Empezó la campaña, formalmente,claro. Empezaron los afiches en las calles, legalmente,claro. Y empezará el aturdimiento que generalmente conspira contra la libertad del ciudadano de elegir con serenidad sus opciones.

La sobreoferta genera una tormenta de colores y frases trilladas en la mente del tipo común,que suele llegar al final de las campañas con una sensación de hastío que resulta comprensible.

No faltarán quienes,interesados por caerle bien al cansancio medio, rendirán pleitesía al presunto «sentido común» y desde el vamos- mientras se preocupan por cobrar cuidadosamente sus pautas electorales-hablarán del «gasto innecesario», de los abusos del sistema, de la exagerada participación de listas, y frases por el estilo que caen bien en el ciudadano despolitizado y harto de la realidad. Pero que resulta el primero en levantar el dedo acusador cuando de reclamarle a la política se trata.

Lo que viene, guste o no, es el ejercicio más puro posible de la voluntad popular. En un sistema mejorable, claro, con ciertos atrasos de mecanismos (¿ por que no aplican todavía la boleta única a las elecciones nacionales?) y con aprovechamientos varios, que van desde la utilización del sistema por parte de ignotos dirigentes que aprovechan para cobrar los recursos que el Estado destina a  quienes se presentan, o la inutilización  que hacen otros del sistema, evitando en las PASO, las contiendas internas.

El mundo no conoce todavía, otra manera de elegir a sus gobernantes más justa que el voto secreto,universal y en nuestro caso, obligatorio.Lo demás,es gobiernos de minorías que suelen retener el poder a base de violencia, ya sea por derecha o por izquierda, dejando la designación de sus gobernantes, en manos de una aristocracia que se supone la indicada para hacerlo.

Así que no tantas quejas, ni tanto reproche. Que lo que va a pasar,sigue siendo un mal necesario. Y que lo se pone en juego no es una tontería: sino el futuro de la vida de la gente. Y es esta, la oportunidad más concreta de opinar. En la soledad del cuarto oscuro y libre de cualquier presión puntera ( ahora me refiero a la boleta única que se usa en Santa Fe) o al menos intentando hacerlo libremente.

A convocar a la gente a votar. A seducirlos con propuestas. Y bancarse los debates de ideas. Que hay muchas, que son distintas, y que siguen significando en los hechos, maneras diferentes de gestionar la cosa pública, y con ello la manera de vivir de cada uno de nosotros.

Las cartas en la mesa, y no hay demasiados secretos.

En nuestra provincia lo que se discute es mucho: si somos o no independientes de las decisiones centrales que se toman en Buenos Aires. Si somos capaces de ofrecer alternativas a un modelo económico que cada día genera más pobreza. Si somos capaces de castigar al corrupto, al inepto, al inmoral, al tramposo, al autoritario y al mentiroso.

Si ejercemos o no, nuestro derecho a veto sobre las políticas que no nos gustan, o si por el contrario, somos capaces de defender a conciencia y distinguiendo el peso de cada cosa, lo que nos parece que está bien y que hay que profundizar.

O lo menos probable: si efectivamente descubrimos algo nuevo que no esconda, como en tantas otras oportunidades, engaños basados en promesas incumplibles.

Por lo demás, a defender al sistema. Desde cada lugar que corresponda.

Que ser democrático demanda un enfático discurso,si, pero también un compromiso en las acciones.

A la campaña, a rodar en ella. Y a no olvidar que en esta, todos somos iguales. Y que da lo mismo el voto del multimillonario que el del pobre más pobre.

Ahí, radica la justicia del sistema. Ahí, precisamente ahí, radica, el valor del ciudadano.

 

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