Conversaba con un amigo de toda la vida en una de esas esquinas de toda la vida, mientras disfrutábamos del primer mediodía fresco después de un interminable periodo de calor santafesino.
«A cierta edad ya no hay necesidad de andar ocultándose», le respondí a propósito de una historia que mi amigo acababa de lanzar en la mesa, entre las migas del pan que dejó el almuerzo, y las dos tacitas de café.
Y movió la cabeza, asintiendo. Con el brillo en los ojos del hombre que sufre tras haber tomado una decisión necesaria, pero dolorosa. Esas que se toman después de aspirar mucho coraje.
A esta edad, casi a mitad del siglo que nunca alcanzaremos a cumplir, no tiene demasiado sentido andar ocultándose en la noche para disfrutar de nada. Serrat supo definirlo para siempre con aquel «y no es prudente ir camuflado eternamente por ahi, ni para estar junto a ti, ni para ir a ningún lado»
A los cuarenta y tantos, y con la excepción de las obligaciones en las que se juega la vida de otros- especialmente la de nuestros hijos- uno tiene el deber de ser quien es y ningún otro. En una sociedad que juega permanentemente a parecer. En el imperio de la imagen y de las amistades por internet, siempre es mejor saber quien es uno y andar por la vida siéndolo. Así nos reconocemos, y los que nos importan, nos reconocen.
Testigos de submundos repletos de montajes, gestualidades estudiadas al milímetro, poses falsas, discursos que no dicen nada, mundos públicos sin correlación con los privados, cálculos diarios para pisarle el zapato al de adelante y que parezca un accidente, manifestaciones de angustias que no se sienten, cinismos profesionales, amores por conveniencia, mujeres y hombres desesperados por parecer; es recomendable correrse a un rincón de silencio donde podamos decirnos lo que pensamos de verdad. Y mirarnos al espejo antes de que dejemos de reconocernos.
Somos esto que somos, y nada más que eso. Lo demás, son anabólicos que inflaman artificialmente los músculos de nuestra profunda soledad.
«no es tan fácil», dijo mi amigo inconsciente de su propia honestidad y me preguntó cómo se hacia.
Y se me ocurrió pensar que hay una lista breve de cosas que no debemos olvidar jamás :
Decir lo que se piensa sin temores.
Ser sincero con piedad sólo cuando haga falta.
Mirar a los ojos cuando nos hablan
Ser amables aún en el desprecio
Hacer lo que uno quiere, y sólo lo que se debe cuando se trate de un asunto de vida o muerte.
Cumplir con nuestras propias demandas de satisfacción personal aunque en ello se pierdan oportunidades económicas.
Viajar todas las veces que podamos
Caminar las ciudades, mirar los paisajes
Escuchar la música que nos conmueve, no la que dicen que nos debe conmover
Leer aquello que nos atrapa, no lo que otros dicen que atrapa
Comer y beber todo lo que tengamos ganas, en la medida de nuestras posibilidades.
Juntarse con amigos todas las veces que se pueda
Jugar con nuestros hijos, sonreirles y estar atentos a sus demandas silenciosas
No abandonar a nuestros viejos, ser tiernos y comprensivos.
No maltratar a nadie, nunca, de ninguna manera.
Y recordar siempre, que somos lo que fuimos y que nunca dejaremos de ser aquello, aunque los años nos hayan regalado transformaciones.
Nuestro pasado es parte inoxidable de nuestro presente, y esto que somos hoy, será también lo que seremos mañana.
Ponerse la ropa que nos quede cómoda, admitiendo que tenemos el cuerpo que tenemos, más allá del esfuerzo que estemos dispuestos a hacer para cuidarlo, y aún a esta edad, modificarlo.
Reírse. Todas las veces que haga falta, sin temerle al ridículo
y llorar, sin andar pidiendo permisos ni dar explicaciones.
Darle a cada cosa la importancia que tienen. No dar por el pito nunca más de lo que el pito vale, y aceptar, con la debida resignación que otorgan los años, que sólo valemos por lo que somos y nada más que por lo que somos y nunca, por lo que tenemos o representamos.
Y amar profundamente lo que amamos, sin andar confundiendolo con lo que nos conviene.
Somos esto que somos y probablemente, con las frustraciones que quepan, sólo esto que alcanzamos a ser.
Y es mejor no andar exhibiéndose de otra manera, porque corremos el riesgo de ser descubiertos y sentir vergüenza de nosotros mismos, sólo por no aceptarnos tal como somos.
Yo ya no quiero ser otra cosa que lo que soy. No voy a perder tiempo intentando simularlo.
Es hora de volver a serlo.
( preparen los micrófonos, las redacciones y el estudio. Ya voy)
Un salto de fe. Pero esta incertidumbre sabe distinta.