La situación de los trabajadores del diario Tiempo Argentino termina siendo una metáfora de los últimos diez años de este país, que incluyen estos siete meses de gestión Macrista.
Tiempo Argentino es, también, una marca que termina reflejando cómo la mala práctica política gubernamental tiende a creer que, más allá de los negocios, manejando medios o comprándolos, o subsidiandolos, terminarán siendo importantes a la hora de leer la voluntad popular en los escrutinios.
Así como Tiempo Argentino fue refundado por Garfunkel y Szpolski con fondos exclusivamente estatales durante el Kirchnerismo, en 1984 fue Enrique «Coti » Nosiglia, lider y principal operador de la entonces Coordinadora Radical, el que se encargó de comprarlo y ponerlo al servicio del gobierno de turno.
Ambos finales fueron parecidos. Terminaron los gobiernos, y con ellos el único dinero que les permitía funcionar. Y como pragmáticos que son, todos, se escaparon como ratas llevándose lo poco que quedaba en caja y abandonando a los trabajadores. Los vaciaron y se fueron, olvidando las románticas razones de sus refundaciones.
La diferencia quizás sea, que en esta oportunidad los trabajadores resistieron prolongando la vida del diario y el alimento de sus familias, en una Cooperativa de Trabajo.
Pasan muchos meses sin cobrar sus salarios, y organizaron un esquema solidario (junto a sus compañeros de Radio América) para garantizarse entre ellos, la supervivencia. Por eso, además de computadoras, cables, vidrios, y muebles, en la sede de Tiempo Argentino cuando ingresó la patota del «nuevo dueño», Mariano Martínez Rojas, había un almacén de alimentos no perecederos en uno de sus salones.
Tiempo Argentino resiste hoy a la tenebrosa acción violenta que arrasó con la redacción. Pero será difícil continuar si no hay alguna ayuda del estado para que sobreviva.
La policía «macrista» no hizo absolutamente nada por impedirlo. No había orden judicial. Se trató, claramente, de un allanamiento parapolicial. Sólo faltaron los Fords Verdes y las capuchas.
Aunque esta vez, no hubo silencio, ni hay temores para denunciarlos.
Los nuevos tiempos indican que deberán «salvarse los que indique el mercado», un esquema tan cruel como el de subsidiar y luego abandonarlos.
No deja de ser toda una ironía de nuestra historia, que Tiempo Argentino lleve ese nombre.
Su historia, la del pasado ochentista, la de la década ganada y la de este presente a la intemperie, explican de algún modo los tiempos de este país.