Argentina vive un proceso explosivo. Las variables económicas y sociales son claras, clarísimas. Y las posiciones de los funcionarios nacionales, sus prioridades e insuficiencias, combinadas con algunas expresiones gremiales, la vuelven aún más explosiva.

Esto ocurre en todo el país. No hay punto de Argentina donde alguien pueda decir que las condiciones sean mejores. Y eso se expresa en las Paritarias.

Las paritarias de Santa Fe, probablemente sean una síntesis de la situación. Por su contexto, por sus actores, por la doble moral de algunos, por la funcionalidad de otros, por el delirio de algunos otros, por la especulación de otros, por la desesperación de otros, y por la genuina pobreza, de muchos otros.

Mientras tenemos un gobierno nacional que administra la pobreza cada vez con menor sutileza, y aplica medidas que hunden en serias dificultades a los sectores medios de la sociedad, en el medio, tenemos a algunos dirigentes sindicales que han descubierto lo difícil que es administrar el criterio de sus bases, y lo riesgoso que es calentar el ambiente, sin ninguna posibilidad de retroceder, cuando la realidad te impone límites.

Hay dos situaciones que colisionan inevitablemente: la realidad económica y social de los trabajadores, y las necesidades de representación de los dirigentes. Muchas veces, estos últimos, en el afán de  ganar sus propias internas y consolidar artificialmente sus representaciones, aumentan la presión sobre una realidad que no soporta un centímetro cúbico más de aire.

El gobierno de Macri es un ejemplo de indolencia, y eso es una obviedad cada día más notoria. Las condiciones que impone a las provincias a la hora de negociar las condiciones salariales también son un ejemplo de sus modos de accionar. Bajo la excusa de la «responsabilidad fiscal», funcionarios que, en muchos casos tienen sus ahorros en cuentas off shore o en bancas extranjeras, obligan a los gobernadores a cumplir con pautas que les resultan ajenas. En algunos casos, las administraciones provinciales ni siquiera pueden cumplir con esas pautas, en algunas otras- como en el caso de Santa Fe- pueden superarlas levemente.

La daga que maneja el gobierno son los recursos coparticipables. Esos por los que tanto hizo bandera durante la campaña el Presidente Macri- criticando la discrecionalidad en el manejo que tuvo el Kirchnerismo- pero a los que se aferra de la misma manera extorsiva que sus antecesores. Las provincias que no cumplen, corren el riesgo de no recibir lo que les corresponde, y aún más: que no se les paguen las deudas, como en el caso santafesino.

Entre las presiones de unos, las imposibilidades de otros, cierta irrealidad en otros, y la sed verdadera del ciudadano , el combo se vuelve explosivo. En sentido estricto.

Suponer que los trabajadores acepten un 15 % de aumento como recomposición del salario, es propio de quien no entiende lo que pasa en las góndolas, ni en los comercios, ni el impacto que han tenido sobre la canasta familiar los aumentos crueles en los servicios eléctricos, los combustibles, las prepagas , las escuelas privadas o cualquier otro costo fijo familiar.

Defender esa posición es tan falaz, y tan irreal, como la de quienes han instalado la idea entre la gente, de que no se puede aceptar nada que no sea un 25%. Y entonces, ahí juega cada uno un rol, aparecen las contaminaciones partidarias, las especulaciones personales o sectoriales, y todos los condimentos que, extraños al debate, terminan imponiendo a la situación un cariz aún más difícil.

Se puede decir, sin temor a errarle, que las paritarias en Argentina, se han convertido en los verdaderos tableros representativos de la situación política argentina.

En el caso Santa Fe, aún peor. La característica del gobierno, tan distante del Macrismo como del Kirchnerismo, lo ponen frente a situaciones por momentos absurdas: es el que mejor  salarios paga, es el que mejor aumento ofrece, pero al mismo tiempo – y habrá que remarcar aquí la responsabilidad del gremio mayoritario estatal en el análisis de la situación al momento de votar la aceptación de la propuesta- tiene entre sus dirigentes sindicales, a personas muy identificadas con la oposición nacional kirchnerista. Y eso, más allá de la buena fe que puedan tener en sus actos y definiciones, indefectiblemente impacta sobre la voluntad de buena parte de sus afiliados, que alentados por los discursos y las expresiones de sus conductores , en el calor del conflicto inicial, se imponen reivindicaciones imposibles de cumplir y con eso, conflictos difíciles de superar.

El «ejemplo Baradel», quizás sea una radiografía de los resultados que ocasiona perder una disputa en el escenario público. Los docentes de Buenos Aires hoy, están a punto de cerrar un acuerdo por el 15 % , en tres tramos, y una cifra adicional por presentismo, sin clausula gatillo.En Santa Fe, en cambio, con sueldos superiores a los bonaerenses, se rechaza un aumento del 18% , en dos tramos, y con clausula gatillo que garantiza no perder frente a la inflación que mide la propia provincia. ¿ Cúal es la lógica?

Ninguna. No hay ni puede haber lógica, en un escenario donde la desmesura y la irresponsabilidad, combaten contra la frialdad y la ignorancia de un gobierno nacional que no entiende lo que está pasando en la calles.

En el medio, quedamos todos los demás. Los que sabemos que no es suficiente el aumento pero que al mismo tiempo entendemos que necesitamos una cuota de responsabilidad para que la solución no termine siendo la síntesis del lugar común, en un país que tiene el 30 % de pobreza: que siempre pagan los que menos tienen, y que las víctimas de los conflictos, las únicas víctimas, son las que no tienen representación en el debate. Los laburantes en negro, y los despedidos de las fábricas y empresas que cierran.

Nadie puede dejar de advertirle a la gestión de Cambiemos que están caldeando el clima social de manera irresponsable. Y a la vez, nadie puede dejar de observar a algunos dirigentes sindicales que exageran en la arenga, que después deben hacerse responsables de las imposibilidades. En ambos casos, además de una complicación social, se agudiza un proceso cada vez más notorio: la pérdida de credibilidad en la política y en los sindicatos. Y en muchos casos, el costo es justo.

Argentina es una hoguera de realidades. Y nadie colabora sensatamente en apagarla.

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