Si hay algo que debemos proteger, es el derecho pleno a expresarse. En ese punto no hay peros. Y si los hay, sólo le corresponden a la Constitución y a la justicia. A nadie más.
En Argentina estamos viviendo un momento peligroso: bajo el argumento de las leyes del mercado libre, el gobierno de Mauricio Macri, viene agobiando las posibilidades de expresión de la prensa crítica a la gestión.
A las situaciones generadas por el derrumbe de los grupos de medios que sostuvieron los empresarios relacionados con el Kirchnerismo, agravadas por la nada inocente posición oficial de «no intervenir» en los conflictos planteados, ahora se agregaron despidos sesgados en los medios oficiales.
Los despidos, efectuados bajo la débil excusa de «haberle puesto fin a la renovación de contratos», han separado casi de manera exclusiva a periodistas y trabajadores no identificados con la linea editorial bajada desde el gobierno. Una explicación inmoral e ilegal, si la mayoría de esas contrataciones violaron la ley laboral vigente. Es decir, violaron la Constitución, y eso es mucho más grave, cuando quien lo hace es el propio estado.
Macri y Hernán Lombardi – responsable de toda la estructura de medios oficiales- están repitiendo, con buenos modales, la poco republicana manía de considerar a esos medios como gubernamentales, y de a poco, van extinguiendo cualquier expresión que incomode a la gestión.
A diferencia de las gestiones anteriores, estos la van de correctos y desideologizados, pero en los efectos, se trata es de callar al diferente.
Si a esto se le suma que los principales medios privados están alineados con el oficialismo , en buena medida por la decisión de favorecerlos en fusiones, concentraciones y admisiones que incumplen claramente a las leyes vigentes, el panorama se sintetiza así: cada día que pasó, cada decisión que se tomó, terminó reduciendo espacios para las voces críticas.
Es cierto que hay responsabilidades compartidas con la gestión anterior, sobre todo en el modo artificial de sostener medios privados sin planificar continuidad y en eso es ejemplar la desidia de los empresarios amigos del Kirchnerismo, como Cristobal Lopéz, y que constituye la fuente principal de excusas que ofrece el gobierno.
Pero lejos de remediar algo, el gobierno de Cambiemos está utilizando esas «colaboraciones argumentales» para acallar voces, y con ellas, lastimando el derecho de los ciudadanos a escuchar distintas versiones de la realidad.
La pretensión de borrar las incomodidades, es igualmente inocua. Y lo llamativo es que no hayan aprendido: ni los medios, ni el silencio de los periodistas impedirá el malestar social. Y mucho menos cuando la internet y todos sus derivados, van ocupando a manera de derrame líquido, las «noticias» que desaparecen de los medios tradicionales.
Evitarán que se diga en TV que hay despidos, pero no podrán evitar que la mayoría de los ciudadanos se enteren. En esa disociación incontrolable, el gobierno queda al desnudo, y sus acciones «amables», rápidamente al sol y a la vista de todos.
Está claro que la realidad de los medios se va transformando y que las recetas que antes garantizaban la estabilidad laboral de los periodistas, está en crisis terminal, aquí y en cualquier parte del mundo, donde presumimos de vivir en una «sociedad democrática».
Es verdad que tenemos la obligación de replantearnos el oficio, actualizandonos a la nuevas condiciones «del mercado». Pero eso no significa que debamos desentendernos de aquellas acciones que desde el poder político se ejecutan con el objetivo de silenciar.
El gobierno de Macri y sus compañeros del Newman, están lastimando la libertad de expresión, y eso va quedando muy claro.
Que el Kirchnerismo haya cometido errores, y haya abusado de los medios oficiales, no es motivo para justificar que el Macrismo lo haga. Es más grave aún: al menos el kirchnerismo no intentaba disimularlo.
Los despidos en Radio Nacional son, claramente, una acción de restricción a la libertad de expresión, y cualquiera que lo justifique, lo sé por experiencia propia, tarde o temprano sufrirá las consecuencias de ser limitado.
No hace falta repetir el poema de Brecht, para entender que quien legitima los silenciamientos, tarde o temprano será silenciado. Y será tarde.