Los argentinos atravesamos otra crisis. Mejor sería decir: los argentinos atravesamos un nuevo ciclo de hipercrisis en medio de nuestro estado natural de crisis.
Las características de nuestros procesos hipercríticos son siempre las mismas: estado de incertidumbre económica y financiera, sobreinformación trágica, pronósticos disolutivos del país y en especial, ausencia de horizontes esperanzadores.
Las salidas, así fueron siempre, llegaron de la mano de la versión ad hoc del peronismo que viene, siempre, a apagar el fuego una vez que el fuego está casi extinguido y además, a recordarnos a todos los argentinos que no somos peronistas, que sin ellos, es imposible gobernar Argentina. En limpio: que los únicos capaces de gobernar,son y serán siempre «ellos».
Esa espada de damocles histórica tiene algo de cierto, más allá de que en el relato se esconda lo más importante: Desde el retorno a la democracia, el peronismo gobernó 25 de los 35 años que corrieron, y les cabe, proporcionalmente, las responsabilidades de los asuntos estructurales no resueltos, y en algunos casos puntuales, la carga directa de procesos de vaciamiento del Estado, con el Menemismo y si; la instalación de una retórica de blancos o negros, que además, justificó un proceso de corrupción estructural basada en la «necesidad de tener plata para hacer política».
Aún así, habrá que decir: desde el desmoronamiento del gobierno de Raúl Alfonsin,en un mandato que todavía duraba seis años, ninguna de las experiencias alternativas al peronismo resultaron sólidas ni capaces de resolver nada.
La experiencia de la Alianza se disolvió en la continuidad de políticas ortodoxas que preanunciaban un estallido social y careció del coraje político que implicaba hacerse cargo de los cambios que lo podían evitar: De la Rúa eligió aferrarse a la convertibilidad y a todas las consecuencias que eso implicaba. El final, aunque algo anunciado, fueron las calles con humo, represión y salida apresurada del gobierno en un emblemático helicóptero.
El peronismo se hizo cargo de la salida, con Eduardo Duhalde y el pejotismo a pleno. Desataron la convertibilidad con una devaluación del 400 %, y ayudados por el viento de cola del boom de la soja, le entregó la banda a Nestor Kirchner que no dudó en avanzar por el camino del «desarrollismo y la redistribución», como modo de conseguir lo que le faltaba al comienzo: legitimidad.
Con Mauricio Macri pasa una cosa muy parecida. Y aunque algunos prefieran leerlo de manera inversa, lo cierto es que asumió un país con serias dificultades financieras y económicas, pero lejos de desatarlas y afrontar la crisis inicial «a lo Duhalde», prefirió el camino de la ortodoxia neoliberal «a lo De la Rua», insistiendo con que el único mal de los argentinos es el déficit fiscal.
Macri, en medio de esa pelea contra el mal mayor, eligió sobrendeudar al país, profundizar las políticas fiscalistas y agravar el déficit. Parece mentira, pero mientras la clase media redujo en términos reales su poder adquisitivo en un 50 % desde que asumió Macri, lejos de haber contribuido al equilibrio de las finanzas públicas, los funcionarios sometieron la economía a los dictados del FMI y anuncian que aún «lo peor está por venir».
Macri no puede aducir «conspiración» cuando los principales problemas de su gobierno nacieron de las acciones de sus propios funcionarios o de las Empresas privadas internacionales en las que trabajaban sus principales funcionarios.
Quedó claramente demostrado que la «corrida» que duplicó el dolar en dos meses, fue consecuencia de la compra mayorista de al menos dos Bancos multinacionales: el Deutsch Bank y JP Morgan, dos instituciones ligadas públicamente a funcionarios de primera linea nacional.
Y aunque los helicópteros y las salidas anticipadas parecen tener poco espacio de concreción, lo cierto es que por tercera vez en 30 años, nos enfrentamos a la necesidad de encontrar una salida a una crisis que, generaron otros, pero que los gobiernos que los sucedieron las agravaron.
Y la salida es política. Y otra vez, en el horizonte aparece el peronismo, ya en su versión K, o en su expresión «presentable»- tal como eligen autodenominarse – y preparan los trajes de salvadores de la nación, sin que queden dudas que los anteriores, otra vez, fueron inútiles e incapaces de hacerse cargo responsablemente del país.
¿ Será la tercera la vencida? Las encuestas, todas, dicen que la mayoría de los argentinos no volverían a votar a Macri ni quieren regresar a la retórica populista K. Como en 2002, tras los asesinatos de Kostecki y Santillán, la mayoría de los argentinos están buscando una alternativa nueva, diferente. Que contemple dos características elementales: capacidad de gobernar de manera equilibrada, y honestidad.
Desde Alfonsín que los argentinos no tenemos una opción socialdemócrata que ponga el ojo en la necesidad de priorizar el equilibrio económico con sus consecuencias sociales, y al mismo tiempo proponer un modelo de desarrollo como salida inmediata. Y además, con una dirigencia dispuesta a hacerlo sin enriquecerse personalmente, y sin que sus intereses empresariales o corporativos se confundan con las acciones de su gobierno.
A un año de las elecciones, con una gestión nacional extraviada y atada sólo a las emergencias financieras, cabe preguntarse quienes están trabajando en poner sobre la mesa esa propuesta.
El radicalismo dilata su ruptura con Cambiemos, profundizando su desprestigio partidario. A este ritmo, será complicado que salven la ropa que les quedaba guardada en el ropero. El partido, con algunas pocas excepciones, elige ser furgón de cola de un gobierno que claramente perjudica a su electorado tradicional de clase media.
El Socialismo santafesino, demora su instalación nacional y debate un purismo imposible en la construcción de esa alternativa. No alcanza con Stolbizer, ni se puede construir desde la mera retórica. Hay que sumar, y eso implica acción inmediata, acuerdos sólidos y la asociación con aquellos que aún pensando diferente en algunos temas, comparten una mirada similar sobre lo estructural.
La izquierda dura, por crecida que aparezca, no tiene en el electorado argentino ningún nivel de empatía con los sectores medios, indispensables en estos procesos.
En esa inacción del núcleo socialdemócrata, otra vez el camino queda despejado para el retorno del Pejotismo. Con las caras nuevas que representan algunos hombres convincentes ante las cámaras de televisión: Juan Manuel Urtubey ó el propio Sergio Massa.
Roberto Lavagna, también cavila sobre la posibilidad de encabezar un gran acuerdo, que tenga al peronismo en su construcción vertebral.
A un año exacto de las elecciones que definirán al próximo presidente de los argentinos, no caben dudas: Si no nace ya, desde los intestinos de los dirigentes progresistas una convocatoria amplia, la historia parece escrita y repetida:
Vendrá el peronismo a remover las cenizas de un nuevo fracaso nacional. Y por tercera vez, en 30 años, se repetirá la frase : «el único que puede gobernar a este país es el peronismo», y no faltarán razones para asentir.
Entre las acciones de unos, las inacciones de otros, y la lentitud de los demás, a la historia la escriben los que ganan.