El próximo domingo hay una elección en Santa Fe que puede quebrar, de manera sustancial, un largo proceso de ambigüedades institucionales en la provincia. Por primera vez, después de muchos intentos, se consolida un liderazgo que sacude a las viejas estructuras y las obliga a renovarse. La reforma constitucional es mucho más que la posibilidad reeleccionista del actual gobernador, y eso aterra a quienes han combatido al «modelo Santa Fe» como alternativa nacional.
Asombran las reacciones de algunos dirigentes opositores en Santa Fe: algunos quieren ir a la justicia porque dicen que la gente no sabe qué se votará, otros dicen que van a ser convencionales para ir en contra de la propia convención. Otros, dicen que la consigna es evitar un mayor empoderamiento del gobernador y otros, claro, ven en la propia reforma, el fin de una fiesta en la que todos pueden eternizarse en sus asientos, menos el gobernador.
¿ Quieren o no quieren la reforma? Dicen que si, pero al final no. Todos representan a sectores que amén de estar lejos de alcanzar el gobierno provincial, tienen intereses creados en los dos polos históricos de poder en la Argentina de las últimas dos décadas.
Ahi andan bastante amontonados los opositores. No se diferencian demasiado Amalia Granata, Juan Monteverde, Marcelo Lewandosky, los libertarios de Karina, y algunas voces de la siempre minoritaria izquierda.
Ahi están, agazapados, los gremios estatales peronistas, abonando a algunas candidaturas que puedan impedir la consolidación de un gobierno, que por fin les puso límites y les revisa las cuentas.
Ahi están todos, como un coro, denostando una decisión mayoritaria de la legislatura, que los obliga a discutir lo que nunca quisieron discutir en 40 años.
Porque en el fondo, el pánico, es a los cambios. Todos parecen soldados conservadores, resistiendo a lo que solamente la gente puede decidir.
Y es que detrás de esta elección de convencionales, de los resultados que arroje, y de los niveles de respaldo que reciba el gobernador, todos saben que puede nacer otra cosa. Mucho más trascendente que la reelección del propio Pullaro.
Saben, que a diferencia de lo que hicieron durante las gestiones socialistas, entre Kirchneristas y sus opositores, que bombardeaban a los gobernadores santafesinos de un lado y del otro, esta vez, puede nacer una alternativa nacional de la mano de jovenes gobernadores, que no se ven limitados ni por sus partidos, ni por los egos de la vieja dirigencia que se niega a despedirse del escenario principal.
Si Pullaro gana el domingo, tal como parece que lo hará, no sólo concluirá una etapa de reformas necesarias y demasiado postergadas en el Estado santafesino, sino que consolidará un liderazgo por afuera del peronismo y de la estrafalaria expresión libertaria de los Milei, que le permitirá avanzar sobre una construcción necesaria para el país.
El ejemplo del gobernador puede descolocar a los que creen que este país es únicamente binario, que las soluciones sólo se encuentran en el combate entre «buenos y malos», «Mileistas y Kirchneristas» o más antiguo y anacrónico de todos: «Entre neoliberales y progresistas», sin que dentro de esas clasificaciones importe la ética pública, la corrupción, el valor de las instituciones democráticas ni la consolidación de experimentos que nacidos a la luz de las necesidades básicas de muchos, se convirtieron en cotos de rehenes que han perdido el amor propio y la cultura del trabajo, esperando que el Estado les resuelva todo.
El proximo domingo, y lo saben los opositores de todos los colores- con democráticas excepciones- lo que se pone en juego, como en Córdoba y otras provincias que miran con atención el proceso, es el nacimiento de una nueva expresión nacional, el paso adelante de una nueva generación de dirigentes, que vienen a cambiar las estructuras de la política, sin tanto relato ideológico. Y eso incomoda a Mileistas y Kirchneristas de la misma manera.
Pullaro es, mal que les pese a muchos, un dirigente poilítico que está anteponiendo las coincidencias a las diferencias. Es un líder que consiguió unir en territorio provincial, a dirigentes que durante años se señalaban como «límites» y que hoy conviven en la gestión pública con más acuerdos que desacuerdos.
Lo que puede pasar el próximo domingo, es que la gente respalde a un gobierno que prefiere hacer antes que hablar, que avanza sobre la obra pública sin pedir permiso al gobierno nacional, que toma medidas dolorosas y antipáticas- como las reforma previsional o implementación de premios para los docentes que no faltan- asumiendo el costo político, incluso ante sus votantes. Porque hay cosas que hay que hacer, aunque no gusten. Porque si no se las hace y se las posterga, terminan convirtiendose en bolas incontrolables, que después no tienen solución.
Lo que puede pasar el domingo es que gane un tipo al que no le tembló la mano para recluir a los narcos que tenian oficinas en las cárceles desde donde ejecutaban crimenes a gusto y placer para continuar con sus negocios, abandonando el «buenismo» del discurso progresista que incluso aplicando sus principios, no sólo no dieron soluciones a los problemas de seguridad y crimen organizado, sino que lo agravaron.
En fin… En Santa Fe el domingo 13, se juega mucho más que una elección de convencionales. Y la oposición lo sabe.
Al final, serán los ciudadanos de la provincia los que decidan cuantos convencionales tendrá el oficialismo y con que números podrá afrontar la reforma. Con mayoria propia o con una primera minoría que los obligue a negociar con los opositores. Y en ese caso, si, quedarán reveladas las verdaderas intenciones de quienes en la campaña, por ahora, sólo se han dedicado a agraviar y a poner bajo sospecha una elección demasiado importante.
Por lo que representa en términos históricos, y por lo que puede derivar en el futuro, ya no de la provincia, sino del país.





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