¡Qué tiempos aquellos! Todo era mucho más sencillo. Venía un general con el apoyo de un grupo de civiles y algunas corporaciones, bombardeaban una plaza, mataban a unos cientos o miles, y entraba a la Casa de Gobierno. Una locución tenebrosa le ponía número al comunicado y listo. Ya está, la democracia estaba suprimida y eliminada. No quedaban dudas.
Entonces, los hombres y las mujeres democráticas eran perseguidas, encarceladas, torturadas , asesinadas o desaparecidas y sobre esa base, sobre ese abono humano, se desplegaban las políticas más crueles, sin que nadie chistara.
Ni cámaras en las plazas, ni drones mostrando ángulos de la represión, ni canales de televisión mostrando el lado que los otros canales no mostraban. Mucho menos redes sociales, distribuyendo imágenes reales o falsas, da igual ¿no?, y cómo el Congreso se cerraba, no quedaban postales de diputados intentando resolver los asuntos a las trompadas, haciéndose los cocoritos para el aplauso o los chiflidos de la gente. Sencillamente porque no había gente mirándolos, y básicamente porque los diputados no se podían reunir para discutir nada.
La democracia se moría de «golpe». Y si te gustaba, bien. Y sino, también.
Ahora a la democracia la matan los mismos que dicen defenderla. Los propios protagonistas de la democracia se encargan de deshilacharla y mientras la van matando, de a poco, a pequeños puntazos diarios, van señalando al otro como el responsable de ir matándola. Y si, entre todos, puntazo va, puntazo viene, más temprano que tarde se muere.
¿ Morirá de golpe? No. Agonizará hasta que un día, con sus propias reglas, ataviada de Republicana, con sus símbolos intactos, permitirá su eugenesia y se dejara ocupar por un grupo de hombres y mujeres que, aún reivindicándola viva, no creen en ella y la anularán con el peor de los aliados: la legitimidad popular.
El gobierno nacional hace su aporte grande: no escucha nada. No percibe lo que ocurre en la calle. No entiende que sus decisiones, aprobadas con mayorías forzadas y sospechables, desilusiona y socava todas las esperanzas. Los «feroces» opositores, agregan eslabones a la cadena: simpatizan con la sobre actuación heroica que no representa a nadie, al menos a nadie de esa mayoría silenciosa que mientras vuelan piedras y gases lacrimógenos en la Plaza del Congreso, siguen haciendo malabares y cuentas para sobrevivir.
Todos, contribuyen a instalar la sensación de que no piensan, ni parecen pensar un segundo en la realidad de los tipos comunes.
Esos que mientras «ellos» anudan esas decisiones sin contemplar sus preocupaciones, están en el taller, en la oficina, o en el taxi, sin arrojar una sola piedra al aire, soportando las genialidades económicas de Macri, que los hunde cada día más. Esos que silban bajito, angustiados por sus cuentas personales y sus imposibilidades para satisfacer cada día menos a su familia. Esos que perciben con claridad, como a su alrededor, muchos semejantes, van perdiendo su trabajo, se diluyen sus ilusiones y no encuentran destino a la vista. Esos que nadie ve, a los que nadie consulta. Esos que son dueños del más profundo silencio. Donde se esconde el desprecio por todo lo que ve, por todo lo que escucha, esos que terminan pensando en Dios, como última soga para el futuro.}
Y la culpa de todo, será «de los políticos».
Y entonces, como en un Ta- Te- Tí con el centro asegurado, y con información pública que anticipaba todo, la noche previa a la sesión que iba a definir la media sanción al presupuesto 2019 aparecen contenedores con escombros a disposición de los manifestantes. Un grupo muy pequeño, demasiado pequeño, acepta el convite y la policia responde. Unos dirán, como siempre, que empezaron unos, los otros dirán, como siempre, que fueron otros.
Y las imágenes muestran, como una reiteración insultante, las mismas escenas de siempre: Y lo que vemos es confusión. No importa si hay un policia pegandole a gente en el suelo, o si un típico manifestante de izquierda setentosa – remera corta con la imagen del Che, desde donde le cuelgan las sobras del abdomen, pañuelo en la cara , dispara un mortero de fuegos artificiales dirigidos a un grupo de policias plantados ahi. Sólo para ser agredidos.
El grueso de los manifestantes se repliega. La policia sale a rodear incluso a los que se repliegan. Unos generan violencia, otros la sufren. Los que la sufren se confunden con los que la generan. Y una vez más, hablaremos dos o tres días sobre las acciones ilegales del Estado. Sobre la presunta violencia organizada de algunos grupos de la manifestación.
Aparecen policías colocando elementos contundentes al lado de manifestantes detenidos. Las cámaras muestran todo, no ocultan nada. Detienen a inocentes, y dejan libres a los culpables. Pero nada importa demasiado. Y en el «Palacio», los diputados interpretan los hechos de afuera, los relacionan con los de adentro, todos elevan la voz en nombre del Estado de derecho. Dos se amenazan con golpearse y se desafían a salir afuera. Una mujer opositora dice: «afuera todo es represión». Y otra, oficialista, dice: «afuera sólo hay destrucción». Y el grueso de los medios de comunicación, elige una de las dos posiciones de manera intransigente, sin grises, sin atenuantes, sin ninguna administración de moderación e instalan dos opciones falsas y reducen lo irreductible.
Y lejos, muy lejos de allí, «el tipo común» se aleja lentamente de los protagonistas de la comedia, harto de ver las mismas imágenes, de escuchar los mismos argumentos . Y entonces, los gerentes del FMI que obligan a votar un recorte inédito en los gastos en Educación, en Salud, en Obra Pública, consiguen sancionar lo que buscaban.Y los opositores mediáticos, consiguen hablar y se ocupan de dejar en claro que no. Que ellos no votaron, que ellos estaban tratando de impedir lo que, por lógica matemática no podían impedir. Y entonces, los «analistas» aprovechan para decir que si no lo podían impedir por la vía del voto, intentaron impedirlo ejerciendo la violencia. Y todos, absolutamente todos, dicen que esto no es democracia.
Y la mayoría silenciosa dice: juega Boca. Y aunque no sepan como harán para llegar a fin de mes, cambian de canal, suspiran, gritan dos goles y se van a la cama ignorando si el país tendrá o no media sanción de presupuesto, cuando amanezcan. Se sienten ajenos a eso. Lejanos a todo lo que discuten. Saben que finalmente nada de lo que ocurre allí, le traerá algún beneficio. Ya llegará alguien que los entienda.
El juego concluye con éxito: gana la sensación de que da igual quien empezó, quienes son los detenidos, quienes provocaron, quienes están detenidos y si esos detenidos son o no responsables de lo que ocurre. Y los representantes del pueblo, continúan a los gritos puertas adentro. Y los manifestantes se dirigen a las comisarias y al grito de «Compañeros», reclaman la liberación de los presos políticos.
Finalmente, en el medio de la madrugada, mientras el país duerme, votan.
Ninguno de los que hablan parecen percibir que afuera, más afuera de lo que enfocan las cámaras, la mayoría los ignora. Que terminan hablando para ellos mismos, para los pocos que juegan todo el tiempo a profundizar las diferencias que cada día son más amplias. Y que lejos de solucionar los problemas, los profundizan. O porque toman decisiones impopulares, o porque se empecinan en mostrarle al tipo común, que son incapaces de resolver con calma, con responsabilidad, con madurez, los problemas. Que la política aparece como eso, y nada más que eso: gente peleándose, especulando, prometiendo al vacío, diciendo que ellos son los que tienen la razón. Y van quemando la legitimidad. Porque nadie en serio ofreció soluciones. Porque a simple vista lo único que se alcanza a ver es a un grupo reducido de voraces dirigentes queriendo salirse con la suya. Sin lugar para la calma, sin espacio para ponerse en el lugar del otro, nunca. y Así, van matando a la democracia.
¿Murió alguien? Se extraña a Antonio Cafiero minimizando la barbarie. No. No murió nadie. O si. Se va muriendo.
Se muere en serio la democracia. Imperceptiblemente se va muriendo dentro de los ciudadanos que ya no distinguen nada. Porque no les interesa distinguir nada. Porque sienten, con muchas razones, que funcionan como prenda simbólica de peleas en las que no sólo juegan con sus futuros, sino que además, usan el argumento de sus futuros como herramienta para construir candidaturas, sin que importe su opinión. Y ya no creen en nada, o casi nada. Y en el horizonte la ilusión de que más temprano que tarde,llegará el hombre que los conecte con Dios y provea justicia.
Así es como se mata de a poco a una democracia. Y la noticia de su muerte llegará una noche, no tan lejana. Cuando escuchemos a un orador explosivo, anunciando que con él llega el orden, que con él se acabó la corrupción. Que con él, y bajo el designio de Dios, Argentina será por fin un país normal. Donde ya no sean posibles las libertades individuales, ni los reclamos gremiales, ni las protestas sociales. Que no harán falta leyes, sino decretos. Y habrá una multitud en la plaza celebrando el velatorio. Y muchos otros, nos vamos a querer morir. Y nos iremos muriendo, también, acordándonos tardíamente que fuimos cómplices de su muerte.
Y al otro día, jugará Boca.