Hay mitos sobre la amistad. Uno de ellos dice que los amigos son los que están siempre al lado. Y es falso. Los amigos están cuando uno los necesita, aunque pasen veinte años sin haberlos visto.
Otra gran confusión es pensar que los amigos están obligados a comportarse de tal o cual manera con nosotros. Y no: los amigos, son precisamente amigos, porque tienen la libertad de serlo, aún haciendo lo que crean que tienen que hacer y resulte lo contrario a lo que nosotros esperamos de ellos. Lo corrobora el tiempo, cuando vino de por medio, te das cuenta que a pesar de eso, seguís teniendo las mismas ganas de charlar y contarte las cosas.
La clave es entender que la gente que efectivamente te quiere, no tiene necesariamente que modificar su mundo por vos. Vos sos apenas una parte de ese mundo. Y la obligación del amigo es una sola: evitarle problemas al otro.
Otro mito,familiar al anterior, es que los amigos son los que pretendemos imaginariamente como «buenos». Y es mentira: los amigos vienen, siempre, con un montón de defectos que nos hacen putearlos y maldecirlos. Del mismo modo que ellos lo hacen con nosotros. La amistad es, precisamente eso, quererlos aún así. Y consiste en decirles la verdad, siempre, aunque les rompan las pelotas.
Nada se parece más al concepto puro de amistad, que un tipo que te dice la verdad cuando el mundo que te rodea se mantiene indiferente a tus errores y defectos.
Si somos capaces de saltar esas fisuras, disculparlas- si hubiera razones- y olvidarlas, no existirán razones para dudar de la amistad. Si por el contrario, te gana el resentimiento o peor, la indiferencia, ya está: no sos amigo del otro y listo. Es un simple sinceramiento, que probablemente implique dolor, pero que a la postre… nos libera de relaciones innecesarias.
Y el mito final, es que no se hacen nuevos amigos de grandes. Otra ominosa mentira: las amistades nacen como nacen los amores. Y nacen a cualquier edad. Los amigos que nos dieron los años, corren con una obvia preferencia, pero hay amigos que se suman a la lista de afectos imprescindibles, en cualquier momento.
¿ y entonces porque somos amigos, los que nos decimos que somos amigos?
Creo fervientemente en la física y en la química. Uno es amigo de otro, porque lo elige entre una multitud de candidatos a amigos, y no hay mucha cuestión intelectual ahí. Es una elección mutua, sin que existan muchas explicaciones.
Los amigos se eligen en la infancia, en la adolescencia, en la facultad, en el trabajo , en los viajes, incluso en circunstancias casuales. Y sin lógica.
Son esos tipos a los que estás dispuestos a abrirle la puerta de tu casa a las cuatro de la mañana. A los que les soportás las borracheras pendencieras, a los que les escuchás las penas, a los que no dudas en salir corriendo para socorrerlo, sea cuando sea, estés haciendo lo que estés haciendo. Eso es espontáneo y absolutamente sensorial. No hay manuales ni razones. Es eso. Una elección casi salvaje, que nos imanta con otro, y que perdura.
Mis amigos saben quienes son. Los tengo de todo tipo. Están los «hermamigos»; esos que son como de la familia. Los que estamos al tanto de lo que nos ocurre cotidianamente. Los que forman parte del circulo chiquito. Los que no pueden faltar a los cumpleaños. Ni nosotros al de ellos. Los que, cerca o lejos, de manera real o virtual, nos sirven de palenque cuando nos bajamos un rato de la cabalgata alocada del mundo.
Tengo de los otros; de los que se conectan por mutua admiración, por intereses comunes. Y que a lo largo de los años se vuelven imprescindibles cuando algo anormal sucede. Esos a los que llamamos por teléfono cuando no comprendemos lo que pasa en el mundo. Y ellos te responden con la misma intensidad.
Tengo de los viejos amigos. Los que mantienen el códice del arrabal de la infancia. Los que te saben presente, aunque pasen años sin vernos. Pero con los que hablas como si te hubieras visto hace quince minutos, apenas te encontrás.
Y los que te regalan las actividades comunes. Los que te sorprenden con lealtades, generosidades y certezas, cuando las necesitas. Los que borran de un plumazo las relaciones de autoridad, para se pares siempre. Ocupemos el lugar que ocupemos, seamos jefes o empleados.
Así que Feliz día a todos ellos. No hace falta que los y las mencione. Ellos saben perfectamente quienes son, y un pedido:
Sigan haciéndome reír, emocionar, pensar, mejorar, burlense de mi, sigan llamándome a cualquier hora y desde cualquier país. Todos, me ayudan a ser mejor persona.
Bueno, eso también es un mito. Pero no tengo manera de refutarlo