Hace un par de años, Netflix puso en la grilla la película alemana «Ha vuelto», una adaptación del best seller escrito por Timur Vermes que imagina lo que ocurriría si el dictador resucitara en nuestro presente.
La película, dirigida por el alemán David Wnendt y protagonizada por Oliver Masucci, narra la historia de un Adolf Hitler que despierta de forma inesperada en un descampado en el centro de Berlín, donde se encontraba el búnker en el que hacía 66 años se había quitado la vida. Hitler descubre asombrado una ciudad de la que han desaparecido los símbolos del régimen nacionalsocialista y donde los extranjeros pasean sin problemas por las calles. Se abruma viendo homosexuales paseando de la mano por Berlín, se escandaliza cuando le toca compartir mesa con negros que llevan la nacionalidad alemana, y se enfurece con la internacionalización de la economía alemana.
La película es una comedia, si, se burla de la figura del genocida y de sus ideas, pero en el final- evitaré el spoiler- deja en claro que «el regreso» no necesariamente implica la reaparición del dictador, sino del peligro que corremos si sus ideas reaparecen en la mente y en los reclamos de los sectores perjudicados por las injusticias del sistema financiero internacional.
La victoria de Bolsonaro en Brasil, se parece mucho a esa película. Y la decisión de casi la mitad de los brasileros de convertirlo en presidente- se presume que compuesta por muchos de los que desprecia el candidato en sus discursos- implica claramente el regreso de una linea de pensamiento que amenaza seriamente a las libertades individuales y a todos los derechos humanos consagrados tras la segunda guerra mundial.
Bolsonaro- un dirigente evangelista, militarista, xenófobo, homofóbico- es la concreción efectiva de acceso al poder de un líder fascista a través de elecciones libres . Cerca estuvieron los austriacos, los franceses y los suizos. En algunos países los partidos fascistas obtuvieron un apoyo en las elecciones generales de más del 20% ( Dinamarca); en otros, casi lo alcanzan (Italia); su mayor éxito está en Polonia, donde llegaron a superar el 37% y en Hungría, donde gobierna el Jobbik; y en un país como Alemania, que más ha sufrido y hecho sufrir el nazismo, están en el 12%. En España, la fuerza «Vox», sustentada por el fundamentalismo católico, acaba de convocar a una multitud en un acto de lanzamiento. En América, está Trump. En Rusia, Putín. y en nuestro continente, ya casi nadie discute que el régimen de Nicolás Maduro, se ha convertido en una dictadura feroz y sangrienta.
Lo que cabe preguntarse es ¿ Por qué?, y además, cuanto más profundo puede ser «el regreso»
Y aquí no caben ni las respuestas sencillas, ni las explicaciones retóricas. Ni las teorías de la conspiración, ni la alimentación de la reacción violenta como modo de resistir a una dirigencia que fue votada por la mayoría de los ciudadanos. Todo eso, en principio, forman parte de las razones del regreso, más que de las posibles soluciones.
En principio habrá que indagar porqué, un pueblo decide elegir a un Nazi como presidente y confiarle el futuro colectivo. Y la primera respuesta que se me ocurre no es original ni esclarecedora, aunque si dolorosa: porque todas las experiencias anteriores terminaron en frustraciones.
En segundo lugar, y esto le cabe como molde a nuestro país, porque hemos aceptado a la corrupción como una característica natural de los gobiernos y la hemos legitimado. Y con ella, fuimos bajando gravemente la vara de la credibilidad de nuestra clase política tradicional. La corrupción no importa, parecemos decir, cuando votamos por quienes se enriquecieron y no pueden explicarlo. Sin notar que en ese proceso de naturalización de la corrupción, paralelamente hemos asistido a la naturalización de la pobreza y la marginalidad, a la que sólo asistimos de manera aislada y a través de planes que los excluyen de cualquier pretensión de crecimiento y superación. Los sectores marginales sólo son atendidos de manera directa por la dirigencia religiosa, y en los últimos tiempos, especialmente por las iglesias evangélicas que – ya lo muestra Bolsonaro- van por la construcción del poder efectivo, mucho más allá de los muros de las iglesias.
Ese crecimiento de la corrupción y de los niveles de marginalidad, han convertido a nuestras sociedades, además, en perfectos escenarios de mano de obra barata del narcotráfico. Un negocio que mata para vender. Y que reconvirtió a buena parte de los jóvenes de los cordones marginales de las grandes urbes latinoamericanas, en soldados armados dispuestos a matar o morir, para proteger las areas de comercio de sus jefes.
Y el narcotráfico, trajo además, una escalada de violencia incontenible para la que no parece haber solución real desde las estructuras del Estado. De buena o mala fe, ningún país sudamericano ha conseguido combatir al narcotráfico a través de la persecución bélica.
Hemos sacrificado educación, hemos empobrecido a un 50 % de los seres que cohabitan nuestras ciudades. Hemos aceptado la corrupción. Hemos legitimado a los corruptos. Y seguimos alimentando de manera inexplicable, procesos políticos que han demostrado su ineficacia para resolver los problemas estructurales de las sociedades subdesarrolladas.
Ni el neoliberalismo ortodoxo de planillas excel, ni las experiencias populistas sustentadas desde la fragmentación y el enfrentamiento permanente han dado soluciones a nuestras economías y a las necesidades de las mayorias.
Y entonces, como en los años 30, en el medio de los bolsones de degradación humana, aparecen líderes carismáticos que hablan en nombre de dios, que prometen poner orden por la fuerza, que refuerzan la idea del pasado romántico de las familias tradicionales y se sustentan en el discurso duro de combate a todo aquello que representa en el imaginario religioso el «caos», y ganan.
Por los altos niveles de hartazgos de las sociedades democráticas, por la falta de respuestas de los sistemas políticos y judiciales, a sus necesidades elementales; y también: por los altísimos niveles de corrupción e impunidad.
Y todo eso, sobre lo que cabalga la extrema derecha, abrazando un pretendido amor a la patria, es cierto. Nos guste o no. Los datos de la realidad demuestran que mientras la mayoría de los ciudadanos sufren las consecuencias de las políticas públicas, muchos dirigentes viven en el limbo de las candidaturas y las proyecciones personales, olvidando los motivos originales de su estancia en los cargos. y entonces, aparecen los Bolsonaros y ganan, y el futuro se asoma trágico y brutal.
La casi consumada elección de Jair Bolsonaro, como próximo presidente de Brasil, quizás sea la concreción de aquel imaginario de Vermes: todos corremos el peligro del regreso. El peor de los regresos, aquel que nace de las tripas del propio pueblo.
Quizás sea el momento de exigir cordura, madurez y especialmente honestidad a nuestros dirigentes democráticos. Y soluciones concretas a los problemas de las mayorias.
De lo contrario, no debería sorprendernos Bolsonaro, ni un Juan Perez que aparezca en nuestro país en no mucho tiempo, repitiendo su camino.
Excelente trabajo Coni.
Lo compartí en mi muro. También el triunfo de este hombre para mí es el llamado voto miedo.
El sujeto prometió meter bala a los delincuentes, y en Brasil la delincuencia ha matado a muchísima gente y el miedo, la necesidad de un «orden» como decís,es evidente.