El Hospital Cullen es un patrimonio fundamental de la salud pública santafesina. Es el lugar adonde todos los santafesinos del centro norte acudimos cuando tenemos una urgencia. Es un símbolo. El actual intendente de la ciudad fue elegido, precisamente, por su labor al frente del nosocomio durante la pandemia. En los últimos días, un accidente laboral mortal , dejó al descubierto un conjunto de situaciones que no tienen explicación, o no quieren ser explicadas. ¿ Quien manda en el Cullen? ¿ Quién decide qué obras se hacen y cuales son las condiciones en las que se realizan esas obras? ¿Qué lugar ocupa el Estado en la administración del hospital?

El lunes 24 de febrero, aproximadamente a las 7,30 de la mañana, el techo del viejo Servicio de Alimentación adonde desde hace varios meses se estaba construyendo una sala de internación para el área de Neuro toxicología, crujió. A los pocos segundos, la estructura comenzó a desmoronarse y cuatro obreros quedaron sepultados bajo los escombros. Uno de ellos, después de casi una semana de agonía en terapia intensiva, murió. Tres semanas después del siniestro, la familia del fallecido no recibe atención alguna por parte de la empresa que realizó la obra, ni de quienes ordenaron hacerla.

Se trata de un accidente laboral, claro. Pero ocurre en las instalaciones de un Hospital Público. Y los obreros no tenían ni las más elementales maneras de protegerse del accidente. No existe, hasta ahora, constancia de que los obreros hayan estado en regla, ni que el fallecido, ni los sobrevivientes, tengan seguro ni cobertura de una ART.

La historia se conoce porque uno de los hijos del fallecido obrero Hector Segovia, publicó en redes sociales su bronca. Joel no sólo su hijo, sino que también resultó herido por el derrumbe y fue testigo de la muerte de su padre. Lejos de haber recibido alguna respuesta de los responsables, desde hace dos semanas comparte el duelo con un deambular por oficinas públicas y privadas, esperando que alguien le explique lo sucedido, o que al menos se ocupe de pagarle las dos semanas de 130.000 pesos cada una, que le corresponden por su condición de trabajador.

Lo mismo le pasa a Marta, la viuda de Héctor, que no aún desconoce las condiciones laborales que tenía su marido, ni los derechos que le corresponde reclamar.

¿ Nadie habló con ellos? Nadie. A la desaparición de la empresa constructora, se le agrega el silencio absoluto de las Damas de Beneficencia del Hospital Cullen, el desentendimiento de la autoridades del Hospital y el silencio absoluto de UOCRA, y los medios más importantes de la ciudad.

Los que si se acercaron fueron decenas de «Caranchos» pidiendoles la firma de un poder, y un abogado de apellido cortesano, que se acercó a la casa de ambos ofreciendo sus servicios. Curioso. El abogado es pariente de una de las integrantes de la , vencida ya, Comisión Directiva de las Damas de Beneficencia.

Hector y Joel, nunca tuvieron recibo de sueldo, ni fueron bancarizados, ni les consta que hayan hecho aportes durante los últimos seis años. En 2019, la curiosa empresa Fernandez&Fernandez, adquiere el alta en la AFIP. Antes, durante muchos años, decenas de años, realizó obras y tareas en el hospital, sin ninguna formalidad. Y con mucha suerte.

El derrumbe del techo parece haber dejado al desnudo una ingeniería precaria de contrataciones e irregularidades en el Hospital. Donde mandan, según parece, los que no tienen ningún derecho a mandar.

Todas las explicaciones conducen a un apellido: Fernandez. Un maestro mayor de obras que estaba dirigiendo la obra, y que desde hace muchos años, tiene el monopolio de cada una de las obras, mayores y menores, que se hacen en el Hospital.

Y Fernandez, es contratado directamente por las Damas de Beneficencia del Hospital, dueñas del edificio, sin que conste ninguna intervención del Hospital ni del Estado en todas las obras.

Los funcionarios del hospital explicaron que la obra era «una obra privada, ordenada por las dueñas del edificio- La Sociedad de Beneficencia de Santa Fe- y que la empresa constructora había sido contratada por ellas».

Para dejarlo aún más claro: La construcción de una Sala de internación para Neurotoxicología, donde se produjo el derrumbe, fue- y sigue en marcha- un emprendimiento voluntario de un grupo de mujeres. Y esas mujeres, sin ninguna intervención ni del Consejo de Administración del Hospital, ni del Ministerio de Salud, ni del Ministerio de Obras Públicas, contrataron a una empresa de manera directa.

O sea: Un grupo de voluntarias deciden hacer obras para un hospital, sin la intervención del Estado, y hay un empresario que se queda con el monopolio de las obras. Ya se trate de pintar una reja o de construir salas de internación para toxicología o cardiología.

LA OBRA PRIVADA, ENTRE PRIVADOS, QUE VAMOS A PAGAR TODOS

Cuando se produjo el accidente, las primeras consideraciones de los funcionarios del hospital, se refirieron a la naturaleza jurídica de esa obra: «No es nuestra. Las Damas de la sociedad de beneficencia manejan su propio presupuesto, y como son dueñas del inmuebles, se reservan el derecho a hacer obras dentro del edificio». Lo que resulta increíble es que en ese edificio funciona desde hace más de 100 años un hospital. El hospital de urgencias más importantes del centro norte de la provincia de Santa Fe.

Todos, repiten como loros el asunto de la privacidad de la obra. Hasta que aparece, después de pedirlo por varias semanas, el CONTRATO DE LOCACIÓN de las Damas de Beneficencia con la PROVINCIA DE SANTA FE. Y en el contrato, además del precio del alquiler anual- el último al que accedimos es con vencimiento en diciembre de 2023- estipula algunas clausulas que NO SE CORRESPONDEN A LA PRESUNTA PRIVACIDAD DE LAS OBRAS Y SUS CONSECUENCIAS.

Textualmente, el Contrato dice en su clausula DECIMA: «El LOCADOR queda expresamente eximido de toda responsabilidad por accidentes, caso fortuito, incendio y/o eventos de cualquier naturaleza susceptibles de provocar daños a terceros en el inmueble locado»

¿Entonces? Si no se lee mal, en el contrato de alquiler, las Damas de Beneficencia del Hospital Cullen, que son las responsables de la obra, están eximidas de cualquier responsabilidad por lo ocurrido.

Las Damas de Beneficencia son mudas. No hablan, no atienden los teléfonos, cortan las llamadas que les hace el periodismo y no han tenido, hasta hoy, ninguna consideración sobre lo ocurrido.

La empresa, que tiene oficinas en el subsuelo del propio Hospital, tampoco. Fernandez «desapareció» y a pesar de la tragedia, la obra continúa en manos de otra empresa, contratada de manera directa por las Damas.

No hay planos de la obra que se llevaba a cabo. El arquitecto que acompañaba a Fernandez, falleció a finales del año pasado. La obra, según parece, no tenía ni tiene, ingeniero o arquitecto a cargo.

El Fiscal, cargado como todos los fiscales de otros asuntos más pesados, no puede avanzar con el sumario porque todavía no recibió ninguna de los elementos de prueba que necesita para encuadrar el caso.

Desde el Ministerio de Salud, parecen desconcertados. El silencio se agrega a los otros silencios.

No hubo, hasta ahora, ni concejales, ni diputados, ni senadores que hayan exigido alguna explicación por lo ocurrido.

La UOCRA, gremio destacado por su capacidad de presionar en la obra más pequeña que se realiza en la ciudad, parece no haberse enterado de lo sucedido.

¿ Los medios grandes de la ciudad? Lo olvidaron. Tomaron nota del accidente, informaron sobre la muerte del operario, pero no se preguntaron- curiosamente- quienes son los responsables de lo ocurrido.

Mientras Joel espera que alguien lo atienda, el silencio sigue creciendo. En el hospital nadie habla, y los empleados abrazan solidariamente a la victima, vociferando su bronca por la inacción.

El hospital Cullen, su reputación, su historia, no merecen estas manchas.


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