Caen los ex funcionarios presos. Las cámaras de televisión se agolpan para tomar las imágenes que muchos soñaron durante años. En algunos hogares se celebran como goles. En otros, se insulta y algunos se atreven a hablar del «fin del estado de derecho».
Las mismas reglas, los mismos jueces, la misma sociedad.La diferencia es el cambio de mando. Unas elecciones de medio término que le dieron a un gobierno constitucional la misma fortaleza que otras elecciones le dieron a otros gobiernos. Y entonces, los mismos jueces que antes pisaban las causas ahora las desempolvan y con la serenidad de saber que sus acciones, al igual que cuando las pisaban, responden a las necesidades políticas del momento, hacen todo lo contrario.
¿ Es una novedad? No, ni mucho menos. Argentina vio a un ex presidente preso por corrupción. Lo vimos a Menem detenido, y nos pareció normal. Tan normal como su impunidad durante los diez años de su mandato. Lo mismo nos ocurrió con el Kirchnerismo. Era normal la impunidad, tan normal y obvio como que ahora, una vez que el Macrismo se aseguró dos años al menos de estabilidad política, será normal verlos detenidos con pomposos cascos y esposas, a quienes hasta hace dos años parecían intocables.
¿ Que es exactamente lo que hace que las cosas funcionen así? Es el único que tema que no abordamos como sociedad y es el único tema que debería preocuparnos: la burda dependencia del poder político.
Decir que las detenciones de De Vido o Boudou ponen en riesgo el Estado de derecho es una infamia. Porque lo mismo ocurría con las acciones del ya casi olvidado juez Oyharbide o las absurdas interpretaciones del hiper kirchnerista Juez de la Corte Zaffaroni.
Y entonces los que hoy se lamentan y braman, se reían. Y entonces los que hoy celebran con burlas las detenciones, se enojaban con razón. Y nada es más absurdo que acomodar los humores políticos a las sentencias judiciales. Los jueces deberían actuar de la misma manera en las mismas circunstancias siempre. Y los que hoy se rebelan ante el presunto abuso del poder judicial, deberían en principio reconocer que los mismo que ocurre hoy ocurrió durante el menemismo, y el Kirchnerismo.
La tragedia no es la suerte judicial de los ex funcionarios detenidos, ni el show mediático que se monta alrededor de ellos. La tragedia es asumir como natural que a diferencia de Brasil con el Lavajato como ejemplo , la justicia sólo funciona a favor de los que ostentan el poder político.
Cualquier argumento ideológico que pretenda definir las detenciones de los ex funcionarios como «irregulares», debería contemplar que más del 60 % de los presos de todas las cárceles argentinas no tienen sentencia firme y están presos. En algunos casos, cumpliendo condenas anticipadas.
Nuestro desprecio por la decencia es el huevo de la serpiente. Una sociedad que mira con displicencia el accionar inmoral de sus funcionarios o los justifica como medios para fines superiores, antes la Revolución productiva, después el «modelo», ahora «el cambio definitivo», es una sociedad que teje concienzudamente a sus jueces también. Porque esos jueces son designados por los dirigentes que elegimos. Y porque esos dirigentes que elegimos, los elegimos nadie los elige por nosotros o si, pero no nos importa demasiado.
La democracia, tan en crisis como vigente, tiene mecanismos que hacen posible un funcionamiento regular de las instituciones. El problema no es la democracia, el problema somos nosotros. Que nunca establecemos reglas de juego, y sólo las aceptamos cuando nos convienen.
¿Alguien sensatamente puede pensar que Boudou es un preso político? Nadie. Salvo que convenga. Y no puede ser que las cosas se acepten sólo y sólo si nos convienen.
Es verdad: hoy el corazón de la justicia argentina responde a las necesidades del gobierno de Mauricio Macri, nadie con medio dedo de decencia debería siquiera dudarlo. Pero también es verdad que funcionó del mismo modo para proteger a los funcionarios Kirchneristas, mientras tenían poder.
Las cuitas que en el pasado o en el presente vayan generando los funcionarios de Macri, por obscenas que sean, por flagrantes que sean, serán «operaciones de prensa» hasta que pierdan unas elecciones.
Lo que de verdad debería indignarnos es el funcionamiento pendular del poder judicial, y no los efectos políticos y selectivos de ese funcionamiento.
La solución, siempre, pasa por asumir con suma crueldad, nuestras propias responsabilidades cívicas. No podemos quejarnos de lo mismo que disfrutamos.
Eso le pasa al Kirchnerismo hoy. Debería aprenderlo, para no volver a repetirlo.
Y sí, amigo Osvaldo, es así. Por estas razones que decís, el mundo nos sigue insertando al juego global pero como fichitas de dominó, como un país endeble, corrupto, con el que pueden jugar, para aprovecharse de que hay delincuentessobornables protegidos por la Corte Suprema. ¿Estigmatización??? No! Solitos nos hacemos la fama, con coherencia y continuidad. Y todavía hay muchos argentinos que se jactan de esta identidad «ganadora, avasalladora», que en realidad es hipócrita, enfermiza, forrrra y condenada al fracaso…