Gobernar una provincia argentina en el siglo XXI es un desafío para cualquiera, en cualquier circunstancia. Hacerlo en este escenario de desequilibrios políticos, económicos y emocionales, supone riesgos mayores. Y si al contexto se le agregan las ambiciones de producir cambios efectivos en las estructuras institucionales de la provincia, el asunto se vuelve quimérico.
Cumplido la mitad de su mandato, Maximiliano Pullaro puede mostrar resultados concretos en muchos ámbitos del Estado. Y más allá de las ventanillas desde dónde se quieran mirar los resultados, nadie podrá negarle su capacidad de trabajo y su iniciativa política.
Y si se observa cuales fueron las áreas adonde se puso el mayor esfuerzo, los resultados obtenidos responden a criterios razonables: Una buena administración de recursos, inversión récord en seguridad y obra pública, y un conjunto de reformas que responden a la búsqueda de soluciones a problemas de larga existencia.
Y los problemas de la gestión, en su mayoría, son el «vuelto» de decisiones que otros no tomaron en su momento y que crecian como una bola inmensa y amenazante:
Había que ponerle un freno a los crímenes en Rosario. Había que desactivar el «Home Office» criminal en las cárceles santafesinas, que montaron los narcos amparados en la «inacción» de Perotti , que acompasó un proceso de vaciamiento sistemático de la policía y un virtual abandono de las calles.
Había que sanar el déficit de la Caja de Jubilaciones
Había que regularizar el ciclo lectivo en las escuelas públicas, y terminar con los bolsones de negocios gremiales que conjuraban siempre en perjuicio de los pibes.
Había que ponerle fin a un proceso de» privatización de la Corte», con sus abusos y discrecionalidades, en manos de los mismos nombres desde 1990.
Había que licitar rutas, terminar hospitales, reactivar acueductos y gasoductos, montar un plan que asista de infraestructura a la producción.
Había ( y hay) que avanzar sobre un cambio profundo en las políticas fiscales.
Había que reformar de una vez, después de 63 años la vergonzante Constitución provincial, llena de agujeros jurídicos, sin anclaje con el siglo, ni a las realidades sociales de la época.
Había que obtener fondos para sostener las políticas de inversión pública a mediano y largo plazo, en medio del abandono nacional.
Y Pullaro lejos de amilanarse, avanzó sobre todo. Con una velocidad inédita y un ejercicio del poder obtenido en las urnas, que no tiene muchos antecedentes en la historia política santafesina.
Y nadie puede señalarlo por corrupción. Mal que les pese a sus denunciadores en redes sociales, no hay una sola acusación judicial en esa dirección contra ningún funcionario de su gestión. No hay denuncias por coimas, ni por enriquecimientos ilícitos, ni por pedido de comisiones, ni por vínculos con la criminalidad.
Pero acumula costos, claro. Y tendrá que acomodar algunos desajustes que son propios de esta dinámica reformista continua. Las tuercas que se desajustan con el andar veloz. El control vehicular de una gestión que por hacer, se desgasta.
Era obvio que sus acciones iban a despertar resistencias en los sectores afectados, con buena y mala fe. Que los dueños de los privilegios del Estado, iban a agitar y sublimar los reclamos. Y que a la vuelta de la esquina, hay quienes esperan sus tropiezos, para vengar sus heridas.
La gestión de Pullaro cumple dos años, en los que no se negó a dar ninguna de las batallas que se le presentaron. Y es normal que haya heridas, habiendo dado tantas peleas.
Vuelvo al comienzo: una gestión así, en cualquier momento de la historia reciente del país, es un desafío. Con Milei en el gobierno, y con una sociedad harta de la política tradicional, era quimérico.
Las preguntas del primer día de la segunda mitad del mandato de Pullaro son incómodas: ¿ Cómo se acomoda su gestión a la coyuntura nacional sin alinearse a La Libertad Avanza ni al Kirchnerismo?
Y es ahí donde Pullaro encuentra su mayor dificultad. No es Milei, pero no reniega de la necesidad de salir del modelo populista que gobernó al país en los últimos 25 años. Y ese límite lo vuelve «indigerible» para quienes creen que las soluciones vendrán de la mano de los protagonistas del pasado, especialmente desde el Kirchnerismo.
«Demasiado progre para la derecha, muy conservador para los progres». dice un legislador oficialista en estricto off. Y no deja de ser toda una definición: Al gobernador no sólo le facturan los efectos secundarios de las reformas abordadas, sino que además le cuestionan la falta de alineamiento nacional con alguna de las dos corrientes dominantes.
El resultado electoral de Octubre, evidenció que en Argentina por ahora no hay lugar para terceras posiciones. Y menos, parece, para la razonabilidad política.




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