Lo icónico de este debate que el Senado cierra con un rechazo a la media sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, será la hipocresía. La desmostración de que en nombre de la vida, seguiremos garantizando la continuidad del aborto clandestino y de todas sus consecuencias. La garantía de que el Aborto seguirá siendo un negocio de particulares, y que sólo será seguro, para las mujeres que tienen recursos económicos.

Mañana, en Argentina seguirá siendo ilegal y clandestina la práctica del aborto, salvo en los casos estipulados en un código sancionado en 1921. Y en esos casos, también, dependerá de la voluntad de un particular que pone sus creencias por encima de la voluntad o la legalidad.

Mañana, habrá tantos abortos como hubo hasta hoy. Y nadie modificará nada sobre las consecuencias en la salud y en la vida de miles de mujeres. Ni sobre las muertes. Porque mañana seguirán muriendo al menos 47 mujeres por año. Cómo murió hace dos dias Liliana Herrero en Santiago del Estero, o como está a punto de morir una mendocina. Ambas con hijos, ambas jóvenes, ambas con ilusiones de vivir. Pero se mueren, por un aborto clandestino mal hecho, y por cuyas consecuencias llegan a los hospitales públicos, desangradas.

Nada va a cambiar, donde precisamente se necesita cambiar.

Los argumentos que se esgrimieron para rechazar la sanción de la ley, fueron exclusivamente fundamentados  por doctrinas religiosas. Por la vigencia de creencias, por interpretaciones personales, que apuntaron sólo a ratificar una cosa obvia: que la vida empieza desde la concepción. Y lo repiten con la convicción  de estar revelando una verdad imposible de discutir. Y si, hay vida, claro. Eso nadie puede discutirlo. Pero sí se puede discutir  la gradualidad del desarrollo de la vida.

También se llenaron la boca hablando de la necesidad de las campañas de educación sexual. Una hipocresía inexplicable: hace  años que la ley de educación sexual está sancionada y reglamentada. Sin embargo decenas de provincias no se adhirieron, y en la mayoría de ellas, no se dispone de recursos para ponerla en vigencia. No es que no haya ley, no hay voluntad de aplicarla. Y son, vaya casualidad, las provincias que mayor resistencia pusieron a la ley, donde mayor demora existe en adherirse.

Ni legalización del aborto, ni educación sexual, ni nada que modifique el estado de las cosas. Que todo siga igual. Las dos vidas importan en los discursos y en las homilías. En la realidad, no importan. Las dos vidas, se seguirán muriendo. Una de ellas, seguro. La otra se pondrá en riesgo. ¿ Cual es entonces la ventaja de esta decisión?

Ninguna, salvo la celebración de un triunfo simbólico de la iglesia católica y sus demás vertientes cristianas evangélicas. La ratificación de que la Iglesia, cómo desde el inicio de nuestra historia institucional, sigue pesando sobre las definiciones donde  las convicciones  personales, ni la fe, pueden seguir incidiendo ni pesando.

Afortunadamente, como la vida misma, el tiempo corre. Y las bancas se renuevan, y en las próximas elecciones de senadores  los ciudadanos tendremos la posibilidad de incluir este tema, en el debate de campaña, y exigir posiciones antes de llegar a las urnas.

La inmensa tarea que desplegaron millones de mujeres, no será en vano. Nacido casi en la clandestinidad, como el aborto, el movimiento feminista argentino gestó una transformación cultural que ya no tiene retorno: se acabó el miedo, se acabó el silencio y se acabó la soledad.

No alcanzó  esta vez, y todo seguirá igual . Pero el proceso social continúa: más temprano que tarde el senado estará compuesto por dirigentes que pongan foco en la realidad, en las necesidades de las mujeres, en las políticas de Estado y no de feligreses.

Esta vez nada cambia, pero por muy poco.

El presente  parece negro, y lo és. El futuro será verde.

 

 

 

 

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