Los hombres vamos aprendiendo. Nos cuesta horrores comprender algunas cosas. El mundo nos educó de una malsana manía, en la que nuestras madres se ocupaban de nosotros, nos alimentaban, nos cambiaban la ropa, nos peinaban y nuestros padres, llegaban al mediodía y a veces preguntaban que había de comer. Sino se sentaban a esperar que los sirvan.

Los hombres fuimos criados como machos. Y si llorábamos en el campito cuando nos golpeabamos en un cruce, nunca faltaba el que nos decía: «levantate maricón», «llorás como una nena»

Los hombres fuimos educados en bares y rondas de amigos, donde contábamos a quienes «nos cogiamos», » a quien se la pusimos», y muchas veces hablamos de cosas tales como «la mujer de un amigo es un amigo con tetas», dando por sentado que esa mujer, es de su propiedad. La mina del amigo.

Y aunque fuimos aprendiendo, muchos, nos queda mucho por aprender, mucho.

Porque no se trata de la teoría, sino de aceptarlo internamente. De incorporarlo a nuestra manera de pensar. De naturalizar, sin falsas poses, que las mujeres no pueden ser propiedad de nadie, ni son cogidas por los hombres, ni son malas por naturaleza para manejar, ni les corresponde la cocina como lugar natural. Muchos, aunque fuimos comprendiendo con esfuerzo y resignación ( si, admitámoslo, era más cómodo antes) que «nuestras» novias y mujeres, eran sólo nuestras compañeras de vida. Y que ellas también nos cogen, y que ellas también trabajan, y que ellas son dueñas exclusivas de sus vidas y sus cuerpos, y que dejan de amar, o se enamoran de otros u otras, y nos pueden abandonar, como nosotros podemos abandonarlas a ellas. Y que no hay ninguna diferencia a la hora de sentarnos a comer, cocinar,  lavar la ropa de la casa o coger.

Todo eso, que hoy parece básico e incorporado a nuestros lenguajes, tiene que sentirse. Y esa es la parte más dura de la pelea. Porque de esa falta de comprensión, nacen los hijos de puta como Solís.

Los machos, que crecieron bajo la idea de que nos pertenecen, de que tienen que atendernos, que somos nosotros los que decidimos por ellas- lo que hoy se denomina el patriarcado- si no lo aceptan, si no lo sienten, pueden matar. Y entonces, ya no es un hombre.

Parece mentira que un año después, casi, volvamos a cometer algunos errores de interpretaciones sobre lo que significa un crimen nacido de la violencia del «macho abandonado». Nacido de la idea de que «o es mía o no es de nadie». Parece mentira que a un año de un crimen igual de sanguinario y doloroso, no hayamos aprendido que una mujer que pide auxilio a la justicia, no es escuchada ni protegida. Y que algunos dias después de su última denuncia, termine asesinada a sangre fría por un «macho cabrío».

Es posible que sea un psicopata- eso escribí yo el año pasado y a la luz de los hechos me arrepiento- pero es por sobre todas las cosas un primate que no entendió que esa mujer no era «su mujer», y que tenía la libertad de seguir viviendo sin él. Y que no tenía ninguna obligación de soportar su violencia. Y que tenía derecho a soñar una vida mejor, sin un energúmeno primitivo, que la controlara y le dijera cómo vivir.

Y la dejamos sola. Las dejamos solas.

Cuando ella lo intentó. Fallamos como Sociedad, falló el estado, fallaron los controles de la justicia, de los fiscales, de la policía y finalmente, una vez más, el Macho terminó decidiendo sobre la vida de «su» mujer, al punto de acabar con ella, y con cuatro personas más, que «la ayudaban a ser libre».

Una vez más, repitamos y tratemos de entenderlo: no son nuestras, no son diferentes a nosotros en ningún derecho, son sólo de ellas y de nadie más que de ellas. Y no hay celo, ni dolor amoroso, ni despecho alguno que nos autorice a nada.

Mucho menos a matar, claro.

Tenemos que aprender. tenemos que hablarlo entre nosotros. Tenemos que advertir los síntomas. Tenemos que estar alertas al amigo que todavía cree que las mujeres son esas cosas que nos completan, y que  tratamos como si las hubieramos elegido entre el ganado.

Es muy doloroso saber que seguimos matando. Nosotros, los machos, seguimos matandolas. No aprendimos nada todavía. Y de nosotros, sobre todo de nosotros, ese colectivo de machos que se pelea por quien la tiene mas larga, esos que no se permiten llorar porque sino sos maricón, esos que no admitimos que nos dejen, esos que todavía esperamos que «nuestra» chica nos espere con la mesa servida, limpie la casa, y lave la ropa, mientras nosotros tenemos el derecho a volver a casa cuando se nos antoja.

Seguimos matando. Y no podemos desentendernos : no más Marielas, no más Sonias, no más Carmen, no más Ailén. Todas ellas, hoy deberían estar vivas. Y nosotros las seguimos matando. Ni una menos, si.

No nos hagamos los desentendidos. No nos callemos. No miremos con piedad al macho enceguecido por el desamor. No dejemos pasar una sola escena de violencia sin advertir que tras eso, si eso se deja pasar, hay una mujer que corre peligro.

No seamos cómplices. Nosotros somos «el » problema. Y nosotros, jueces, nosotros fiscales, nosotros policias, nosotros con o sin armas reglamentarias, nosotros maridos, nosotros hijos, nosotros padres, suegros, nosotros amigos. Nosotros somos el cordón de donde se desprenden cada día, los hijos de puta, machos de mierda, como Solís.

No se trata de un problema de «ellas», es nuestro problema. Somos nosotros los que debemos entender que tenemos un problema serio. Son nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos, nuestros compinches de peña, nuestros kiosqueros, nuestros abogados, nuestros médicos. En cada uno de nosotros, habita el macho criminal, que tiene que convertirse de una puta vez en hombre.

Matemos al macho. Es el único crimen autorizado. Y de él si, somos dueños.

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