Si consiguiéramos recabar estadísticas de las palabras que utilizamos los argentinos, es probable que «peronismo» sea por lejos la más mencionada a lo largo de los últimos setenta años en nuestras conversaciones

Y algo aún más singular: no debe existir en el lenguaje castellano una palabra que la supere en la multiplicidad de adjetivos calificativos, superlativos o peyorativos,con la que la fuimos acompañando.

No hay pregunta más difícil de responder que esta: ¿ que es el peronismo?

Sencillamente porque el peronismo representa una cosa distinta para cada argentino. Y cada argentino le puso al peronismo el contenido que quiso y quiere, bajo miradas más emocionales que políticas o ideológicas.

Y si lo hacemos desde este último punto de vista, es inexplicable que algunos lo asocien al Nazismo o al Facismo, y otros a la Revolución Socialista.  Que unos lo asocien al nacionalismo extremo y otros, lo conciban como una ideología internacional. Que unos lo identifiquen a la reivindicación de los derechos de los trabajadores y la justicia social y otros, con la eliminación de la cultura del trabajo. Que en su nombre, se hayan aplicado las políticas más justas y las más injustas, sin que ninguno dejara de reivindicarse como peronistas.

Y algo aún más curioso: no existe, con excepción de las ideologías troncales que se dividieron el mundo durante el siglo 20 y en menor medida durante el siglo 21, Marxismo y Liberalismo económico, una identificación partidaria en el mundo, que haya sobrevivido en el tiempo como lo hizo el peronismo, que se haya identificado con tantas cosas distintas y que subsista en el tiempo, sin que los años y las frustraciones colectivas lo hayan desarticulado.

Ya sé. Me dirán que estoy ignorando su condición de partido político organizado. Pero intento ser realista y en la realidad el Partido como tal nunca importó demasiado en el peronismo. El peronismo se caracteriza por los liderazgos hegemónicos y el partido, como institución, siempre fue una herramienta al servicio del líder de turno, y nunca, un lugar de debate de ideas.

Se me ocurre que sólo es comparable con una religión. Y agrego: con todas las características y componentes humanos que tienen las iglesias. Para bien y para mal. Con sus usos y sus abusos. Con sus ritos y sus sagradas escrituras. Con sus símbolos y sus intérpretes.

Lo más interesante del asunto es que aún hoy, el país depende en gran medida de la suerte del «peronismo», en la versión que prefieran. Y no es falso el apotegma que reza: «Es imposible gobernar Argentina, sin el peronismo» o la sentencia antiperonista que asegura que la única forma de generar un cambio profundo en el país, es con la extinción del mismo. Ambas tienen vigencia, y ambas, también, parecen excusas resignadas para explicar nuestra propia incapacidad como sociedad para construir identidades adaptadas a los cambios que fue sufriendo el mundo, como mínimo, desde la caída del Muro de Berlín en adelante, con todo lo que eso implica.

Hoy, a 73 años de la movilización popular que instaló a Juan Domingo Perón en Casa Gris, después de los Bombardeos en Plaza de Mayo, de la proscripción de 18 años, de la matanza de Ezeiza, del «por cada uno de los nuestros caerán cinco de ellos» en referencia a los propios jóvenes peronistas. Después de la Triple A que asesinó, especialmente a militantes peronistas; de Montoneros que también asesinó a otro peronistas, después del pacto militar sindical, después de Lorenzo Miguel, de la renovación de Cafiero, Manzano y Grosso, después de Menem y Cavallo y Reutemann y el segundo  vaciamiento del estado, luego de Martinez de Hoz y de los indultos. Después de Duhalde, de Kosteki y Santillán, después de Néstor, del cuadro que bajó en la ESMA, después de reestatizar lo que ellos mismos habían privatizado, después de Cristina, de la Cámpora, de los negocios de De Vido, después de Moyano, de Triaca padre y también del hijo. Después de todos y cada uno de los acontecimientos que modificaron la vida de los argentinos, a veces para bien, y muchas otras veces – el peronismo gobernó 26 de los 35 años desde el retorno a la democracia- para mal, y muy mal, resulta inexplicable que sigamos discutiendo al peronismo, como si fuéramos ajenos a él.

No. No es el peronismo. Somos nosotros mismos.

Quizás no nos dimos cuenta, quizás no terminamos de aceptarlo.

Incluso, como decía una tía mía que internada gravemente preguntaba quienes eran los dadores de sangre que habían donado , para asegurarse que no sean peronistas; que todos, nos guste o no, jugamos siempre dentro del peronismo.

Quizás porque necesitamos enfrentarnos y dividirnos  a cada instante y en cada momento. Y porque es más fácil culpar que asumir. Condenar que confesar.

Quizas porque no nos queremos ni un poquito, o porque somos colectivamente inútiles.

Quizás porque nunca lo entendimos, aún después de la matanza de la dictadura, quizás porque no nos animemos, o porque no nos sinceramos, o sencillamente porque no lo vemos, pero ya cansa:

El peronismo no existe. Argentina es el peronismo. Y su historia nos representa a todos.

Lo que existe, si, es una historia que nos marcó a fuego y que subsiste en nuestras propias conciencias como una especie de  muro en el que nos golpeamos la crisma, una y otra vez. Y en la que seguimos empecinados en rompernos la cabeza.

El peronismo es una metáfora que nos impide salir del laberinto de las frustraciones. Que usamos, como en el caso del gobierno de Macri, como alternativa comparativa entre los horrores, o como en el caso de los que siguen siendo peronistas,  como imaginario de un país que dicen, alguna vez fue feliz.

Es insultante para nuestra inteligencia que sigamos hablando de peronismo, cuando el mundo cambió de reglas, cuando la economía se administra desde los teléfonos celulares o cuando el retroceso de la humanidad amenaza con retornos espantosos que ponen en riesgo, donde no lo había, el ejercicio de las libertades individuales.

Me cansa hablar del peronismo, como si se tratara de un asunto real, y no de una palabra, apenas una palabra, que funcionó y sigue funcionando, con significados tan disimiles y  antagónicos.

El problema de este país no es el peronismo, es la ausencia de un modelo de país, que puede o no llevar esa palabra en la remera, pero que no depende de su identidad como peronista o no. No habrá Argentina sin peronismo. Sencillamente, porque el peronismo es culturalmente, una parte indisoluble de cada argentino en sus pasiones.

No es el peronismo o nosotros. Es nosotros, más allá del peronismo. Ni en su contra, ni a su favor.

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