«A simple vista puedes ver
como borrachos en la esquina de algún tango
a los jóvenes de ayer.
Empilchan bien, usan tupé
se besan todo el tiempo y lloran el pasado
como vieja en matinee.
Miralos, miralos, están tramando algo.
Pícaros, pícaros, quizás pretenden el poder»
Charly García, Serú Girán. A los jóvenes de ayer
Sus anécdotas sobre la ciudad de su infancia compartida con algunos otros que habían venido a Santa Fe a estudiar, estaban bien contadas. Todos los que cruzamos por su vida promediando los 80, le teníamos mucha estima.
El cariño que le proferían sus compañeros, antes de las traiciones, lo habían convencido de que era un buen actor. Y lo era. Pero una pequeña dificultad de dicción, lo obligaba siempre a arrastrar las erres, y los textos que repetía terminaban siempre resaltando el defecto.
En sus años mozos era una linda promesa. Solía compartir horas de café, vino y charlas de mujeres con hombres a los que divertía y emocionaba con sus gestos de afecto profundo.
Tuvo su paso de gloria por los escenarios locales, y alguna vez, gracias a la generosidad de su maestro amigo, se subió a algunas giras por España, Colombia o una minitemporada en Buenos Aires. Pero nada más.
La primera traición fue a su Maestro. Se quedó con un cargo que le correspondía.
Los años fueron pasando, su vestimenta fue profundizando sus deseos aristocráticos. Y lentamente, su cuerpo y su rostro envejecieron. Es un hombre mayor que apenas pasa el medio siglo.
Adquirió un innecesario uso de la mentira. Algunos creíamos que exageraba, pero con el tiempo fuimos descubriendo que de su cabeza surgían situaciones que él contaba como ciertas y que eran materialmente imposible.
Ya todo el mundo sabe que es un mitómano. Todos tenemos una inmensa mentira de él en nuestro anecdotario. Y a veces, los que todavía le dirigen la palabra, lo hacen hablar para ensanchar su mitología.
A eso le añadió malos hábitos. Y la mayoría preferimos tenerle piedad antes que el merecido desprecio, porque sus hábitos habían cambiado, y sus tormentas personales lo arrojaron a un infierno que, aún hoy, sale de su cuerpo a cualquier hora con un fuerte olor etílico.
Aún sabiendo que arrastra deudas morales que nunca podrá saldar, no duda en abrir sus brazos y fingir alguna carcajada, cuando se encuentra con cualquiera de nosotros.
Es un pusilánime. Sus reverencias a los superiores se parecen mucho a la de los perros falderos cuando piden atención.
Pero sus debilidades lo traicionan, y cuando a causa de vaya a saber que proceso químico, recuerda que sus falsías le proveyeron un cargo jerárquico, desata su furia conra sus «empleados». Los amenaza y les grita que les iniciará sumarios, como un personaje de Olmedo mal actuado.
Perdió brillo al hablar y no le queda nada del carisma que lo caracterizó.
Sólo le quedan los oropeles que le dieron sus traiciones.
Ninguno de sus verdaderos «amigos» de la «orga» lo ayudó, sólo le dieron cargos y soportan sus papelones públicos.
Nadie lo sentó jamás y le dijo la verdad. Nadie tuvo el coraje y el amor de protegerlo. A veces dan la sensación de que lo abandonan a su suerte, y que esperan que le pase lo peor, para reemplazarlo rápido. Así son ellos, así es él.
Nadie le explicó que el mundo que lo rodea, con suerte, le tiene lástima; pero por debajo mucho desprecio.
Pobre tipo el petiso. Ahí va con su maletín creyendo que es una autoridad.
Pobre tipo. Anda amenazando a los inferiores con sanciones porque, con nobleza y valentía, se animan a salirle de testigo de un juicio a un ex compañero.
Pobre tipo, che. Pobres, en general. No les queda nada, sólo sus cargos.