
Si la mediática diputada había consolidado una imagen dentro de la política santafesina, parece decidida a autoliquidarse. Sus últimos posteos en redes sociales, la muestran en su peor versión: acusaciones falsas de crímenes, opiniones sobre la sexualidad y la vida privada de funcionarios, y una constante utilización de los peores costados de la realidad, que apuntan siempre, al gobernador Pullaro.
Todo lo que aporta es estiércol. Y lentamente, se hunde en él.
Las derrotas legislativas en 2024, su vano intento por frenar lo que los números de las mayorías imponían, y su inexplicable ausencia en la sesión de tratamiento de la necesidad de la reforma constitucional, revelaron su falta de temperamento para la frustración, y desempolvaron su peor costado: La vida institucional no es un programa de chimentos, ni sus adversarios son personajes de la farándula.
Usar desgracias de la vida privada para sacar ventaja electoral es un ejercicio de la miserabilidad humana y no entra en ninguna categoria política.
Sugerir, sin ninguna autorización, presuntos aspectos de la vida sexual y privadisima de algún funcionario, no es materia de interés público. Mucho menos en plena «cacería» homofóbica.
Amenazar con la utilización de audios obtenidos ilegalmente y sacados de contexto, puede servir para espacios rancios en los que se debaten los problemas de alcoba de futbolistas o modelos necesitados de difusión o de aumento en la circulación de las redes sociales, nunca para discutir la calidad o los atributos de quienes están siendo propuestos para ejercer la magistratura pública.
La gestión política de Pullaro o de cualquier gobierno, ofrece suficientes blancos de criticas y demandas de soluciones. No es necesario caer en la degradación para erigirse en oposición.
Los legisladores tienen la obligación de reclamarlo desde sus bancas, y cuentan con las herramientas políticas y comunicacionales para hacer sonar sus quejas, sin caer en la ruindad.
Que Amalia Granata haya accedido a la popularidad en base a sus historias entre sábanas o por sus escándalos personales, no la autoriza a instalar esos métodos para acceder a mayores niveles de popularidad política.
Se equivoca Granata. Sus resultados electorales no fueron la consecuencia de esas prácticas, sino de propuestas políticas- su oposición al aborto, por ejemplo- que identificaron a un sector de la sociedad.
No será el excremento, ni el uso inmoral de la información a la que accede, la que la conduzca ningún lugar.
Sus últimas acciones la delataron: ella cree que no hay límites en la competencia política.
Es probable que una parte de la sociedad esté sedienta de escándalos y violencias. Pero la responsabilidad de los dirigentes políticos nunca, jamás, puede tener esos mismos objetivos, ni ser fuente de ese envilecimiento.
Tarde o temprano, eso vuelve y nunca está demás recordar que se cosecha la siembra.
Granata, lejos de aquella diputada activa y novedosa que ilusionó a miles de santafesinos, se ha convertido en esta ultrajante portadora de bajezas humanas.







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