¿Cuanto tiempo es suficiente para tener perspectiva de uno mismo? ¿cual es la medición que nos permite mirarnos en el pasado con suficiente certeza? ¿ cómo se convive con el pasado cuando contradice nuestro presente?¿ cual es la linea, el porqué, el límite que nos divide entre aquello que fuimos y esto que somos?

No es una reflexión existencial, ni relgiosa, ni moral. Se trata de saber, mas o menos con claridad, en que momento dejamos de ser lo que eramos para pasar a ser lo que somos, sin que debamos negarnos o falsearnos hacia el pasado para justificar nuestro presente.

Se trata de convivir con el presente sin que el pasado nos haga ruidos insoportables.

Se trata de no temerle ni avergonzarse con el pasado. De unificarlos, y en esa instancia, saberlos compatibles y sinceros. Se trata de no tener que darnos explicaciones que nos justifiquen o nos excusen.

La coherencia no es un valor “per se”, siempre que la incoherencia no nos obligue a saltar agujeros negros que nos incomoden. Siempre que podamos explicarnos con serenidad y paz, los cambios que tuvimos

Eso.  Se trata de convivir con el pasado. Y si es posible, levantarlo como una bandera que nos enorgullezca. No como una reconstrucción funcional a nuestro presente.

Hay hechos, circunstancias, casualidades, oportunidades, en fin, situaciones posiblemente azarosas, que nos modifican el rumbo. Pero no modifican el pasado.

El tema es bancarse moralmente esas circunstancias. Y hacerse cargo de ese pasado sin sentir vergüenza de él. O del presente, sin tener que darle explicaciones al pasado.

No somos sólo el pasado. Ni tenemos que serlo, en la medida en que podamos explicar el trayecto sin bajar la mirada.

El respeto que importa de verdad, es el que nos tengamos a nosotros mismo cuando nos miramos hacia atrás y en el espejo, sin que nos encontremos siendo otros. Sin reconocernos, sin poder explicarnos a nosotros mismos lo que somos y como fue que terminamos siendo esto o aquello, que en cierta medida no termina de encajarnos si no es con forceps o excusas pragmáticas.

Cada uno es lo que es. Y lo que fue también.

Cuando lo que fuimos y lo que somos se llevan bien, encajan, se reconocen, no hay problemas.

Somos el barrio, la escuela, la calle donde jugamos, la facultad, las ideas, los libros, el cine, los amigos, las familias, los amores, nuestros padres, nuestros hijos.

Fuimos fanáticos de un club, claro y seguimos siendolo. Pero si descubrimos que los resultados fueron manipulados en una oficina, si sabemos que el árbitro estaba comprado, o que un jugador se hizo el gol en contra adrede, es muy dificil que no se apague el candor de nuestra pasión.

Fuimos pasionales en política y creimos  que la realidad era lineal y sencilla, y una vez que descubrimos que los cambios no son una botonera, es probable que nos hayamos vuelto más moderados y pacientes.

Lo que no puede cambiar, lo que no debe cambiar, es nuestra mirada sobre el hombre.

Si cambiamos de ideas, debemos explicarnos porque.

Fuimos adolescentes que nos enamoramos del Fidel, si. Pero una vez que supimos que Fidel traicionó a Camilo, al Che y quiso detonar la tierra con misiles, es muy dificil seguir siendolo. Es razonable que dejemos de serlo.

Hay dos generaciones que se creyeron stalinistas. ¿ se puede seguir siendo partidarios de un genocidio? Hubo una generación que creyó en la violencia como modo de cambiar la realidad. ¿ se puede seguir pensando eso, en un contexto diferente? No. La realidad cambió, y se entienden los cambios.

El tiempo es el que determina, porque nos ofrece una persepctiva distinta del mundo.

Allí los que no cambian tienen un problema, no los que cambiaron. Allí no cambiar, supone traicionar al democrático que decimos ser.

¿ Pero se puede cambiar sobre realidades que no cambiaron?

En Argentina la dictadura fue un genocidio, y aunque se puedan discutir (en vano) cifras y responsabilidades, no se puede dejar de decir que fue un genocidio. Porque eso no cambió. Hubo un sistemático procedimiento estatal de persecución, torturas, homicidios, desapariciones y robos de bebes. No se puede cambiar la mirada sobre eso, porque no cambió. Y si se cambia, es porque no nos importó nunca. Y solo fuimos oportunistas

En Santa Fe hubo realidades que persisten, aunque el tiempo haya pasado. Hubo gobiernos democráticos que fundieron un banco para privatizarlos ,  gobiernos que no hicieron las obras que debían hacer y que dejaron inundar a 150 mil santafesinos. Hubo gobiernos que fusilaron a dirigentes sociales, que reprimieron a organizaciones sindicales, que devastaron los salarios docentes, que descontaron las jubilaciones.  Y por ahora, son impunes.

Eso fue así, y si seguimos pensando que fue asi, no hay ninguna explicación coyuntural que nos justifique aliarnos a los responsables. Y alli hay dos posibilidades: o traicionamos al que fuimos, o siempre fuimos eso y lo estuvimos ocultando.

Si dejamos de creer en el hombre como centro de nuestras preocupaciones, de nuestras obligaciones y nuestro deber ser; y empezamos a pensar en nosotros mismos, o en los intereses de nuestro grupo por encima de cualquier otro valor… Ahí si que cambiamos. O en todo caso, dejamos de ser lo que fuimos, o peor: nos sinceramos.

Que sigamos siendo creyentes o católicos, unionistas o colonistas, radicales o peronistas, optimistas o pesimistas; no implica que sostengamos valores. Son cajas que nos clasifican sin darnos ninguna identidad real. Son tatuajes, y como tales, sólo nos identifican en la piel. No por dentro.

Ninguna “identidad” colectiva que permanezca nos identifica. Lo que nos identifica es lo que somos frente al otro. Lo que efectivamente somos cuando nos toca elegir lo que vamos a acompañar. No hay colectivo que nos obligue a ser, o a hacer. Somos nosotros los que decidimos a que colectivo nos subimos, y de cual nos bajamos.

Defendemos  o no a las víctimas. Gobernamos para empobrecer o para ser más justos. elegimos a quien beneficiamos y a quienes perjudicamos. No se puede decir que estamos a favor de la Justicia social, si admitimos recortes en las pensiones sociales ( o los justificamos antes de que se arrepientan) y defender la quita de retenciones a las mineras.

No se puede seguir bancando el impuesto a las ganancias a los jubilados y no reclamar con contundencia una imposición a la renta financiera.

No se puede repudiar a los corruptos ajenos y hacerse el boludo con los propios. Porque lo que importa ahí no es la corrupción, sino quienes son los corruptos, como si debieran diferenciarse.

Las diferencias entre lo que fuimos y lo que somos, no están en los stikers, sino en nosotros mismos. Cuando aquello que debe importarnos, ocupa un lugar menos importante. Cuando nuestro futuro personal es más importante que el futuro de cualquier otro. Cuando nos mostramos capaces de traicionar, ocultar o modificar al que fuimos y por supuesto, a los que nos rodean.

Todo eso que fuimos es lo que somos. Y lo único que no encaja en todo eso, es lo que no podemos explicar.

En cambio, cuando lo que fuimos nos incomoda al caminar. Nos enoja, nos obliga a justificarnos, hay dos posibilidades: o somos y fuimos impostores, o somos eso y siempre fuimos eso.

No cambiamos. En todo caso , nos descubrimos. Somos lo que siempre fuimos, pero sin el velo.

El poder, la ambición y el dinero no nos cambian, solamente nos delatan.

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