Javier Milei cumple un año al mando del Estado argentino. Por primera vez en la historia, el pueblo soberano votó a un hombre que dice odiar lo público, que desprecia el concepto de justicia social, y que entiende a la sociedad, no como un espacio de convivencia, sino como un territorio de sueprvivencia del más fuerte. No salió de un plato volador: lo votó la mayoría de un pueblo, harto de la pérdida de tiempo, los discursos vacios de correlación con la realidad, y una inflación que convirtió a la vida y los sueños de sus habitantes en la de Sisifo, empujando una roca en subída, que se vuelve a caer permanentemente.
Que si. Que Javier Milei es el presidente más brutal desde el retorno a la democracia. Que sus modos, sus maneras de construir poder, es sólo comparable al de las runflas patoteras. Que no tiene empatía con los que sufren, que no advierte ni comprende que sus políticas están arruinándole la vida a millones de argentinos. Que licuó las jubilaciones, que dejó sin medicamentos a muchos de ellos, o los obligó a someterse a un sinistero mecanismo de control, como si acceder a ellos fuera un privilegio y no un derecho.
Que si, que se rodeó de personajes con histora negra. Que su hermana y principal asesora, parece una pitonisa y no una dirigente política. Que su otra mano, siempre derecha, es un post adolescente que se dedica a perseguir a través de las redes sociales a los que pensamos distinto, y que disfrutan con el escrache y la humillación del que se corre un centímetro de las órdenes del presidente.
Que si, que compra senadores y diputados. Que saca las leyes a punta de amenazas. Que produjo un cambio de clima en la administracíón del Estado, que es opresivo e imponderable.
Que todo eso y mucho más es cierto. Y que a pesar de que muchos sintamos verguenza por sus discursos y sus apariciones internacionales, a un año de haber asumido, es tan popular como era el día que ganó las elecciones.
¿ Es necesario explicar por qué?
No es tan dificil, aunque algunos prefieran fingir demencia y no verlo.
Porque la sociedad, y cuando utilizo ese término, hablo de un alto y transversal procentaje de los argentinos, se cansaron del manoseo. De la postergación de las decisiones. Del espectáculo pornográfico de los enriquecimientos de sus dirigentes, de las incapacidades para aprovechar el tiempo en el poder, de la interna continua, de «la culpa del otro», de los enemigos inventados para construir relatos falsos, y especialmente, de esa sensación insoportable de sentir que la vida de cada uno, empezaba a no tener horizonte. Porque a pesar de los relatos, cada día sumábamos más pobreza, peor educación, mayor violencia en las calles, y el incremento de cordones de pobreza que, sedimentadas en tres o cuatro generaciones, se convirtieron en esclavos de «dirigentes sociales» y lideres sindicales, siempre ricos, se acostumbraron a intervenir en la vida urbana, jodiendole la vida al prójimo.
¿ De verdad no lo vieron? ¿ O no quisieron verlo?
La política argentina perdió toda la legitimidad que tenía. La palabra de un presidente, tenía menos valor que el de un vendedor de autos usados encarcelado por estafas continuas.
La vida de los dirigentes progresistas se alejó de la vida de la gente. Nada de lo que prometieron se hizo realidad.
Y entonces, un payaso, un personaje demencial con los pelos desordenados, gritando y amenazando con las peores atrocidades, encontró la clave que sintetizara lo que muchos sentían: «La casta». Y entonces, sin aparato partidario, abrazado a un grupo de jóvenes que ni siquiera conocieron los efectos de la dictadura, ni las bondades de la democracia, empuñando promesas de una dureza que pudiera acabar con los abusos que se quedadan con lo que le faltaba a la gente, ganó las elecciones.
Ayudado por la malicia imprescindible de un tal Mauricio Macri, que se encargó de dinamitar todo aquello que pudiera generar alternativas racionales. Y especialmente por una tal Cristina Kirchner, que en lugar de pasar a retiro, se inventó un imbécil de presidente, sólo para recuperar el poder e instalar en las principales cajas del Estado a los muchachos de «La Cámpora», y le dejaron el camino limpio a un desconocido que durante la campaña, aunque duela, dijo que iba a hacer lo que terminó haciendo.
La metáfora era una motosierra. La promesa era el escarnio y la fuerza.
¿ De qué carajo nos soprendemos entonces?
Al final no era tan imbécil. Es un resentido, claro. Pero no un subnormal sin idea de lo que tenía que hacer.
Al final no era un muñeco que venía a hacer el trabajo sucio, al servicio de Macri. A Macri se lo sacó de encima y lo redujo a la mínima expresión.
Al final, no era mentira que los iba a empujar aunque no tuviera mayoría alguna en el parlamento.
Bajó la inflación, redujo el riesgo país, limpió al sistema bancario de papeles del Estado, impuso con violencia un nivel de «paz social» en las calles, que la clase media demandaba como se demanda la comida. Y dió vuelta al sistema político argentino.
Ahora es muy tarde, demasiado tarde.
Es obvio que repite las mismas prácticas corruptas que sus antecesores, pero lo compensa con resultados.
Es cierto que ordena la economía sin ninguna piedad, pero dice que está «ordenando la macro, para después normalizar la micro» y muchos le creen.
Milei no es una casualidad. Es la consecuencia de veinte años de desperdicio de tiempo y dinero.
Es la consecuencia del agotamiento de un modo de gobernar que nunca dió soluciones, mientras ponian más energia en pensarse eternamente en el poder, sin prestarle atención a la descomposición social.
No es que los argentinos se volvieron fascistas y de derecha extrema: Los argentinos le abrieron la puerta a lo «bueno por conocer», hartos de los «malos conocidos».
Demandará muchos años volver a ver a un presidente «normal» en el poder. Los partidos tradicionales tendrán que purgar a una o dos generaciones de dirigentes que no entienden los tiempos ni los modos de conectar con la sociedad.
Argentina tiene a Milei de presidente y goza de muy buena salud, a pesar de lo que pensamos muchos, entre los que me incluyo, sobre los riesgos que significa su figura para la propia democracia, y especialmente, para la vida de millones de argentinos.
Pero es el presidente. Y la sociedad lo respalda. A pesar del ajuste brutal, y de sus modos demenciales.
Habrá que trabajar mucho para recuperar el afecto de las mayorias por la institucionalidad, los valores republicanos y las espectativas colectivistas.
Y no es culpa de Milei.
Se pudo evitar con un poco de generosidad, con algo de responsabilidad en la gestión, y con un poco de coraje para revertir la caida de una economía que se hundía desde 2008, sin ningun freno.
No le echemos la culpa a las corporaciones, ni a las oligarquias, ni a los «Grupos de poder», y muchos menos a «la gente».
Los responsables son los que tuvieron el mando del Estado durante los últimos 25 años, y no consiguieron transformar la economía, ni impulsar crecimiento real, ni industrializar, ni hacer trasnformaciones reales, ni devolvernos capacidad de generación de energia, ni establecer programas de incentivo al agro y a la producción, ni estimular al capital privado, ni convertir a este pais en un país atractivo para las inversiones extranjeras.
Los responsables son los que no reconvirtieron el sistema educativo, no estimularon la cultura del trabajo, los que desdeñaron del mérito y el esfuerzo, los que convirtieron al Estado en una máquina de subsidiar beneficios para los grupos amigos, mientras el resto de los argentinos caian en la desesperación y en la insoportable sensación de «sin salida», que se coronó con la maldita pandemia de 2020, y se perfeccionó con la imbecilidad de un tal Alberto Fernandez en el poder.
Todo lo demás, es verso. Que Milei sea presidente. Que haya tenido la chance de gobernar, y que encima, cuente con respaldo para seguir haciendolo con comodidad, no es nada que no hayamos podido imaginar. Y evitar, claro.





Deja un comentario