Es un dato curioso y que me perdone Silvia, su madre, por hacer esta elucubración tan íntima: Ariel Tarico, es la consecuencia de un encuentro sexual entre ella y su marido Juan Carlos, en pleno cierre de campaña de Raúl Alfonsín. En Junio de 1984, nacía el hijo único de la pareja. Justo ( o casi) 9 meses después de aquel febril octubre democrático. ¿ Habrá sido la consecuencia de la euforia que generaba ese cierre conmovedor de los discursos del lider radical, recitando el final del preambulo de nuestra Constitución?

No lo sé. Pero algo queda bastante claro: Este chico, ahora un hombre, es literalmente, un hijo de la democracia. De los tiempos en los que la democracia, nos generaba ilusiones absolutas.

Eso, está presente, muy presente, en el espectáculo que hacen con David Rotemberg en el teatro Politeama de Buenos Aires, bajo la dirección, ni más ni menos, de Juan José Campanella.

Los santafesinos sabemos mas o menos de memoria la historia del «Lento» y aunque a lo largo de los años, como suele suceder, se fueron incoporando «inventores» al relato, Ariel no es otra cosa que la consecuencia de aquel hogar en el que abundaban las revistas Humor, la última etapa de la Satiricón, los domingos con Tato Bores, y la música que su padre ponía en el tocadiscos.

No se cansa de decir que Juan Carlos imitaba a esos cantantes. Y que sus primeros dibujos, no eran copias de personajes de Disney, sino de las caricaturas de Cascioli, Limura y todos los otros gigantes que ilustraban nuestra realidad en las revistas de la época.

Ese pibe, que se convirtió en el mejor imitador político del que tenga memoria el humor argentino, ahora sube al escenario y no deja de sorprender: desprendido de caretas y sin la ayuda tecnológica que le ofrece la televisión, Tarico despliega un menú de voces y expresiones faciales que,asociadas, lo convierten en cada uno de los personajes que imita.

¿ Nos damos cuenta del actor en el que se ha convertido este pibe del barrio sur oeste de Santa Fe? Lo negará, claro, como prefiere negar los elogios absolutos que le arroja un tal Luis Landriscina: «Es el tipo más inteligente del país. Lo que hace no tiene parangón. Es estudioso de la política y administra muy bien la ironía. Nunca deja mal plantado al personaje que representa, esa es la base del respeto» dijo el chaqueño. Sólo homologable a un elogio del mencionado Bores o de los Luthiers.

Pero ya no se trata de su condición de actor o humorista. Tambien toca mencionar la inteligencia con la que despliega sus imitaciones, en las que no sólo desnuda las personalidades sino la materia profunda de los imitados.

No se salva nadie. Y ese dato, incómodo, duplica el valor del espectáculo. Los que no aparecen, no tienen importancia. Los que aparecen, reciben lo que merecen y nunca, como dice Don Luis, quedan sepultados. Ellos dicen lo que las historias de ellos dicen, y con la ayuda final de unos «dibujos animados» que agregó el equipo de Campanella, los mezcla y los señala: Acá están los que nos gobernaron en los últimos 40 años. Justo los 40 años que el tipo está por cumplir.

Asombra el crecimiento de su voz. Asombra cantando. Asombra la velocidad de los cambios de voces, asombra la capacidad para ser otro tipo cada cinco minutos. A veces, seguro que les pasa a todos, hay que mirarlo detenidamente para descubrir la cara de Tarico, mientras está «metido» en sus personajes.

Hay dos segmentos que sobresalen: Uno a cargo de David Rotemberg, santafesino de Moises Ville, que representa a un pastor delirante, que juega con las sagradas escrituras y su perfecta adpatación a nuestra realidad.

El otro, es a «Mil Voces». Un segmento en el que Ariel, haciendo eje en un inapelable Marcelo Bonelli, juega a ser veinte personajes que interactuan. «No se puede creer», me dice un compañero de butaca, muy importante, que si de algo sabe es de comedia y de humor.

Es cruel, claro. Es ácido, claro. Y tiene una cuota , a veces insoportable, de cinismo del bueno: «no son ellos, somos nosotros que los votamos» parece decirnos.

Hay tiempo para la nostalgia primero, y también para la emoción. Que llega justo después de una Mirtha Legrand impiadosa: Ahí sucede un «pase» que sacude a la platea: Algo cambia en el rictus de Ariel, y con un paso marcial, mientras se deshace de la peluca y la ropa de la señora, canta una canción emblemática de la esperanza democrática y sube una escalera que parece devolverlo al vientre materno.

El espectáculo es humor político puro. Dificil de encotrar en otro lado, salvo que busquemos en las expresiones partidarias.

Acá hay un repaso de los años recientes, que despierta muchas carcajadas, pero que termina sabiendo a radiografía de un país cansado de escuchar a dirigentes que dicen «tener la solución».

Vuelvo al comienzo. Tarico es un hijo de la democracia. Y navega sobre esta historia, sin complejos ni bajadas de linea. O si, pero «su linea». La del chico que fue de la ilusión a la decepción, siempre, por el camino de la risa hasta convertirse en este tipo de 40 años, con un camino demasiado largo por delante, aún más largo del que recorrió.

¿ Hasta dónde puede llegar Tarico? No se sabe. Ha sido tan escrupuloso en su carrera, tan módico en sus expectativas y tan cuidadoso de no subirse a los trenes del éxito momentaneo, que nunca lo sabremos.

Igual, no está de más decirle que puede llegar adonde quiera, porque su talento es de un material dificil de encontrar y porque ya no se trata de un «imitador», sino de un artista completo, que puede hacer lo que se le antoje, en todos los territorios del arte que se le ocurra explorar.

En fin. Es muy gratificante verlos a los dos en el escenario. 20 años después de aquel primer golpe conjunto que dieron en Radio Mitre, cuando parieron a «Los Fernandez». Otra marca de la casa: la continuidad de las relaciones. Un asunto no menor, en este mundo de relaciones de conveniencia pura.

40 años de democracia celebran o algo así, Ariel y David, sobre el escenario. Justo los mismos 40 que cumplirá Ariel en los proximos dias.

Yo seguiré creyendo, que este pibe no es un casualidad del calendario. Nació con la democracia, y vino para contarla.


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