Y no nos engañemos. No es que el individualismo vino hace tres meses, cuando ganó Milei. El individualismo viene ganando desde hace años. Desde que se sembró en nuestras cabezas la idea falsa de que el otro es el enemigo, porque piensa distinto, porque «juega» con el otro, porque no se arrodilla ante las afirmaciones de los «jefes», mientras los demás aplauden.

¿Entienden ahora el daño que le produjeron a los que se quedaban solos y señalados como «enemigos»? La parte de la sociedad que aplaude morbosamente los despidos, los resentidos que se alegran con la desgracia del otro, el regodeo de los opositores (ahora oficialistas hasta que esto fracase) está fundado precisamente en eso: Hubo un importante sector de la sociedad que fue maltratado gratuitamente y en algunos casos, humillados.

Y es acá por donde se empieza: No se puede poner «al otro» en el lugar del desprecio, ignorando que detrás de él o ella, hay una familia. Hay un grupo social que pierde, primero su sustento y en segundo lugar, a un nivel de desesperación que conjuga como una tormenta perfecta con el ajuste general.

Es ahora, cuando deben aparecer los hechos, sin tanta épica discursiva. Sin que nos importe lo que piensa del país el que se queda en la calle.

Primero, exigiendo de todas las maneras posibles sus reincoporaciones. Y en segundo lugar, entendiendo que a pesar de nuestros malestares, el otro la está pasando aún peor.

Los tejidos sociales, las contenciones en las malas, los abrazos necesarios, no pueden estar atados a lo que piensa el otro. Al grupo al que pertenece el otro. Porque sino, se trata de revancha, de venganza y de multiplicación infinita del dolor.

Ahora es cuando deben aparecer los colectivos. Cuando hay que poner en riesgo lo propio para salvar lo del otro. Ahora es cuando se expresa lo que verdaderamente somos.

Porque lo que somos, de verdad, se expresa en las muy malas o en las muy buenas. En las buenas, la gente suele expresar su verdadera naturaleza. En las muy malas, aparece la verdadera naturaleza con la peor cara: la del desentendimiento y la indiferencia. La del «yo te juro que si pudiera»…

Quienes experimentamos ambas caras, despreciables, sabemos del valor del otro, y aún más, del peso insoportable de la ausencia de los otros.

No es momento de ausencias. No es momento de esconderse.

En estos dias, con esta angustia a cuestas, cotizan mucho los brazos extendidos.

Quienes experimentamos eso, y conseguimos salir a flote a pesar de todo, tenemos la obligación de no olvidarnos de aquellas sensaciones de intemperie.

Escribo esto, porque no consigo ver dónde están todos aquellos que se movian como manadas solidarias, mientras el calor de los beneficios los protegian. ¿ Dónde? ¿ Que van a hacer por los despedidos?

No esperen nada de la «sociedad». Porque ha quedado claro en las elecciones, y ante cada decisión de este gobierno, que se cansaron de discursos, inflaciones y malos tratos.

Ahora les toca a los que se llenaron la boca hablando de solidaridad. A los que se negaban a tomar medidas menos festivas, que no nos empujaran a este delirio de «licuaciones y motosierras»

No me quito ninguna responsabilidad de encima, porque nadie puede hacerlo. Pero ahora, como nunca, es cuando deben aparecer aquellos que juraban que la patria era el otro. Los que te dividian a la sociedad entre ellos y nosotros. Los que disimulaban el robo de lo público, justificando todo, en el nombre del poder de turno.

Es ahora. No cuando el sol vuelva a calentar las veredas. No cuando las cosas pasen, y el daño sea irreparable.

Es ahora. ¿ O acaso van a acompañar este despropósito con acuerdos, pactos y un intercambio de favores para sus «organizaciones»?

No sería nuevo, claro. Pero sería esclarecedor: No importan los discursos, importan los hechos.

Y hoy, sólo se puede hacer.


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