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Es una fiesta patria. Servirá, si, como un momento de reflexión. Aprovecharán las viejas y nuevas tribunas los dirigentes para sembrar su versión de las cosas. Pero no es más que eso.

Mañana, pasado con suerte, se apagarán las luces, se desmontarán los escenarios, se enfriarán los locros, se barrerán las cintas celestes y blancas que quedarán en las calles de las ciudades, y volveremos a lo nuestro.

¿ Y que es lo nuestro? La vida misma. La que nace en cada amanecer. La de las obligaciones para los que tienen trabajo. La de la búsqueda para los que no lo tienen. La de las carencias, la de las dificultades. La de las broncas y las alegrías. La de las controversias grandes y la de las otras.

La vida de un argentino es esa. Y claro que se mezcla con la historia. Pero eso no significa que la historia nos choque a diario, ni mucho menos. La historia ni se repite como un círculo, ni proyecta continuidades exactas . La historia es un proceso que vamos alimentando. A veces con interpretaciones malversadas, que se acomodan a nuestras necesidades discursivas; y otras, con un relato frígido, que no ofrece más que una lectura abillikenada de aquellos hombres y mujeres que dieron el paso hacia adelante. En un contexto, de independencias y luchas soberanas.

Belgrano, San Martin, el siempre ignorado Pueyrredón, y cada uno de los hombres que nos sembraron la historia de glorias inmaculadas, hicieron un país con lo que pudieron. En un mundo que era distinto al actual. En una sociedad que carecía de entretenimientos y deseos de acumulación. En el incipiente capitalismo que no conocía, todavía, de acumulaciones exageradas, ni de paraísos fiscales, ni de porcentajes de coimas.

Ni San Martín delegó nada en Rosas, ni Rosas engendró a Perón, ni Perón se reencarnó en Kirchner.

Ni Macri es,lamentablemente, la lucidez de la Generación del 80, ni representa los valores de Sarmiento.

No hay una historia que nos divida. Hay un presente que nos divide a causa de las necesidades y las prioridades que toman los gobiernos. Y en especial, hay negocios e intereses en juego a los que las divisiones exageradas le vienen al pelo.

Y hay un mundo turbulento en el que debemos acomodarnos para tratar de que las mujeres y los hombres que habitan este pais, vivan de la mejor manera posible. Sin pobres, ni niños descolarizados, ni hambrientos, ni hombres que elijan la violencia como modo de resolver sus asuntos, ni jóvenes que elijan ser soldaditos de los Capos Narcos para comprarse lo que creen que necesitan y que no comprarán si eligen estudiar o trabajar.

Un lugar donde los que más tienen paguen más. Y donde los que menos tienen, entiendan que es en el trabajo y el esfuerzo donde residen las fórmulas para vivir mejor.

Un lugar donde no  celebremos ni a multimillonarios que no pueden explicar su riqueza, en el nombre del «pueblo», ni a empresarios indolentes que usan al Estado para acomodar los números de sus propias empresas. Y que ambos, con discursos emotivos, justifiquen sus acciones en nombre del pueblo y el pais.

Ignorar que este país, es un país que se fue haciendo a base de inmigrantes hambrientos, de cruzas de sangres europeas e indigenas, de valores humanos que no tienen nada que ver con la Convención de los Derechos Humanos de la post Segunda Guerra. Creer que aquellos próceres pueden ser repuestos en este mundo y que permanecerían impolutos a las actuales controversias, es tan inútil como creer que con el sólo hecho de mencionarlos, se pueden sumar a nuestros propios deseos de reclutamiento sectorial.

Apenas 200 años y todavía no sabemos que somos, ni que queremos ser.

Discutimos hasta la propia fecha de nacimiento. Si fue en mayo de 1810, si en Noviembre de 2015 con Artigas, o si finalmente fue en el frío julio de 1816 en Tucumán.

Da igual cuando. Recién en 1860 nos pusimos Argentina como nombre. Incluso después de la Constitución Nacional. Y  en el 2060, no dejaremos de celebrar el bicentenario de la creación del Estado.

Lo que nos hace falta es terminar de hacer este pais. Y el error está en pensar que ya estuvo hecho alguna vez, o que cada vez que cambiamos de gobierno vienen a hacerlo de nuevo.

Bajemos las pasiones. Sinceremonos frente a la realidad.

Nadie es inocente de este presente, ni nadie lo será en el futuro, en la medida en que no aceptemos que somos un pedazo de territorio, con un pueblo que es incapaz de hacer esfuerzos ( no de pagar aumentos irracionales, no) para estar un poco mejor.

¿ Cual es el esfuerzo? Trabajar todos los dias. Ser ciudadanos activos. Entender que lo que pensamos no es la verdad absoluta y que a veces las diferencias son menores de las que creemos. Aceptar que somos todos diferentes, y que compartimos los mismos espacios, y que no hay etapas definitivas. Que sólo transitamos este pedacito de eternidad que es nuestro tiempo, y que lo mejor que podemos hacer no es ser heroicos sino generosos y solidarios.

No podemos insistir con esta especie de bipolaridad que no nos deja lugar para hacer un país, sino varios. Y en esa construcción bifída, ni siquiera empezamos a ser uno sólo.

Algunos se ofenden porque vino invitado el Rey de España. Los mismos que lo invitaron hace seis años cuando celebramos el bicentenario de la Revolución de Mayo.

¿ que importancia tiene ? ¿ que estamos discutiendo, 200 años después?

Hay un presidente que reclama honestidad. El mismo que puso a un  Ministro de Energía a ahogar a la clase media y a la Industria con un ajuste fenomenal, siendo dueño de acciones de Shell.

Ni los que están, ni los que estuvieron fueron capaces hasta ahora de cumplir con el principal objetivo de un gobierno: hacer que la gente viva mejor.

Eso no se hace con gestos, ni con mistica, ni con anuncios.

Se hace con políticas, a mediano y largo plazo. E instalando valores que sirvan de ejemplo y se multipliquen en la sociedad. Peleando contra la pobreza, no ocultandola o multiplicandola, jurando que después vendrán las lluvias de soluciones.

Eso es lo que necesitamos: hacer un país. No ceremonias.

Y los festejos, son sólo cáscaras.

 

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