No importa quien vaya a pagar las consecuencias de los platos que rompe el señor. Lo importante es que el Señor confíe en ellos. Aunque el señor decida que los propios vecinos de los recaderos se van a quedar sin trabajo. Ellos lo aplauden y dicen con cinismo «que no hay motivos para preocuparse» porque después, dentro de un tiempo, en el segundo semestre, en el próximo año, o en el plazo que los planetas decidan alinearse,»las cosas van a mejorar».

No tienen plan, ni programa. Se limitan a vestirse y repetir lo que el Príncipe les pide, y si el Príncipe les pide que traicionen a su gente, lo hacen. Porque en el algún momento el señor los premiará con cargos, viajes en comitivas o delegaciones que los beneficiará personalmente.

Ellos no hablan, hablan por ellos. Y si les tocara hablar, se limitarán a referirse al príncipe. En el mismo tono, con la misma pobreza lingüística y argumental. Saben que hay más pobreza, más desocupados, que cierran fábricas, que el Príncipe no cumple con la palabra empeñada, que no manda la ayuda a los tamberos inundados, ni los sueldos a las empresas salvadas, ni a las cooperativas que se niegan a repetir las historias de otras que terminaron siendo apenas boca de expendió de fábricas europeas.

Saben que el Príncipe no le paga a su propia provincia lo que les adeuda, y saben, sin chistar, que mientras eso ocurre, destina fondos a las provincias que se arrodillan ante el Señor, repitiendo los métodos que reprocharon durante la campaña electoral.

Saben, que defienden lo indefendible. Y cuando alguien se los reprocha, azuzan con el pasado, como si todos fuéramos cómplices. Como si el miedo fuera la única herramienta que conocieran para refutar. y mienten. Y eufóricos celebran las mentiras de una mitómana que viene a defender lo que ellos mismos son incapaces de defender, porque no los conoce nadie, porque por sus propios medios , lo saben, serán incapaces de cumplir con los dictados del Principe.

Y se revuelcan en cualquier estiercol con tal de sumar voluntades. Y mienten, porque ya les explicó el asesor del Principe que «No importa si es cierto», asumiendo que la verdad ha dejado de ser un valor. Otro valor que se les cayó de la estantería; como sus ideas, sus honores, sus pasados y sus coherencias.

Mientras el Principe y sus CEOS, desatan una tormenta de desocupados, inflación sin fin, beneficios para los que siempre son beneficiados- parientes y amigos incluidos- , mientras pactan con el pasado para que les hagan el juego » de nosotros o el abismo», mientras importa los que no hace falta importar con la vieja excusa de los precios y ultiman a miles de Pymes que cierran o despiden. Mientras ensanchan la brecha y los sueldos cada día valen menos. Y la gente deja de consumir, y la economía se paraliza, ellos lo celebran.

Porque les queda el miserable sueño de un cargo, una silla cerca del Principe en algún acto televisado, un lugar en los paraguas franceses mientras la gente se moja, en fin… Mientras la gente se moja, ellos se preocupan por quedar debajo de los paraguas, en foco dentro de la selfie que parece espontanea, pero que no lo es: como nada de lo que hacen lo es. Porque todo es cáscara de marketing que necesita mostrar lo que no pueden mostrar naturalmente. Porque no existe.

Los recaderos hacen lo que les piden que hagan, y nada más.

Muertos en vida, han jugado el pleno de la vergüenza a una elección, burlándose del destino de sus representados.

Por suerte quedan las fotos, las promesas, los recuerdos en la web. Las eufóricas celebraciones de las mentiras del Príncipe o las Princesas. Y llegará la hora, más temprano que tarde, en la que deban dar explicaciones a sus pares.

Porque han  convertido la nobleza de la representación pública, en el ejercicio más bochornoso de recados que recuerde nuestra provincia.

 

 

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