Sale el sol, quiebra el frío de una tarde repleta de noticias crueles. Tan sencillo lo hace la naturaleza. Previsible, casi siempre. A eso estamos más o menos adaptados. Siempre habrá sorpresas, claro, pero al menos sabemos que hacer y que no.
Un poco de viento sur, frío. Nos abrigamos o nos metemos adentro.
Sol, y vamos al patio. No es tan difícil de saber lo que tenemos que hacer con el clima.
Con el hombre, no.
Pocas veces sentí tanta impotencia cómo cuando vi ese camión acelerar sobre la multitud en la Quai des États-Unis.
¿ Que le pasa a un hombre por la cabeza para matar de esa forma? ¿ cómo entró en su sangre tanto frío?
¿ Revancha? ¿ contra miles de inocentes que celebraban fuegos de artificios en una costanera de la Costa Azul? No lo entenderé jamás, aunque me sumerja en las razones que dicen los justificadores de siempre que tiene el terrorismo Islamita, vengando a sus muertos en oriente.
No eran ellos los que mandaron a bombardear ni a invadir a sus padres.
No habrá paz si alguien no dice BASTA.
«Ojo por ojo, y el mundo quedará ciego» dijo Ghandi, sin imaginarse que el mundo un día llegaría a este nivel de locura, donde individuos en nombre de un Dios que no saben si existe, se inmolan y matan.
No es el viento sur, no. No sabemos donde está el sol, ni cuando abrigarnos del terrorismo.
Y no podemos acostumbrarnos a eso.
Leo en Twitter a los justificadores de siempre: » El imperio se cansó de pasar camiones por encima de los afganos» ¿ y que tienen que ver los franceses que salieron a celebrar el aniversario de la Bastilla? ¿ que los propios musulmanes, creyentes del mismo Dios, que seguramente se encontraban en la multitud?
Quienes lo justifican no están dispuestos a soportar el dolor. No entienden que pueden ser ellos, sus hijos, sus padres los que pueden morir en esta especie de cacería sin cuartel, ni reglas de juego. No es una guerra. No hay ejércitos. No suenan sirenas para que se puedan esconder en los refugios. Nadie grita «primero los niños y las mujeres». Nadie protege en la corrida a los ancianos, ni a los inválidos, ni a los ciegos.
¿ A que clase de brutalidad estamos llegando que tenemos melancolía de las guerras? ¿ Es posible que hayamos llegado al extremo de exigir reglas para la muerte?
Pasa un día y Niza queda sepultada debajo del intento de golpe de estado en Turquía. Miramos con naturalidad cómo decenas de personas mueren en nombre de dos líderes que permanecen escondidos. Sabemos tan poco , pero eso no quita que empecemos a opinar rápidamente.
¿ Quien es Erdogan? ¿ quien es el predicador Fethullah Gülen? ¿ Fue él? ¿ fueron los Kurdos? ¿ el golpe es a favor o en contra del Estado Islámico? Caen militares y jueces, de a miles. Y aunque no tengamos nada que decir, más que maldecir la muerte televisada, vuelven a llegar los comentarios de los «Panelistas de la realidad» que trazan comparaciones y enseguida vinculan razones a la sinrazón.
¿ Cómo es posible que no sepas que hacer con tu vida y te pongas a explicarme en una linea el conflicto en Turquia y decir: «no se mucho, pero si hay un pueblo linchando militares quiere decir que eso está bien»?
El viento voraz que vuela los techos, tiene más sentido que tus palabras.
Las inundaciones son más explicables que la verborragia de quienes pretenden encontrar en el horror humano alguna razón de celebración.
Ningún tornado centroamericano puede ser tan cruel
Ninguna tormenta de arena en el Sahara
Ningún terremoto en Chile o en Japón.
Ni el Tsunami sobre Tailandia
Se vuelve a esconder el sol, la tarde se vuelve noche tan temprano en estos dias. Pero ya lo sabemos. Lo esperamos, sabemos como es. Las radios españolas hablan de una ola de calor en Europa. Aquí el invierno normalizó las cosas, y en la cordillera nieva en Julio.
Es el hombre el que ha dejado de ser previsible.
Son las religiones, las culturas macabras, la irracionalidad del resentido que cree que la muerte puede justificarse la que ha convertido al mundo en un lugar desolador y triste.