En algunas horas pasaron dos cosas que nos llevan a un mismo punto. Los hechos ocurrieron a 476 kilómetros de distancia y con pocas horas de diferencia, pero evidencian la misma realidad y las mismas dificultades que tenemos a la hora de afrontar los hechos públicos y sus consecuencias.
Este es un país donde nadie suele hacerse cargo de nada. Es muy difícil que una persona se enfrente a una cámara, a sabiendas de que detrás de ella hay millones de personas esperando ese momento y diga: «Me equivoqué, fue un error, pido disculpas a todos aquellos a los que les ocasioné daños. Yo hice lo mismo que antes criticaba. Quienes me cuestionan y censuran por lo ocurrido, tienen razón»
Tan simple como eso, y más allá de cualquier valoración sobre sus comportamientos históricos y personales, Mirtha Legrand, con 91 años, nos vino a dar una lección de cómo se pueden resolver las cosas. En su programa anterior, una invitada- Natacha Haitt, había denunciado con nombres y apellidos, con siglas o sólo con datos claramente asociables, a varias personalidades del mundo del periodismo y el espectáculo, de formar parte de una lista de «consumidores VIP» de la red de prostitución que se descubrió en las inferiores del club Independiente de Avellaneda.
Legrand practicó un «mea culpa» a su estilo. Probablemente sobreactuada. Probablemente fingida. Es posible o no. Nunca lo sabremos. Pero el mensaje fue claro: «es nuestra culpa, nos hacemos cargo, nos equivocamos. Tienen razón». La conductora dijo algo más: «nunca debimos haberla invitado ( por Haitt), pero tuvimos una debilidad. Por un punto de rating hicimos lo que yo misma criticaba»
Unas horas antes, un grupo de 30, a los sumo 50 Barras Bravas de Colón de Santa Fe, produjeron incidentes con bombas de estruendo durante le partido que el local jugaba contra Velez Sarsfield. Los incidentes terminaron con la suspensión del partido, e inmediatamente comenzaron las especulaciones y en particular, el festival de acusaciones cruzadas.
Salvo una leve autocrítica del Secretario de Seguridad Deportiva, Fernando Peverengo, que reconoció «alguna falla en el control» que no observó el ingreso de las Bombas de Estruendo, el resto de los protagonistas se desentendió del asunto y prefirió mirar para otro lado.
El presidente Vignatti, directamente dijo «no conocer a los Barras» que produjeron los incidentes. Y luego prefirió acusar a otros: » al Estado nacional, al Estado provincial» por no intervenir en el asunto. Y no dudó en echar las culpas sobre el responsable del operativo.
El resto de los dirigentes y los jugadores, dijeron desconocer las causas que provocaron esa reacción de los «hinchas caracterizados» del club. Un rato después, se confirmó que a esa tribuna acceden al menos 500 personas con «entradas de favor» . O sea, el club les extiende entradas gratuitas a los propios violentos. ¿ No los conocen pero les dan las entradas?
Es comprensible el silencio cuando lo que media es el temor a la venganza por hablar. Pero mientras tanto, los violentos siguen ganando.
La única alternativa real es el reconocimiento del error. El reconocimiento de las equivocaciones y el mea culpa. Acusar a los demás es fácil, pero profundiza el problema. No salva nada, salvo el pellejo de quien acusa.
Pero el problema continúa. Y si no se entiende que una acción de reconocimiento de las fallas, el coraje para denunciarlo, el reclamo de protección (ahí si) a los Estados para que persigan a los violentos, los procese y los encarcele por figuras claramente tipificadas en nuestro Código Penal: extorsión y amenazas de muerte.
El camino, nos guste o no. Nos resulte simpática o no. Nos resulte ligera o no, es hacer lo que hizo Mirtha el Sábado: hacerse cargo. Y desde ahí, si, reclamar por lo que no está al alcance de sus manos. Pero antes reconocer el problema, asumirlo y sincerarse.
Si seguimos haciendonos los que no sabemos nada, y seguimos acusando a los demás por lo que pasa en nuestra propia casa… estamos sonados. No hay solución.