Es probable que la caída en la calidad educativa argentina esté haciendo mella. O puede que el hastío general se manifieste en una indiferencia sobre la calidad de los representantes que se eligen. O también, claro, es posible que la profesionalización de la política, haya dejado de formar cuadros y que sólo la popularidad previa y sin relación con la actividad pública, o el comportamiento escandaloso, sean las únicas maneras de ungir a nuevas figuras.

En cualquier caso, y sea cual fuere el motivo, la política argentina se ha llenado de tilingos. ¿ Y que es un tilingo? Un sujeto insustancial, sin ninguna profundidad, que asevera sentencias generales sobre asuntos que generalmente no conoce, y que se comporta con arrogancia o con exageración.

El Congreso argentino, se ha llenado de tilingos. Personas sin capacidades intelectuales, ni formación alguna para discutir los asuntos de Estado. Y que apela todo el tiempo a consignas contagiosas, que responden exclusivamente a cuestiones sensoriales. Ellos nunca hablan de política, sino de los políticos. No discuten programas ni responden con argumentos a las críticas. Los tilingos se burlan de los que saben, porque creen que están a la misma altura. Porque la ignorancia, les impide comprender la brutalidad de sus acciones.

Los y las Lemoines, Paganos, «Troncos» y esa caterva de representantes del «sentido común», son la expresiones muy acabadas de la decadencia que ha generado ( mejor, profundizado) el gobierno de Milei en Argentina: Violencia verbal, gestualidad grosera, gritos, y una pornografica sublimación de la ignorancia, que cree que los asuntos de Estado, la vida de los discapacitados, las Universidades públicas, la ciencia y la tecnología o la destrucción de las rutas, son asuntos menores.

Un grupo de desbordados emocionales, para los que el país es un juego y que cualquier método, cualquiera, es válido para sacar ventajas.

En Santa Fe, por ejemplo, LLA propone a un candidato sin ningún antecedente ni experiencia. Que no habla, no hace declaraciones, porque sus colaboradores confiesan » que no sabe hablar» y que ocupa ese lugar por la confianza de otra gran tilinga santafesina y amiga de Karina: Romina Diez.

No hay forma de construir nada con quienes no comprenden la gravedad de lo que ocurre en Argentina. No entienden que lo que se destruye festivamente en algunos segundos, demandará décadas reconstruir. No entienden que en sus manos está el pasar de la mayoría de los argentinos y de las futuras generaciones.

La tilingueria se ha convertido en regla. Y es probable, que lo tengamos merecido. Pero no hay que dejar de reclamar mayor calidad institucional.

Es injusta, y muchos colaboran con el fortalecimiento de ese discurso, la generalización sobre la política. Y es mucho más injusto, que en el presunto afan de «renovar» y «combatir» a la política, terminemos llenando los espacios de poder público, de personas sin ninguna capacidad para provocar transformaciones positivas.

El «festival» de tonterías, de ligerezas, de generalidades y de desprecio por el conocimiento, el arte y los valores de solidaridad. El fin de la sensibilidad con el que está al lado. La indiferencia frente al dolor ajeno, no pueden convertirse en normal.

No se puede amparar al tilingo. Hay que evitar que lleguen a los lugares donde deben estar , aunque suene aristocrático, los que se prepararon para representar a la sociedad: y aquí caben, como siempre, militantes políticos, intelectuales, trabajadores y todos aquellos que tengan por la democracia, un respeto sagrado.

No hay que naturalizar a un presidente con trastornos emocionales, que se organiza un recital- con fondos del Estado- para cumplir con sus sueños de rockstars, mientras su primer candidato en Buenos Aires tiene que renunciar por sus probados vinculos con un narcotraficante.

No hay que naturalizar la centralidad de los analfabetos. Ni ser cínicos con el imperio de lo demencial.

Nosotros , cada uno de nosotros, somos los responsables de evitar que este desastre se vuelva irreversible.


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