Si mañana fuera el balotaje, no tengo dudas: votaría por Cristina. Y no voy a permitir que me digan K. A los K, si, los envidio.

Faltaría más. Que me acusen de K. En otro momento me hubiera ofendido, seguramente, pero ahora no. El desastre del Macrismo empieza a despejar cualquier duda. El economista ultraliberal Juan Carlos de Pablo dice sin vueltas «A Macri se le acabó el beneficio de la duda». O sea. ya está. No hay  festival del pasado que lo justifique, ni área de su gestión que admita defensa. Especialmente la económica. Y no se trata de discutir la macro, que de esa sabemos demasiado ya, hemos consumido litros de veneno en esta y en la gestión anterior. Lo que importan son los números, y el ánimo. Y ambos son rojos, y calientes.

La clase media, esa que apostó ciegamente al hijo de un empresario enriquecida por la dictadura ya no soporta un centímetro más de presión. Pagamos todos los costos que había que pagar, y lo que nos aparece en el horizonte es mucho peor. Es ilógico: nos prometieron que íbamos a estar mejor, después del ajuste, y lo que viene es tremendo. 80 mil millones de dólares de vencimiento de deuda externa- que no teníamos antes de su gobierno- y un desbarajuste de todas, absolutamente todas las variables económicas: dólar caro, tasas por las nubes, recesión, cadena de pagos cortada, crédito nulo, consumo en el subsuelo, y un humor social horrendo.

La pobreza se duplicó, se perdieron decenas de miles de empleos, la calle se llenó de gente pidiendo lismosas. La violencia se endureció a causa del malestar social. No hay una sola razón para pensar que este sendero nos conduzca a una realidad mejor, ninguna.

No hay una sola señal de mejoría a mediano plazo, y mientras tanto, los gestos políticos del Presidente ni adrede podrían ser más espantosos. declara el duelo nacional por el hallazgo del ARA, y se va a bailar a un casamiento. Pero ni siquiera exige que lo cuiden. No, baila y hace trencito, como si dijera : «mirá por donde me paso el duelo». Y la gente tiene motivos para fastidiarse, aún más.

No cumplieron una sola promesa de campaña, ni una. Ni somos un país feliz- eso queda más que claro- ni los trabajadores dejamos de pagar ganancias – eso no hace falta explicarlo. Ni somos mejores institucionalmente. NADA. Los juicios siguen siendo, como lo eran antes del macrismo, territorio de presión política y si: aunque la causa cuadernos pueda encontrar alguna guita extraviada en bolsillos de ex funcionarios, la guita también se quedó en los bolsillos de la familia presidencial, de su primo Calcaterra, y de varios empresarios amigos. Si Bonadío y cia sacuden la sábana, habrá más macristas que Kirchneristas involucrados en los negocios de las obras públicas. Así que mejor no insistir.

Y no «pusieron presa a CFK» que finalmente era el sueño más ansiado de muchos que lo votaron a Macri. Y si no lo hicieron, permitanme la sospecha, es porque no quisieron. Porque si querían lo hacían, como ocurrió con De Vido, Boudou, y cada uno de los que terminaron condenados. Con Cristina no avanzaron, probablemente por conveniencias electorales- ganaron las legislativas del año pasado con ella enfrente- y probablemente, también, porque a lo mejor no hay tantas pruebas para meterla presa ¿ no?. Ahora es tarde: Cristina llegará a las elecciones libre. No hay procedimiento ni político, ni judicial que permita su detención. Y contrariamente a lo que ocurría, esa que les convenía enfrente, hoy es la única que puede ganarles con claridad. Se dió vuelta la taba, y debemos decir, sin vueltas, con muchas razones.

¿Que Cristina pueda ganar las próximas elecciones es un retroceso? No. Es la acabada demostración, aún con toda la corrupción que salpicó a su gestión, de que el Macrismo y Cambiemos era lo que muchos sospechábamos que eran. Pero aún peor: nadie sabía la clase de improvisados técnicos que tenían encima, ni imaginabamos el amateurismo político. Y algo más: lo de Duran Barba alcanza para ganar una elección, pero la empatía, el vínculo real con el ciudadano no se compra. Y no debe haber gobierno  en la historia de los últimos 30 años, menos empático con la gente que el actual. NADA, ni siquiera el termómetro de la fiebre social tienen. Menos aún, una tomografía de la angustia a la que han sometido con sus devaluaciones alegres, sus inflaciones, y sus atentados genocidas contra las pymes, la industria y todas las cadenas de valor que tiene el país.

Entonces que Cristina pueda volver a ser presidenta, es más una buena que una mala noticia. La mayoría de los argentinos están necesitando un horizonte. Un conjunto de políticas mínimas que los animen a levantarse cada día con la ilusión de progresar, d e tener trabajo, de ver crecer a sus hijos en mejores condiciones, de educarlos, de poder imaginar que a fin de año podrán soñar con cambiar la heladera, o el auto, o irse de vacaciones a La Falda. Y volver a consumir, comer cada tanto afuera, pintar el frente o ver que los estados tienen plata para poder terminar las obras elementales que les mejorarán la vida. El macrismo nos ha robado hasta las esperanzas, y CFK- contra todo lo que pueda decirse de ella- simboliza eso para millones de argentinos.

No eran una opción. Eran un grupo de negocios que vinieron a asaltar la economía. No tenian programa, no tenian cuadros, ni plan estratégico, ni alianzas con los sectores económicos, ni siquiera acuerdos con las corporaciones sociales. Fueron soberbios, quemaron los dos años de gracia que les concedió el Congreso, las bondades de la paciencia social, y especialmente quemaron la única fuerza que les quedaba: el odio al Kirchnerismo.

Ya no hay una multitud que se asuste con el regreso del Kirchnerismo. Y no la hay porque hasta los propios antikirchneristas empiezan a pensar que si, que los otros robaban, pero estábamos mejor. Y que si, pero ahora nos endeudaron hasta los huesos con el FMI, y que al menos con el Kirchnerismo, íbamos pagando la deuda. Y así, decenas de ejemplos que van eliminando la principal fortaleza que tuvo este gobierno y que paradójicamente era, también, lo que venían a combatir: el odio.

Por eso, envidio a los Kirchneristas. Yo no me sumo ni me sumaré a las celebraciones, claro. Sigo pensando que a este país le hace falta una tercera vía, que me gustaría una fuerza menos populista en los modos, y todas esas cosas que solemos decir los que miramos a la política desde los lugares del idealismo. Los envidio cuando la aplauden, y creanme, porque escuché el discurso de CFK el lunes, a mi también me gusta más lo que dice ella que las famélicas e incomprensibles alocuciones del presidente. Pero no es lo que aspiro como presidente.

No soy parte del Kirchnerismo, ni lo fomentaré desde una posición militante. Ahora si: a diferencia del 2015, ya no me quedan dudas. Si hay Balotaje, yo ya sé a quién voy a votar, y no volveré a dudar. No cabrá el escape del voto en blanco, ni el purismo intelectual. Si la cosa es CFK o MACRI, me verán celebrando la victora de esa mujer que aman, idolatran, y protegen. Esa que yo ni siquiera alcanzo a querer. Pero no tendré dudas: nunca más permitamos que nos gobiernen estos tipos. No volvamos a creer en la palabra de quienes nunca caminaron las calles de sus ciudades. Y no permitamos que los pocos avances que conseguimos, con todas las objeciones que se le puedan hacer, sean borradas de un plumazo, y menos en nombre de la decencia, de los indecentes.

Me darán nauseas, los Moyanos, los Delía, los Cámporas enriquecidos, y todos los símbolos del Kirchnerismo que siempre me molestaron y me molestarán. No aprobaré que se abracen a los pañuelos celestes, ni que se dejen dictar políticas públicas desde el vaticano. Y seguramente no soportaré sus largos discursos con aires setentistas. Pero aún así, si la opción es Macri o ella, no duraré un segundo: la votaré.

Yo los envidio a los K, por la suerte de la ilusión. Y si ocurre, los voy a acompañar, no me cabe una sola duda. En eso, creo que aprendimos muchos del pasado reciente, y sobre todo, de este trágico presente.

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