Hace algunas horas alguien me acusó, por privado, de ser una «mala persona». Lo curioso del asunto es que la calificación se dió en un contexto virtual, y provino de alguien que hace muchos años, muchos, no forma parte de mi vida cotidiana. Ni personal, ni profesional. Y nuestro único «vinculo» es un esporádico encuentro en muy pocos lugares de los que uno pueda denominar «comunes», y claro, cómo se volvió natural en este país, en algunas- muy pocas- discusiones vía redes sociales. Y con diferencias políticas, anchas.

Al principio, como suele pasar con esta clase de aseveraciones extremas, uno suele molestarse. Y lo que suele sucederle al enojo, al menos en mi caso, es la búsqueda de la reacción. Y si quiero ser extremadamente sincero, de una respuesta que duela.

Afortunadamente los años no vienen en vano. A pesar de que seguimos cometiendo errores en la calentura, lo cierto es que la edad, la «maldita madurez», nos va enseñando que mejor es pensar en otras cosas-  un sacramento en mi lucha contra la ansiedad- y ponerse a hacer algo que produzca mejores sensaciones. Ahí cabe casi todo: desde salir a caminar, ayudar a tus hijas, jugar con tus perros, experimentar jardinería ( un asunto novedoso y por lo que descubro, común en gente de mi edad), leer, jugar en la PC, o directamente afrontar cualquier mandado laboral u hogareño que solemos postergar de puros haraganes.

Así pasa el tiempo. Y así, uno limpia la cabeza, enfría la sangre, y mira en perspectiva la dimensión del asunto. Entonces, pensé:

Por desgracia nunca le esquivé a la exposición pública- una buena manera de joderse la vida- y soy de ese ejército de mujeres y hombres, que solemos cargar con la mirada del otro, y sus prejuicios, con una facilidad asombrosa.

Además, por si me hubiera faltado algún aditamento, suelo ser franco en lo que pienso, no escondo mis convicciones y reacciono, si, reacciono, cuando en los asuntos públicos hay asuntos que me parecen que merecen mi apoyo o mi defensa. Nada nuevo. Hace más de 20 años que lo hago, y aunque me equivoque, como todos nos equivocamos, no dejo se tener esa necesidad, porque entiendo- sin sobreestimar – que cómo me dijo no hace muchos años un gran periodista, tengo cierta facilidad para mirar los temas, y ofrecer una síntesis. No más que eso.

Eso, me hizo ganar enemigos, claro. Los enemigos suelen dividirse entre los que se merecen y los otros. Estos últimos suelen ser invisibles a nuestros intereses o más, no tienen envergadura para dignificar una enemistad. Los peces chicos al agua, aprendí. Y que naden y se alimenten hasta merecer ser pescados.

Los enemigos que se merecen, son en general, gente respetable o lo que, a veces equivocadamente, llamamos «gente importante». La gente , en estos tiempo, suele ser importante cuando ostentan poder. Y ese poder, político, económico, o directamente criminal, merece nuestra atención.

A los enemigos que «se merecen», a esos a los que solemos prestarle atención, no necesariamente los vinculamos a categorías afectivas. Los enemigos, los que uno se ha ganado, pueden ser buenas o malas personas. Y no importa eso a la hora de confrontarse en el terreno de las ideas o de la política.

Las posiciones ideológicas de las personas no definen su condición humana. En mi vida he conocido gente muy digna y honorable en sus discursos públicos, que les pegaban a sus mujeres, o que estafaron a sus socios, o que se enriquecieron ilícitamente, o que se negaron a reconocer a un hijo, por citar ejemplos al azar . Por el contrario, he conocido gente en las antípodas de la corrección política, con posiciones ideológicas reprochables, dando muestras en situaciones muy difíciles, de ser gente honorable. De poner la cara frente al error, de afrontar sus responsabilidades, o  de defender a otros en las antípodas de su ideario, por considerarlo justo.

He conocido hijos de desaparecidos de la dictadura, que inventaron nacimientos falsos para beneficiarse políticamente.

Y he conocido gente de derecha, muy solidaria y generosa con el prójimo.

Las ideologías,las posiciones políticas, los argumentos que uno tenga frente a determinados hechos de la realidad, no hablan de nuestras condiciones humanas. Casi nunca, aunque parezca paradójico.

Uno puede levantar las banderas de la revolución socialista, verse reflejado en héroes patrióticos, hablar con mística de compromiso mortal, y ser un sinvergüenza.

La calificación entre buenos y malos, sólo es admisible en determinadas circunstancias. Que siempre están ligadas al conocimiento cercano. Nunca al prejuicio, nunca a la identificación ideológica, nunca a los comportamientos donde suelen existir intereses contrapuestos.

El Kirchnerismo instaló esa falsedad en la vida privada de los argentinos.

La peleas entre hermanos, amigos, vecinos o compañeros, a causa de las diferencias ideológicas – seamos más razonables,y digamos políticas y temporales- da cuenta de esta falacia: Los que se enojaron o se distanciaron, creyeron o creen ver en el otro, a un enemigo. A malas personas.

Y eso es absurdo. No es posible que la diferencia de miradas sorbe el mundo, defina la calidad humana del otro. Eso es tan sencillo como corroborar que Hitler y Stalin sostuvieron discursos diferentes sobre el destino y los ideales de la humanidad, pero los dos fueron genocidas.

Los buenos y los malos, no están definidos por sus ideas. Si fuera así, el mundo sería mucho mejor. No tengo dudas.

Yo me atrevo a decirle a la gente que es mala, sólo cuando puedo asegurarlo en asuntos estrictamente relacionados con mi propia vida o la vida de alguien cercano. Sólo cuando la extremidad de ciertas circunstancias me habilitan a hacerlo. Y será mala gente para mi, claro. No para otros.

Un amigo que traiciona, y cuando digo amigo, pongo énfasis en el concepto, es una mala persona. Pero para mi, porque fui el traicionado. Puedo decirlo, porque puedo contar esa historia dolorosa, porque cuando se pasa en limpio y el tiempo pasa, uno descubre que si, que efectivamente, el tipo ( o la tipa), eligió dañarte antes que no hacerlo. Eligió valores menos importantes que la amistad, y prefirió el camino del desafecto. Conmigo, no con todos.

Si no es un amigo, no hay lugar para  reproches. Si se trata de alguien cercano, si.

En cambio, cuando esas definiciones, provienen de quienes no tienen lazos reales ni cercanos con uno, si esos reproches se hacen ignorando los lugares que ocupamos cada uno, si esas clasificaciones ontológicas, prescinden de la importancia y la trascendencia de lo que está en juego- hablo de la cosa pública, claro- y la conclusión es «sos una mala persona», lo mejor es reírse.

La gente que se siente en condiciones de determinar, no solo la altura profesional de los otros, no solo la autoridad moral de los otros, no solo la corrección ideológica de los otros, sino que además, desde lejos, muy lejos, se atreve a sentenciar quienes son buenos y quienes son malos… que pasen de largo.

La mirada de los otros importa, en tanto nos importa esa mirada. Lo conveniente, y a eso lo van dando los años, es empezar a distinguir quienes importan y quienes no.

Y si, lo mejor, es alejarse de la mala gente. Para eso hay una sola solución: comprobar que lo son. Y en eso, ya lo dije, no hay ideología, ni banderas, ni compromiso con asuntos que puedan aparecer como heroicos. Simplemente comprobarlo en la propia piel, cuando tu mundo está en llamas, y algunos huyen  y otros, inesperadamente a veces, ayudan a apagarlo.

Allí, en esa circunstancias, en las malas reales, a medio metro del abismo, uno descubre quien es quien. Lo demás, es charlatanería pura. Pescados chicos, y sobre todo, inmadurez emocional.

 

 

Un comentario en «Las Malas Personas»

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