Mientras Santa Fe sufre las consecuencias de un nuevo ajuste económico que lo deja sin los recursos del Fondo Soja, la Universidad Pública recibe el peor trato presupuestario desde el retorno a la Democracia. En las dos situaciones, llama la atención el protagonismo- a veces activo y a veces bochornosamente pasivo- de los hombres y las mujeres que en lugar de reconocer en los hechos un atropello, prefieren defenderlos como si los lugares que ocupan, no tuvieran relación con las posiciones que sostuvieron en el pasado, y que motivaron centralmente el respaldo de sus  votantes.

 

El año pasado publiqué un libro de ensayos periodísticos. En el primer capítulo, desarrollo las razones históricas del enfrentamiento Norte-Sur en la provincia de Santa Fe y los principales hechos históricos que, concatenados, explican cómo nuestra capital funcionó siempre como sede de la resistencia a los cambios.

Durante dos siglos, la columna vertebral de aquella defensa fue la Iglesia Católica. Varios Obispos, que ostentan calles importantes en la ciudad, encabezaron movimientos de rechazo activo a algunos hechos que hoy, enorgullecen la historia política y social de la Provincia de Santa Fe.

Desde Gelabert combatiendo a la primera ley de Matrimonio Civil que terminó con el gobierno de Oroño, pasando por los procesos de rechazo a la Reforma Universitaria , el Grito de Alcorta, y la Reforma Constitucional de 1921 que contemplaba cambios que aún hoy nuestra carta magna carece, la ciudad de Santa Fe siempre, fue el corazón de la defensa de los intereses conservadores.

Los Ministerios de Educación y Salud de la provincia los elegía el Obispado, en dictadura y en democracia. Y las políticas económicas, esas que mantuvieron al norte santafesino como un páramo improductivo y atrasado, siempre respondieron a los dictados de un pequeño grupo de ilustres apellidos del patriciado local, que impuso siempre políticas destructivas de la pequeña y mediana empresa y una desigualdad social brutal.

Desde el obispado, con rebotes imprescindibles en el Club del Orden, un grupo de familias dominó el escenario político de Santa Fe hasta el derrumbe casi simultaneo que se produjo con la ventilación de los abusos sexuales de Monseñor Storni y el criminal ingreso del Río Salado a la ciudad, como consecuencia de una imperdonable inacción de la última gestión de Carlos Reutemann.

Con el derrumbe de Storni y Reutemann, y aunque el Frente Progresista demoró 4 años más en llegar al Sillón del Brigadier, el mapa del poder santafesino fue mutando.

Y en la ciudad, el “cambio” quedó en manos del promisorio “Grupo Universidad” que por entonces lideraba sin discusiones el rector de la UNL, Mario Barletta, que de la mano de los votos de Hermes Binner- todavía con el sistema de boleta sábana-terminó siendo el primer intendente “progresista” y no peronista del Siglo XXI.

Sin embargo, a once años del acceso al gobierno de la ciudad , el grupo fue explicitando su verdadera identidad política e ideológica, y terminó reconvirtiendo aquella promesa progresista , en una nueva versión del conservadurismo santafesino, reemplazando a los Obispos en la representación del poder central en Santa Fe.

Que José Corral defienda, solitariamente, el arrebato del Fondo Soja, y que los referentes de la UNL, se mantengan en silencio frente a la asfixia de la Universidad Pública, no es una sorpresa: es la consecuencia de un largo proceso que empezó hace algunos años, y que utilizó al Frente Progresista , como un escalón descartable.

En el título X , del Capitulo I de Razones&Sensaciónes para sentarse a Escribir, me atreví a describirlo. La UNL, los “chicos” de la Franja, desde el radicalismo Alfonsinista, hasta convertirse en representantes de Mauricio Macri y sus políticas, en la provincia de Santa Fe. Aquí va la trascripción completa

LOS NUEVOS TIEMPOS, LOS NUEVOS DUEÑOS

En la ciudad capital, mientras crujía el final de una larga etapa, nacía otra cuya duración desconocemos: una nueva camada de dirigentes políticos aprovechó la caída del viejo esquema clerical-estatal, colaboró con ese derrumbe y paulatinamente fue ocupando de modo simbólico el lugar que el orden conservador santafesino estaba necesitando que alguien volviera a tomar.

La irrupción del Frente Progresista Cívico y Social en el gobierno de la provincia coincidió también con el cambio de mando en el municipio santafesino. Y el despacho del intendente fue ocupado por un hombre que provenía de la Universidad Nacional del Litoral: Mario Domingo Barletta.

Barletta no era lo que entonces se denominaba como un “morado puro”. Si bien su trabajo en la UNL había comenzado en la intervención de Benjamin Stubrin, apenas terminada la dictadura militar, había sido un hombre de perfil técnico, graduado como ingeniero en 1978, incorporado a las filas de la UNL en 1983 como director del Departamento de Hidrología General y Aplicada del Instituto Superior de Ciencia y Técnica, cargo que desempeñó hasta 1985. Luego asumió como delegado normalizador -equiparado a decano- de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas y fue el primer decano de su facultad. En los albores de los 90 se incorporó a tareas en Rectorado como secretario de Investigación Científica, hasta llegar al estratégico puesto de secretario general de la universidad.

Tenía una particularidad: si bien sus años en la universidad lo habían “contagiado” del pensamiento reformista, por razones generacionales nunca había militado en la Franja Morada ni en la Unión Cívica Radical. De hecho, su afiliación al partido no distaba mucho en el tiempo con su condición de candidato a la Intendencia.

Mario Barletta no era el prototipo del militante surgido al calor del final de la dictadura: la UNL era en 1983 un reflejo de los sueños democráticos que inspiraba Raúl Alfonsín y la Franja Morada era una organización de estudiantes universitarios que no soñaba, todavía, con acceder al poder y si lo hacía, ese sueño estaba sustentado en valores sociales y en un esquema de pensamiento que llamaban “La contradicción fundamental”, un documento político que modificaba la tesis marxista solo en su estructura de gobierno: había que construir República, como enseñaba Alfonsín, y desde ella levantar una sociedad más justa.

El retorno a la democracia trajo consigo un tiempo de fiesta estudiantina en la universidad y una lucha feroz por la posesión del Rectorado que entonces tuvieron los distintos sectores del radicalismo. La intervención de Benjamín Stubrin normalizó el Rectorado en 1984 y a su lugar lo ocupó el CPN Juan Carlos Hidalgo, destacado académico con perfil desarrollista de izquierda, muy común entonces entre los hombres que rodeaban e inspiraban el ideario alfonsinista.

Hidalgo cumplió con los objetivos que perseguía la universidad de entonces: recuperar el tiempo y reparar los daños académicos que había dejado la dictadura. Fue una gestión mesurada, de bajo perfil social, abierta, políticamente progresista y limitada a unos pocos ideales: “Formar hombres libres y profesionales para consolidar la democracia y realizar un proceso de extensión a la sociedad”.

Aquella universidad fue la de la reparación, la del retorno a las cátedras de los que habían sido expulsados, la de las reincorporaciones y la de la construcción democrática. Con todos los defectos y las dificultades que implicaban rehacer un tejido dañado que crecía en confluencia con uno nuevo: el que iban haciendo las flamantes generaciones, las que no habían vivido el terror y se imaginaban un mundo ideal por delante.

Durante esos años, la universidad ocupó un lugar central en la referencia del denominado progresismo santafesino y fue núcleo de las principales acciones de esos sectores en la ciudad. El Rectorado fue el escenario de míticas jornadas en las que se manifestaban los reproches al mismísimo gobierno de Raúl Alfonsín en el caso de la Obediencia Debida y el Punto Final, o el inicio de memorables manifestaciones contra los recortes universitarios, o festivales contra el indulto de Carlos Menem y sus políticas económicas.

El dato más contundente fue el levantamiento carapintada de Semana Santa de 1987: la toma simbólica del Rectorado fue el punto central de la resistencia durante la larga noche de aquella revuelta. Era el Paraninfo el lugar elegido por los miles de militantes santafesinos de todas las fuerzas para concentrarse y llevar adelante la angustiante vigilia.

Los “Lunes del Paraninfo”, organizados por Enzo Bergesio y Yayo Milanesi, fueron uno de los puntos de reunión y celebración artística más importantes del interior del país. Y su emisora, LT10, fue convirtiéndose de a poco en una radio masiva. Las encuestas, que al principio de la gestión Hidalgo la ubicaban por debajo de un 13% en las preferencias, al finalizar su mandato ya la habían convertido en una radio de fuerte posicionamiento político y su impacto fue creciendo hasta terminar, en 2005, liderando holgadamente la lista de las elecciones de los santafesinos.

Honesto como pocos, Hidalgo no utilizó el Rectorado como trampolín para ninguna carrera personal y una vez acabados sus dos mandatos (1986-1994) volvió a su actividad docente profesional sin que quedaran manchas ni reclamos por hacerle. La discusión por su sucesor significó el primer quiebre interno en la UNL y el resultado fue el sorpresivo acceso al Rectorado del arquitecto Hugo Storero, un hombre de escasos antecedentes políticos y perfil técnico, ni siquiera afiliado al radicalismo, pero que llevaba en sus hombros la creación de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, siendo su primer decano. Su elección dividió aguas, aunque nunca llegó a derramar sangre: Storero consiguió el Rectorado apoyado por un grupo de dirigentes estudiantiles y egresados entre los que se destacaba un nombre: Mario Domingo Barletta.

Estos dirigentes que en su mayoría provenían de la militancia universitaria leyeron que a los nuevos tiempos que soplaban en el país con el menemismo le hacían falta hombres diferentes. Esa decisión despojó de sus legítimas aspiraciones a uno de los emblemas de la resistencia universitaria durante la dictadura: el profesor Mauricio Epelbaum. Los radicales universitarios dominaban la casa de altos estudios pero no salían de los límites del edificio y la “nueva camada” venía por eso. Epelbaum tenía un alto perfil político, había sido director de la Escuela Industrial Superior y el principal responsable de convertir al viejo Instituto Terciario del Profesorado en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Había sufrido persecuciones durante la dictadura y representaba lo que cualquier militante reformista entendía como el perfil adecuado para asumir el Rectorado. Era el sucesor natural de Hidalgo en la Asamblea Universitaria de 1994 pero su “temple ochentista” no respondía a las necesidades de la época y allí comienza una nueva etapa para la Universidad Nacional del Litoral. La UNL necesitaba un cambio de paradigma y ese debía ser moderno, adaptado a las nuevas demandas de la sociedad.

En el país, las cosas habían cambiado. El menemismo gobernaba la Nación, el reutemismo la provincia y la universidad tenía que aggiornarse y cambiar de paradigma. La gestión Storero estuvo signada por el discurso de la transformación y comenzó una etapa de cambios edilicios, académicos, políticos y especialmente de objetivos: los servicios a terceros.

La figura de Storero rápidamente fue plantada en los medios de comunicación y su actividad en el Rectorado se pareció desde el primer día a una campaña electoral. Y detrás de Storero estaba, todavía silencioso, Barletta que ya había accedido a la secretaría general y desde allí empezaba a trazar las nuevas reglas.

La universidad cambió de verdad: el nuevo estilo impactó claramente en la cuestión académica. A instancias de terceros cercanos, sin historia reformista, las facultades de la UNL comenzaron a dictar cursos de posgrado que lentamente se volvieron furor y que abrieron una nueva e importante fuente de recaudación y rentabilidad. La búsqueda de la certificación de los posgrados se convirtió en una prioridad y la multiplicación de los cursos durante los viernes y sábados, en un buen espacio para ganar dinero y tejer relaciones con los viejos dueños de la política provincial.

La facultad de Ciencias Jurídicas fue abriendo sus puertas, sus cátedras y especialmente sus espacios políticos a hombres y mujeres que respondían al viejo esquema de poder que todavía se sustentaba en los hilos deshilachados de reutemistas y stornistas.

En los centros de estudiantes se empezaron a notar los cambios del modelo. La Franja Morada comenzó a financiar a su militancia a través de la recaudación de las fotocopiadoras de las facultades, hubo tercerizaciones a los servicios a los estudiantes y se modificó drásticamente el estilo del militante: la mayoría de sus cuadros dirigenciales cobraban salarios de la propia estructura de la universidad o eran financiados por los recursos que generaban los pequeños negocios de los cuerpos estudiantiles.

El Estado provincial y el municipal seguían en manos del peronismo pero Barletta tejió con lentitud y paciencia -virtudes que no demostró después, cuando tuvo a su cargo la Intendencia de la ciudad- un nuevo esquema: posicionado ya en factor de poder, el grupo universitario interrumpió el segundo mandato de Hugo Storero en el Rectorado, luego de su candidatura a intendente de la capital provincial en 1999, para que ocupara un lugar de relativa importancia en el Ministerio de Cultura de Darío Lopérfido durante la breve gestión de Fernando De la Rúa como presidente del país.

La salida del arquitecto precipitó las aspiraciones de Barletta que, tras una rápida reforma del Estatuto, asumió el poder formal en el año 2000. Desde el Rectorado asumió un liderazgo frontal, personalista e innovador. Fiel a su estirpe jesuita y a sus buenas relaciones con algunos sectores que históricamente habían sido esquivos a las relaciones con los claustros, vinculó estrechamente a la UNL con viejos resortes del poder santafesino de las ocho manzanas y sumó algunos nuevos factores emergentes con los que se fueron generando las primeras experiencias rentables de servicios a terceros que ofreció la universidad.

Se puede decir sin equívocos ni valoraciones morales que la habilidad de operador político de Mario Barletta alcanzó para desplazar del principal espacio de poder universitario a nombres que generacionalmente estaban en condiciones de asumir el liderazgo. El ímpetu y la capacidad de negociación con los sectores históricamente ajenos a la UNL le permitieron, sin haber formado jamás parte de la Franja Morada de los 80 ni haber sido afiliado radical, ganarse la confianza de los principales referentes del radicalismo universitario y encabezar un proceso que por primera vez tenía objetivos de poder real.

Barletta custodiaba las relaciones institucionales. Su figura comenzó a aparecer con asiduidad en las páginas del diario El Litoral y se profundizaron los vínculos con sectores privados que terminaron beneficiando económicamente a la UNL. El ejemplo más claro fue el informe “Impacto sobre el comercio minorista” que se realizó para el megamercado Wal-Mart desde la Facultad de Ciencias Económicas y que resultó determinante para la radicación de la empresa en Santa Fe, ya que certificaba que la instalación de esos grandes negocios no generaría daños en la salud económica de los pequeños comerciantes afirmando, por el contrario, que renacerían los viejos almacenes barriales. El estudio, certificado por la mencionada facultad, fue utilizado por la empresa americana como argumento técnico en su posterior asentamiento en México y buena parte de Centroamérica.

No hay elementos que prueben algún beneficio extra de la UNL en el trabajo realizado para el gigante norteamericano, aunque no dejó de ser llamativo el crecimiento edilicio de la casa de estudios en esos años, que no fueron precisamente de prosperidad para el país y mucho menos para las universidades públicas que constantemente reclamaban mayor presupuesto para su funcionamiento durante el menemismo.

Otra novedad que agilizó las relaciones y los aportes externos fue el lanzamiento del programa “Padrinos de la UNL”, aunque ya en 2003. La iniciativa, que a la fecha cuenta con más de un centenar de adherentes, permitió a algunos entes públicos, pero especialmente a un importante grupo de empresas privadas hacer un aporte a la universidad a cambio de ciertos servicios y un importante beneficio impositivo.

Ese cambio de paradigma en las relaciones económicas y sociales también se trasuntaba en los contactos institucionales y políticos. La vieja UNL, despreciada en los despachos del sur de la ciudad y en los principales círculos de poder, necesitaba integrarse. Con Barletta se había terminado la incorrección política y eso quedaba exclusivamente para el folklore de los militantes en los escrutinios de los centros de estudiantes. Los golpes que se daban, si se daban, debían repercutir en beneficio del crecimiento del grupo y nunca poner en riesgo las nuevas relaciones.

Dos anécdotas de las que fui testigo explican su firmeza y su modo de accionar: a mediados de 1999, Carlos Del Frade conducía un espacio radial llamado “Siempre tarde” en el que, entre otros, confluía yo. Del Frade, fiel a su estilo, llegó un día al estudio de la radio sobre la hora del comienzo del programa con un ejemplar del diario El Litoral en la mano y con el rostro desencajado. El conductor -como antes con el caso Storni- venía denunciando anticipadamente las irregularidades económicas y ambientales de la curtiembre Arlei en la norteña ciudad santafesina de Las Toscas. Las pruebas eran contundentes contra el senador nacional reutemista Jorge Massat y la inacción judicial sumada al silencio del resto de los medios le provocaban al periodista un enojo comprensible. Hasta entonces, nadie del Rectorado había cuestionado la línea política del conductor pero esa tarde, el enojo de Del Frade encendió las alarmas y puso en riesgo el frágil proceso de transformación que llevaba adelante la UNL, especialmente en su relación con las instituciones de la ciudad.

“Todos en silencio, callados, asustados. Nadie se anima a mencionar siquiera el apellido Massat. ¿A nadie le importan los chicos enfermos de cáncer por la contaminación de Arlei? ¿Nadie va a decir nada, además de nosotros? Uno se banca el miedo, se entiende. Uno reconoce la cobardía de quienes se silencian. Pero una cosa es la cobardía y otra muy distinta es la complicidad”, arrancó aquel editorial de Del Frade a las 16 horas. Y luego, por primera vez en la tarde, levantó sus ojos y nos miró compartiendo la indignación y mostrándonos la tapa de El Litoral que él había pasado a buscar antes de ir a la radio y a la que todavía, por razones horarias, nosotros no habíamos accedido. La radio aún no tenía computadoras en estudio y tampoco El Litoral había iniciado su vida digital.

En la tapa, una foto de Reutemann junto a Jorge Massat, haciendo referencia a un reclamo de coparticipación contra el gobierno de Fernando De la Rúa. Nada raro, pero ciertamente inconveniente para el relato de Del Frade que sin dudarlo y levantando la voz comenzó un discurso severo y agresivo contra los directivos del diario, a quienes acusó de ser cómplices de la impunidad de Massat. “Esta es la rancia aristocracia santafesina, la que silenció los abusos de los obispos, la que silenció crímenes” etc., etc., etc. Todos sentimos ese día que la breve etapa de Carlos Del Frade como conductor se había acabado.

El periodista había interpretado que El Litoral, con esa foto de tapa, estaba protegiendo a Massat y su comentario generó un fuerte enojo de los directivos del diario con el Rectorado. Esa misma tarde le comunicaron a Del Frade que se tomara unos días de descanso. Yo lo llevé a Carlos hasta Rosario en mi auto con la excusa de que jugaban Central y Unión. En el camino intenté convencerlo de que había cometido un error, pero él interpretó aquella tapa del diario como un asunto personal y se negó a retractarse. Yo, hasta esa tarde de invierno, no había conocido a fondo la dignidad.

Con mis compañeros hicimos un intento por evitar su despido. Pero una mañana de sábado en el bar del Hotel Castelar nos topamos con el secretario general de la universidad, Mario Barletta, que nos dijo con contundencia que podíamos seguir contando con Del Frade como columnista por teléfono hasta fin de año y desde Rosario, pero que nos olvidáramos de su retorno al estudio. Carlos se fue y se constituyó en la primera víctima del racionamiento ideológico de LT10 en la nueva era de la UNL. El rector todavía era Hugo Storero, pero ese día entendimos claramente quién tomaba las decisiones. Las cosas habían cambiado y lo empezábamos a notar.

Curiosamente, la segunda anécdota también está vinculada a Massat y, como en el caso anterior, a un accidente, aunque esta vez no había lugar a interpretaciones: Barletta, ya rector, nos convocó a un grupo pequeño de personas al control central de lo que pronto iba a ser la FM de la UNL, “La X”. Me pidió que llamara a un operador y me explicó lo que necesitaba.

En junio de 2000, por un error en el marcado de su teléfono celular, el entonces gobernador Carlos Reutemann dejó un mensaje de audio en un teléfono equivocado. Para su desgracia, recayó en un móvil que estaba separado por un solo número del entonces senador Jorge Massat y que le correspondía a un funcionario de la Universidad.

Massat tenía múltiples denuncias por enriquecimiento ilícito y era un hombre de estrecha confianza de Reutemann hasta que el excorredor le soltó la mano como si no lo conociera diciendo “Yo no estoy en los calzoncillos de Massat”. Lo cierto es que si bien no estaba en su ropa interior, un año largo después del inicio de las denuncias de Del Frade, Massat fue electo presidente del PJ santafesino, en junio de 2000, y era precisamente Carlos Reutemann quien lo había apoyado en la interna partidaria.

Reutemann no celebró públicamente el triunfo del “compañero” pero dejó sus felicitaciones en un teléfono equivocado. Massat había ganado la interna del Partido Justicialista santafesino por más del 60% y “El Lole” le dejó el siguiente mensaje: “Jorge, soy Carlos, te quería felicitar. Los números son buenos, me parece una victoria importante. Si salís a los medios poné énfasis en el gobierno nacional, responsabilizalo de todo. Cualquier tema que surja es culpa de ellos. Todo contra el gobierno nacional. Pegale al gobierno nacional”.

Barletta accedió a esa grabación en la que el gobernador demostraba mucho interés en debilitar a la administración de Fernando De la Rúa y me pidió a mí que la grabara en un formato que se pudiera guardar. Con un operador de LT10 acercamos el parlante del viejo celular analógico al micrófono del estudio de grabación y, a los pocos minutos, el mensaje estaba guardado en un DAT que el ingeniero Barletta se llevó en su bolsillo. Antes de irse, le pregunté si podía usar el audio en mi programa radial de la tarde. Me miró fijamente y me contestó “No, pibe. Estas cosas no se publican. Sería romper todos los códigos. Ni se te ocurra guardar una copia. Borrá todo y que no se entere nadie, por favor”.

Nunca supe cuál fue el uso político de aquella cinta digital. Y hasta hoy, si lo está leyendo, Barletta ignoró que yo guardé una copia de aquel audio. Con De la Rúa en caída, las necesidades de negociación permanente de la UNL con el gobierno provincial se fueron tensando. Tampoco supe si Reutemann recibió aquella cinta y, si lo hizo, cuál fue la instancia en que ocurrió.

No deja de ser cierto que más allá de aquellas anécdotas, la UNL se convirtió un par de años después en el principal bastión de oposición a la gestión Reutemann desde abril de 2003, no sin antes haber sido el principal pilar de difusión tardía de las aventuras de monseñor Storni. LT10 fue el medio que enfrentó con dureza ambos procesos. En el primero, funcionando como usina probatoria de los escándalos intramuros del Arzobispado; en la inundación, acompañando la triste fortuna de haber sido la única radio que pudo seguir transmitiendo durante los hechos, para convertir a la UNL en el espacio de concentración de búsqueda de personas durante el bochornoso proceso de abandono social que realizara la gestión de Reutemann en las primeras horas para, de esa forma, demostrar públicamente que Santa Fe había encontrado un nuevo dirigente capaz de llevar las riendas en la tormenta.

Barletta aprovechó todas y cada una de las oportunidades de comunicación masiva que le dio el propio gobernador, incluso cuando en su defensa dijo: “Yo no soy intendente ni soy ingeniero hídrico, que son los que debían avisarnos”. La tarde siguiente a aquella afirmación, el salón del Rectorado se convirtió en una enorme sala de conferencia de prensa: todos los medios nacionales, en cadena, mostraron al rector defendiendo a la casa de altos estudios y exponiendo sus argumentos con solidez. Había nacido una estrella y con ella la gran oportunidad para confirmar que la nueva UNL estaba en condiciones de dar el salto al Estado.

El ingeniero empoderó a la universidad y la convirtió efectivamente en el eje de una nueva construcción de poder. La creación del Consejo Económico y Social de la UNL fue el primer paso: los principales referentes empresariales, religiosos y sociales de la ciudad se reunieron regularmente en los históricos asientos del Consejo Superior. La UNL recibía en su recinto al arzobispo, a los presidentes de la Bolsa de Comercio, a los representantes del Poder Judicial… casi una réplica de las reuniones de finales del siglo XIX en el Club del Orden.

Ese entramado, fortalecido por el acuerdo con el socialismo que amenazaba por fin con llegar a la Gobernación de la provincia de la mano de Hermes Binner, le permitió a Barletta ganar la Intendencia en una reñida elección contra el peronismo dividido: el entonces intendente Ezequiel Martín Balbarrey rompió relaciones con el siempre movedizo Oscar “Cachi”Martínez. Nadie podrá comprobar nunca si en aquella división hubo alguna intervención de la UNL. La sonrisa de Martínez la noche del escrutinio parecía confirmarlo. Los cargos que recibió en el primer mandato de Barletta fueron casi una certificación.

Lo cierto es que después de una larga historia, finalmente Barletta y la universidad accedieron al poder del Estado municipal y desde allí siguieron ensanchando el esquema que convirtió al grupo en un resorte de poder cada día más importante en la ciudad, sino en el más importante. Con su acceso, la UNL cerró un conjunto de alianzas empresariales y políticas que perfeccionaron el círculo que se había empezado a dibujar en los 90. LT10 lentamente fue apagando su fuego combativo y volvió casi a los niveles de audiencia iniciales.

Con la Iglesia en franco declive, la universidad comenzó a ocupar lugares en la Justicia santafesina y en la Federal. Y la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales se convirtió en un filtro de primera calidad para acceder a cargos de mucha importancia en el palacio de Tribunales. Aquella “pertenencia” de los jueces y camaristas identificados antes con la Iglesia o la corporación de los distintos peronismos fue trocando y hoy es la UNL el principal espacio de identificación de esos lugares.

Barletta había preparado la plataforma de lanzamiento que derivaría en la Intendencia en 2007. Nada fue casual, aunque la inundación de abril de 2003 le dio un espaldarazo inesperado. Como había ocurrido un año antes con la causa Storni, la desgracia final del viejo poder recayó en beneficio del crecimiento del nuevo grupo que no desaprovechó el escenario. Supo servirse de los golpes de suerte pero sobre todo, estaba preparado para explotarlos.

Sobre esas piedras históricas, casi un siglo después de la Reforma Universitaria, un grupo de militantes radicales consiguió ocupar el mismo lugar que combatió. Reemplazó al viejo esquema tradicional de poder o le dio continuidad, ya que en reiteradas ocasiones, como ellos mismos declaman, se erigieron en los abanderados de la lucha política contra la “rosarinidad”.

El primer nombre que confirmó el ingeniero a la hora de armar su gabinete fue el de su entonces secretario general en la universidad, el abogado José Corral, un rápido aprendiz que no dudó en convencer a Barletta de no competir en la reelección como intendente en 2011 para lanzarse a una candidatura a la gobernación sin ninguna chance, en una interna que perdió holgadamente contra el socialista Antonio Bonfatti.

Corral accedió a la Intendencia recogiendo los logros del ingeniero. Barletta, que alcanzó una banca en la Cámara de Diputados unos meses después acompañando a Hermes Binner, nunca retomó las riendas del grupo. Corral se había encargado de sucederlo en todos los sentidos. De hecho, algunos días antes de darle cierre a este libro, fue despojado de su intento por revalidar la diputación nacional, el presidente Mauricio Macri le ofreció la embajada en Uruguay como premio consuelo y su destino político parece no tener horizontes de grandeza, un hecho de cierta ingratitud para quien supo transformar a la UNL en un sólido grupo de poder.

La continuidad del proceso se profundizó. Las alianzas con los sectores económicos ligados a la construcción y a los servicios públicos se fueron perfeccionando. Varias obras públicas recibieron cuestionamientos de los ciudadanos por sospechas de privilegiar a ciertos sectores. Lentamente la gestión progresista de la ciudad se fue desdibujando hasta romper lanzas con los socios que la habían ayudado a llegar hasta allí. Lejos del socialismo y de buena parte del radicalismo santafesino, el Grupo Universidad se asoció incondicionalmente al macrismo y, con ese salto, terminó de barnizar ideológicamente lo que Barletta había empezado a construir a comienzos de los 90, cuando impuso a Storero en el Rectorado.

El orden conservador santafesino cambió de manos. El poder de la ciudad ya no se define en las viejas ocho manzanas coloniales del barrio Sur, ni se defiende en los púlpitos de las parroquias. Ahora, la lucha contra el sur y las reformas constitucionales, así como la defensa de los intereses de los viejos y nuevos patricios santafesinos, se mudó de barrio. Curiosamente los protagonistas del cambio ya no se reconocen en aquellos muchachos idealistas que pululaban por los pasillos de la UNL en el retorno a la democracia.

Mientras cerrábamos la edición de este libro, el intendente Corral, además presidente de la UCR a nivel nacional, formalizó la ruptura de su sector denominado “Universidad” con el Frente Progresista que integran socialistas, muchos radicales, demócrata-progresistas y un conjunto de partidos de pequeña representación, afirmando así su alineamiento excluyente con el gobierno nacional de Mauricio Macri en la alianza conservadora Cambiemos.

Sus primeras acciones fueron llamativamente similares a las de los conservadores de las primeras décadas del siglo XX: proscribió sin demasiadas explicaciones a su rival interno en la alianza Cambiemos, Jorge Boasso, e inició un proceso electoral con un nivel de agresividad muy alto contra aquellos radicales -la mayoría- que decidió quedarse en el Frente Progresista.

Como a Gelabert, a Boneo, a Storni y a Carlos Reutemann, en las últimas elecciones a intendente de Santa Fe, a José Corral se le escuchó decir en un discurso de campaña “Que no nos vengan a explicar desde Rosario cómo se gobierna Santa Fe”.

La Santa Fe conservadora recuperó representación en el poder. Lo que resta saber, y de eso se encargará la historia, es si los nuevos dueños de la ciudad conseguirán resistirle al futuro.

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