Salgo de la radio y Cecilia, la productora ,me recuerda la agenda de mañana: «acordate que viene Silvina Moreno». Asentí con marcada indiferencia. Me subí al auto que me lleva a casa, media hora de ruta, y paisajes de islas en la que suelo escuchar la música que me gusta. Y sinceramente, me fastidió la idea de desperdiciarlo con… ¿Silvina Moreno se llama? Al momento en el que me propusieron hacerle una nota, a mi me sonó tan común que tuve que chequear dos veces su nombre ( ¿Morelo?¿Patricia?) antes de teclear en el buscador de Spotify – esa rockola infinita de bolsillo- y encontrar una breve lista de canciones en la cabecera.
Ufa, dije con el humor del chico obligado a hacer las tareas. Miré en el avatar: otra más, otra popera, otra de las que hacen canciones livianitas, prejuzgué, otra del «Meainstream» y pulsé play mientras me acomodaba el cinturón de seguridad y ponía primera. Y a mi resoplido, lo interrumpió un vulgar rasguido de guitarra acústica, y lo cruzó un delicadísimo punteo y un tempo marcado con suavidad por…¿un bombito leguero? y entonces entra la voz de la tal , Silvana ó Silvina, o como sea que se llame: una voz susurrada dice «como una pluma que trajo la marea, es una luz del centro del planeta, viniste para quedarte» y sube el tono, mientras sigue describiendo las razones y levanta con una afinación humillante «Cuídame, como un mortal me dejaré, al fin, atraparme en los brazos de un gigante(…) fui invocando este canto que te siente» y entonces, mis oídos se vuelven atentos y mis prejuicios se corroen. Las cosas cambiaron de golpe . También mi humor.
En la salida a la 168, frente al Puente Colgante, hay una cola de autos y mientras unos obreros pintan las lineas blancas de la ruta, irrumpe «La despedida». Aparecen palmas inocentes que bien podrían hacer mover la cabeza de Mike Myers y Dana Carvey en «El Mundo Según Wayne» , pero pronto entra la cruda historia: «ella sale apurada con sandalias mojadas… ella sabe que mañana es el último día que tendrá con él», ¿ que dice? pienso , y ella responde insólitamente con una tristeza cantada con una (disimulada) alegría y asesta: «nunca en su vida le rezó a nadie, pero al cielo miró» confiesa y pide por favor «cuidamelo» y entra el coro : «oh oh oh» con una gracia inapropiada para el dolor que describe. Pero ella los vuelve compatibles, y entonces, inesperadamente siento que si, que se esta chica innominada , es capaz de escribir con tristeza y hacerte bailar.
Las dos canciones abrieron la curiosidad. Lo que te pasa cuando probás un sabor nuevo y querés seguir comiendo. Paré en la ruta, muy cerca del Wal-Mart y afiné la puntería: tres discos aparecen en la lista. El último se llama Sofá. Y en la miniatura de la portada se alcanza a ver a Silvina Moreno, esa del avatar, sentada en plan yogui sobre un sofá de fantasía, bordeado por notas musicales, torres londinenses, flores y un circulo de cielo naíf decorado con una luna que aparenta sonreír. Y ella, claro. Con su pelo largo, y un suéter ancho. Y una mueca sonriente que esconde los dientes. Un dato que recién sería importante, al menos para mi, al otro día.
Sofá tiene muchas canciones lindas, pero de artista. ¿ Se entiende? La chica del apellido común, te pasea por su artesanal mundo de desolaciones, le grita a sus agujeros negros, se rinde ante la pared del otro y lejos de provocar alguna sensación lastimera, se vuelve compinche. La chica es adicta al drama, pero no genera pena, sino alegría. De golpe aparece un favorito del coche, Kevin Johansen. Y en una alquimia exitosa, desarman una cumbia con trombones, y la chica del apellido común se transforma en una Shakira/Venegas y anticipa que tiene frío en los pies, pero ( y ya lo sospechábamos) que es una hazaña amarla. Claro.
El K.O llega con «Lord Inglés». El despecho convertido en una canción de cancha, el reproche a un novio pirata que osó defraudar a nuestra nueva princesa, se anuncia con fanfarrias: ¿cómo es que se mezclan tantos sonidos que nos transportan a las calles de Londres, para que terminemos coreandole»pe pe pecho frío» de manera incondicional a esa basura? Ya nos demolió. Ya tenemos claro que se llama Silvina Moreno. Y ya queremos firmar el libro de fans.
Se pregunta si será una estupidez, sentir que no encaja en ningún lado. Confiesa que los domingos se angustia mirando su heladera vacía y a pesar de sentir que no puede brillar, sabe, no tenemos dudas, que nació para esto. No es una artista frustrada. Pero advierte que es adicta al drama, que anda en busca de una estrella y que aunque esta tarde su lamparita esté apagada, no demorará en encenderse. No cabe una sola duda. El viaje termina siendo una maravilla. Hasta su «vacío» final – una canción asombrosa, con arreglos de cuerdas y voces ( sus voces) impactantes- se corona amigo. Una irrespetuosa, si. Con todas las razones para serlo.
Silvina Moreno ya no era una desconocida. Ya teníamos preguntas para hacerle.
Al otro día, llegó a la radio antes de la hora anunciada, con el estuche de la guitarra como un arma apurada por disparar. Un pullover largo, tan suelto como su pelo. Sonríe y el estudio de Aire de Santa Fe se ilumina. Mira a los ojos cuando le preguntan. Es sencilla, tan sencilla que deja caer de su boca que tocó con Jorge Drexler, que tomó clases con Bobby McFerrin, que hizo de telonera en una gira mexicana de Natalia Lafourcade, con la misma humildad con la que cuenta que sus compañeros de banda están llegando a la ciudad. Relata amores, se anima a cantar el Arroz con Leche feminista, carcajea, no deja de burlarse de si misma, y entonces todos nos preguntamos: ¿de donde salió esta chica? Su sonrisa es perfecta y se me olvida preguntarle por qué la oculta tanto en la tapa de su disco.
Se pasa casi una hora charlando con nosotros, toma mates y canta. Sonriendo con una energía que nos termina contagiando a todos. Nos habla de su vida en Nueva York, de su formación en Berklee College, de su novio inglés, de su abuela santafesina, de su madre poeta. De su bronca con los brasileros- que entonces estaban jugando con Bélgica los cuartos de final- porque sufrió las burlas de los Cariocas en un bar de Río de Janeiro en 2017, cuando Argentina perdió con Chile la final de una Copa. Y entonces comparte la celebración de la eliminación de los vecinos, que se consuma en ese momento, y se va.
En un par de días la chica desconocida se volvió claramente identificable para todos. No creo que olvidemos su nombre. Aunque está claro que ella será la culpable. No tengo dudas que tuvimos la suerte de conocer a una chica que pronto será muy conocida. Tanto que nadie la confundirá con otros nombres, ni apellidos. Silvina Moreno es una topadora tierna, que no demorará en ver encender su lamparita y enceguecernos con arte.
Que suerte. Silvina Moreno, pasó un ratito por nuestras vidas.