Fui militante del radicalismo. Afiliado desde 1985 hasta 1994. El pacto de Olivos fue mi punto definitivo de inflexión, y aunque pasados los años entendí mejor que muchos radicales al propio Alfonsín, nunca volví a sentir que aquella identidad partidaria volviera a tener filiación con mi mirada del mundo.

El final del  menemismo me reencontró con los radicales casi por accidente . Formé parte de aquel universo mayoritario de ciudadanos que creímos en la Alianza como una manera de salir del pozo moral en el que nos había hundido el primer peronismo post dictadura en el poder. Menem y Cavallo vinieron a explicarnos con claridad que la modernización del país era mucho mas cara de lo que habíamos pensado. Y encima rompieron todos los sueños de justicia y decencia con los que nos habíamos criado. Así descubrimos al neoliberalismo más cruel. Los que tenían memoria adulta de la dictadura ya lo conocían. Nosotros no. Y entonces entendimos cual era el enemigo a vencer. Y todos, fuimos detrás de aquel entente de radicales, frenteamplistas, socialistas, democratacristianos y Lilistas, que conseguimos detener al demonio del peronismo.

Los resultados fueron letales para el país, pero sobre todo para nuestras ilusiones. Un gobierno raquítico de ideas permitió que lo consumiera el mercado, sin adoptar ninguna medida política que le pusiera límites al poder económico. Las leyes- incluso sacadas a fuerza de dinero de la Banelco- eran todas al servicio de cumplir con las órdenes del FMI. De la Rúa gobernó con su propia incapacidad, con el abandono a medias de sus aliados, y especialmente con la cobardía de quienes pasan a la historia por esto: sostener el estado de las cosas, creyendo que el tiempo las va a acomodar. Como los maridos que no se van de su casa cuando no aman a su pareja. Como los que no van al médico después de toser sin pausa durante varias semanas. Y el radicalismo siguió hasta el final, sin exigirle al presidente que cambiara el rumbo. Hasta que todo se derrumbó. Los argentinos perdimos la estabilidad, miles de trabajadores sus puestos, la clase media sus ahorros, y los radicales una nueva oportunidad. Quizás la última oportunidad de confianza de la mayoría de los argentinos.

Las semanas trágicas hasta Duhalde. El triunfo raquítico de Kirchner, que más allá de todo lo que le podamos imputar y de las ventajas macroeconómicas  que lo beneficiaron demostró algo que Alfonsín intentó sin suerte ( y sin apoyo ): Es la política la única herramienta que debe conducir los destinos de un país, no la economía. Y si es la economía, estúpido, debe ser ordenada desde la política, con el mayor respaldo social posible. Generando empatía con la población. Comunicando con claridad los objetivos. Generando alguna mística que comprometa al ciudadano con el proceso, no usándolo de mero testigo. Y el Kirchnerismo, nos guste o no, lo compartamos o no, lo hayamos sufrido o no. Nos haya resultado simpático o no. El Kirchnerismo le explicó al resto de los dirigentes políticos, que la política puede subordinar al resto de las variables y los actores, si se tiene decisión.

Después le descubrimos todos los males, claro. Pero si una lección le dejó al país, y supusimos todos también al radicalismo, es que había que jerarquizar a la política. Bregar por coaliciones programáticas y objetivos socioeconómicos justos, sabiendo con claridad que la sociedad respalda las decisiones cuando son a su favor. Cuando se los invita a ser compinches de la historia. No mentirles ni defraudarlos apenas se accediera al poder. Sumarlos y no dividirlos, ni maltratarlos.

Pero el radicalismo no lo entendió. Al menos la mayoría de los radicales que decidieron en aquella funesta noche de Gualegauychú, que el camino era un acuerdo con Macri. Con Macri, su pasado y todos sus socios. Con los tipos que hicieron de la timba financiera y la corrupción con las empresas del estado y las obras públicas su modo de enriquecerse. 

Y la excusa fue » Salva a La República». Cómo si Macri y sus amigotes no se hubieran pasado a la república por los genitales siempre. Cómo si no hubiera montado escuchas ilegales para perseguir a sus adversarios políticos en la ciudad. Cómo si durante décadas los hombres que finalmente gobiernan con Macri, no hubieran formado parte de las familias que hicieron de la Justicia y las instituciones de este país un conjunto de juguetes de plastilina que acomodaron las formas a sus necesidades. Cómo si Macri, Calcaterra, Caputo y muchos más, no hubieran sido socios del propio Kirchnerismo en el asalto a las arcas de la Nación.

Pero no. Los radicales eligieron tumbar cualquier alternativa efectivamente programática, novedosa, distinta, que pudiera generar una lenta pero indefectible ilusión a muchos argentinos. Y la vaciaron. Y se fueron en procura una de un rápido acceso a los cargos públicos, a cualquier precio. Inclusive al precio de hacerse cargo, una vez más, de un gobierno desastroso que remitió a las viejas fórmulas de regalarle las reglas del país al mercado y a la economía. A un gobierno que se dedicó desde el principio a gesticular con asco contra la política. A un gobierno de cartón piedra que no tiene otro objetivo que cerrar las cuentas fiscales, para dejar todo en su mismo lugar: los que ganan mucho seguirán ganando más, los que perdemos, seguiremos perdiendo más. Los miserables de la pobreza y la marginalidad, se seguirán multiplicando en ese estado.

Ay los radicales… ¿ que cosa del pasado no terminan de entender para repetir de manera idéntica cada error que cometieron? ¿ que clase de chips cargan debajo de la piel para creer que por el mismo camino conseguirán resultados diferentes? ¿ Que materia les falta para comprender que la política es mucho más que ocupar cargos públicos en un gobierno?

Los radicales han sido los responsables principales de este presente repleto de tensiones y nuevos abismos. No fueron capaces de ponerle limites al presidente. No modificaron un ápice  sus decisiones. No tuvieron la valentía de pararles el carro a este grupo de asaltantes con camisas de cuello armado, sin corbatas. No tuvieron un mínimo de coraje para defender los mínimos principios partidarios . Y así dejan cerrar escuelas técnicas, como las de Vialidad, así dejan vaciar los organismos de ciencia e investigación, así aceptan parar la obra pública, así acogotan a los gobernadores que no comulgan, así dejan agobiar a la clase media con los tarifazos, así dejan explotar a la inflación en las manos de los jubilados, así permiten que el presidente no cumpla con una sola de las promesas de campaña que llenaron de ilusión a millones de argentinos. Entre los que no me incluyo, claro.

Muchos lo supimos. Que lo que hacían era pactar con lo peor de la dirigencia argentina para regalarles el poder con la legitimidad de «La República». Alfonsín le puso un límite a Menem. Ahora no, ahora lo que hicieron fue devolverle a los mismos intereses que gobernaron Argentina durante el menemismo, todas las herramientas del poder. Le regalaron la política. Vaciaron a la política. Se ríen de la política.

Será muy difícil que la historia los absuelva de este nuevo capitulo. Porque se perdona a quienes se equivocan e intentan cambiar su rumbo. No a los que repiten la historia ocasionando los mismos daños. Ya no es un error, es intención. Y entonces, si hay intención, es que son lo que la gente – mucha gente- no creía que eran.

Alguna ilusión queda: que los radicales con dignidad rompan este acuerdo indigno y muestren ser lo que su historia inicial dicen que eran. Un partido que defiende los intereses de los ciudadanos de clase media, a los pequeños productores, a los trabajadores y a los valores de la educación pública y un Estado al servicio de los intereses populares.

Otra vez se tropezarán con la falacia de la opción de las éticas de la responsabilidad o de las convicciones. Y no entenderán, que sobre esa falacia ya cometieron demasiados errores.

¿ Puede ocurrir? Ojalá. Argentina necesita con urgencia una opción a este gobierno que no tenga la cara del pasado. Y ahi hacen falta radicales, claro. Pero con convicciones y entereza para comprender que no se trata de asaltar al poder con cualquiera y de manera urgente. Que esto es política. Y que la política es un proceso, que no se agota nunca con las ambiciones personales de sus dirigentes.

 

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