Sábado a la mañana. Un muchacho de unos 20 años toca el timbre de casa con su hijito al lado. Piden «algo que me ayude». Mi mujer me alcanza un paquete de ravioles frezados. Al pibe le cambia la cara. Nada de desprecio, nada de pedido de dinero: el muchacho sonríe y agradece con alivio.

Pasan diez minutos y un carro a caballos estaciona frente a mi casa. Mis perros ladran con furia, y en el medio del ruido alcanzo a escuchar otro pedido: «¿tiene algo?»  otro muchacho, cuya edad no alcanzo a presumir porque lleva gorra. Enfrente, su compañero toca timbre en la casa de mis vecinos.

La tarde del viernes había sido igual, con algo menos de intensidad, pero con una imagen espantosa : desde mi ventana alcancé a ver a una mujer abrigada, con dos hijos adolescentes, suficientemente vestidos , revisando la basura de un canasto de hierro común del vecindario. La nena, de unos 12 años, se ponía unos guantes de nailon mientra abría las bolsas con cuidado y empezaba a separar lo que podría servirles. Mis perros les ladraban. Salí a la calle a pedirles que no hicieran eso. Que yo prefería ayudarlos. La señora le ordenó a la hija que dejara de hacerlo. Mientras tanto, entré a casa y busqué un paquete de arroz y otro de fideos. Lila, la señora que nos ayuda en casa, me agregó un litro de leche larga vida. Esas que solemos guardar en un depósito, y que mis hijas suelen sacar sin mirar de donde las sacan. Como es normal que ocurra en las casas de clase media. Donde tenemos lo que comer cada día.

Cuando salí a la calle, la mujer me esperaba, pero sus hijos habían seguido camino, hacia otros canastos. Yo le di la ayuda. La señora me agradeció pero me pidió dinero para comprar una garrafa. «el problema es que no tengo como hacerlos» me dijo, mientras me mostraba la bolsa que contenía los dos paquetes que le había dado. Le pregunté cuanto le salía la garrafa y ella me dijo «250 pesos». Yo le respondí que era más barata, que había garrafas sociales, que tenía que conseguir a menos precio. Y la señora me explicó que «ya la gastamos a la de este mes, y nos dan una por mes a 135». Después, tenían que pagar el precio normal.

La señora cobra cuatro Asignaciones Universales, me dijo. Algo menos de 5000 pesos por mes. En su casa viven siete personas. Su marido hace changas. «A mitad de mes ya no tengo plata» me dijo sin ninguna vergüenza. Yo si la sentí. Metí la mano en mi bolsillo y le di un billete de 200 pesos. Es lo que suelo darle a mi hija cuando se va al McDonalds con las amigas. Lo que sale una entrada al cine. Lo que gasto en una botella de vino cuando me invitan a comer. La mitad de lo que pago para que me corten el césped. Sentí vergüenza por todo eso. Y por algo más: 200 pesos es menos de  una quinta parte de lo que pago por una bolsa de alimentos para mis perras.

La señora se fue, y al cabo de un par de horas, otra señora tocó el timbre de casa. Con algo de fastidio y pena le expliqué que no. Que ya había ayudado. Que no podía. Su cara de reproche cortó el viento frío que me daba en la cara.

Lo que relato se ha vuelto, de nuevo, cotidiano. Las reacciones de los vecinos, suelen ser disimiles. Pero esta mañana de sábado, cuando salí a pasear a los perros, el tema se convirtió en obligatorio de charla con uno de mis vecinos y coincidimos: «Está peor, todo». Los dos habíamos sido testigos del hambre en la puerta de nuestras casas calefaccionadas por gas natural. Ambos habíamos asistido a personas que, efectivamente, no tienen para comer. Y ambos hicimos cálculos de lo que nos costaba vivir hoy, y lo comparamos con lo que nos costaba hace no mucho tiempo atrás.

¿ Como hacen ellos? No lo se. Un presupuesto mensual de una «familia tipo» con dos  trabajadores en casa , no baja de 20 o 30 mil pesos mensuales, sin demasiados lujos. La compra mensual del supermercado se lleva una cuarta parte de eso. La nafta, los gastos escolares, los costos de la casa, los impuestos, los servicios y en muchos casos, una obra social, rápidamente dejan sin restos a los bolsillos.

¿ Entonces cómo hacen los que no pueden pagar más de una garrafa por mes? ¿ cómo viven los que no pueden pagar medicamentos? ¿ cómo sobreviven los que no tienen trabajo? ¿ de que viven los que cobran la mínima, y no tienen familiares que los ayuden? ¿ cómo se vive, si no se cuenta con lo indispensable para poder vivir?

No se trata de echar culpas, porque no sobrevive nadie en la distribución. Se trata, en todo caso, de poner de nuevo el foco en el hombre y la mujer, en la necesidad de que esos que vemos en la calle rompiendo bolsas de basura para comer, no tengan necesidad de hacerlo. Se trata de garantizar lo mínimo indispensable para sobrevivir. Y hoy, estamos viendo que eso, está cada vez más lejos.

De nada servirán las cuentas cerradas, si en el intento de cerrarlas le hacemos pagar el costo a los que cada día tienen menos.

Mientras la lógica siga siendo estudiada en despachos lujosos, mientras los números sociales sigan las reglas de una plantilla de excel, mientras se insista con que «hay que estar peor ahora, para estar mejor después», cada día habrá más chicos buscando comida en los restos de nuestras basuras. Y en esa búsqueda desesperada, morirá la dignidad y cualquier valor que uno pretenda reclamarle a ese chico.

Una sociedad con un 35 % de pobres, con un 60 % de sus chicos bajo la linea de pobreza, no puede jactarse de estar construyendo ningún futuro.

Si cierran fábricas, si aumenta el desempleo, si la inflación se come el poder adquisitivo de los trabajadores, si se libera la importación de productos que se producen en el país, si la carga impositiva asfixia cada día más, si los «ricos» que cobran algo más de 20 mil pesos tienen que pagar «adelantos de ganancias» que no saben si tendrán, si los servicios cuestan cada día más, si pagamos la leche mas cara del mundo, si el estado no interviene, esperando que la mano invisible del mercado ponga las cosas en su lugar, si siguen pensando que alguna vez será el derrame de los ricos el que le permitirá a los pobres salir de su indigno lugar, si los recortes del maldito gasto público pasa por sacar beneficios a los discapacitados o a los  jubilados de PAMI, en fin: si la lógica sigue siendo  la concentración del poder económico permitiendo las grandes fusiones, y el sueño de las «grandes inversiones extranjeras que van a llegar» no hay ninguna razón para creer que la situación vaya a cambiar.

Podemos compartir que no es la consecuencia exclusiva de las políticas de esta gestión nacional. Y que muchos de los que reclaman soluciones, han sido responsables del estado de situación. Podemos coincidir en la necesidad de purgar la corrupción estructural,  e incluso podemos coincidir en que los 12 años de Kirchnerismo no solucionaron ninguno de nuestros problemas estructurales. Si, podemos coincidir en todo eso.

Lo que no se puede concebir, es que crean que este es el camino a alguna solución. Porque la situación está definitivamente peor, mucho peor. Y las consecuencias son devastadoras.

No se puede hablar de futuro, profundizando la pobreza en el presente. Nos están mintiendo, y se empieza a ver con claridad en la calle. Lejos de los piquetes de las Organizaciones sociales que cortan calles, lejos de las banderas, bien lejos de cualquier uso político partidario.

Se trata de quedarse en casa un rato y esperar a que toquen el timbre. Ahí lo vas a ver con claridad. ¿ vos no lo ves?

 

 

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