Durante diez años, el próspero empresario del juego , el petróleo y los medios de Comunicación, Cristóbal López, retenía los impuestos que debía rendir mensualmente a la Afip, y nadie le mandó una carta documento para reclamarle nada. Don López, dicen, se quedó con casi 10 mil millones de pesos. Una cifra que aún hoy, pasado a dólares, es impresionante: 500 millones.
En ese mismo lapso, un testaferro de Hugo Moyano, inexplicablemente dueño de la empresa de correos OCA (aquella de Yabrán) se quedó con otros 700 millones de pesos que le correspondían a sus trabajadores. A juzgar por la información que circula, el entonces jefe de la recaudación impositiva, Ricardo Echegaray, no molestó a ni al dueño ni a su prestanombre.
Lo mismo se sabe de Lázaro Báez y de la imprenta Ciccone, ya en manos de los amigos confesos de Boudou; a estos últimos si les cobraron. Pero en cómodas cuotas, algo más de 300, a un comodisimo 0,1 % de intereses anuales. Algo así como nada.
Esto es lo que sabemos, y sabemos, seguramente, muy poco.
Las consecuencias son, hoy, devastadoras: López a punto de dejar un tendal de 4 mil empleados en la calle. Oca, en riesgo de generar lo mismo. Y el Estado- léase Macri y los jueces ( casi todos los mismos de los tiempos de CFK)- en lugar de jugar al «bobo» como en los tiempos de Echegaray, juega al desentendido.
Es muy probable que tras la decisión de la Justicia de no permitir la venta del Grupo Indalo, este deba cerrar. Con todas las consecuencias que ello implica. El Estado, lejos de intervenir- cómo le corresponde en tanto defensor de los puestos de trabajo- prefiere dejar hacer al «mercado» y que se salve quien pueda.
Pero más allá de Macri, los jueces y la indolencia, vale subrayar una cosa: cuando cada uno de nosotros tiene un reclamo moral que hacer y una fundada indignación. No sólo pagamos los impuestos con celoso cuidado, sino que en algunos casos- el mío- fuimos victimas de acciones intimidatorias por parte del fisco K.
El malhumor de un diputado nacional ordenó un bochornoso operativo con nueve inspectores, a una empresa que no le debía nada y que sólamente no había encuadrado adecuadamente a sus trabajadores. Los trabajadores nunca habían reclamado nada, porque además, cobraban más de lo que correspondía por estatuto. Sin embargo la AFIP, estuvo al pie del cañón para cumplir con la orden del todopoderoso diputado, y disparó un misil que acabó en una multa imposible de pagar. Por eso, yo, el 16 de noviembre de 2014, decidí dejar la actividad periodística. Porque me habían hundido.
Mientras tanto, López se quedaba con los impuestos de sus laburantes y nadie, absolutamente nadie del gobierno, de los sindicatos ni de los propios empresarios, decían nada.
Cuando recuerdo aquellos hechos y leo que López no sólo se quedaba con los impuestos, sino que Echegaray y ninguno de sus funcionarios hizo nada para evitarlo, pienso en la abismal diferencia de tratos que significa el uso discrecional del poder.
Tampoco sé tanto, pero estoy seguro que como yo, fuimos millones los argentinos que sentimos el pie de la AFIP en la cabeza. Y que fuimos millones y millones, los que nunca dejamos de pagar un sólo tributo, porque corríamos el riesgo de perderlo todo.
Hoy, cuando este escandaloso robo de López, deja un tendal atroz y el gobierno prefiere cobrar antes que salvar a los trabajadores, siento una profunda bronca.
Nada de lo que hicieron sirvió de nada. Nada. Ni siquiera robaron para salvar a los que los defendían. Ni siquiera son capaces de reaccionar frente al despropósito de los quebrantos que generaron.
Aquellos que hoy insisten en aplaudir de pie, vitorear y santificar a quienes los hicieron posible, deberían reflexionar sobre el asunto. Y comprender el daño que hicieron y hacen los amigos de los jefes. Macri es lo que dicen, si, y probablemente falte ver aún lo peor de él. Pero el daño que hicieron los «muchachos» es enorme, y alguien, debería hacerse cargo.