Toda una experiencia haber recibido centenares, si, centenares de mensajes respondiendo a la nota que publiqué anteayer sobre cómo pensaría mi voto ante un eventual, hipotético y aún lejano Balotaje, entre Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner, en las elecciones del año que viene.
Lo de la experiencia tiene que ver con algo que pensé antes de publicar la nota: ¿ Cuál sería la reacción de algunos, frente a una enunciación de ese tipo? Me lo pregunté, curioso y expectante. Y no me sorprendí: definitivamente tenemos un serio problema como sociedad. Y no hablo de la dirigencia, sino de nosotros. De los que vamos y venimos de a pie al trabajo. De los que caminamos por las ciudades sin custodias, ni protegidos por vidrios polarizados.
Nosotros tenemos incorporada una capacidad muy limitada de tolerancia al pensamiento del otro, si el otro se atreve a decir algo que colisiona con las convicciones propias. No soportamos escuchar, leer o mirar al otro cuando lo que dice, implica posicionarse desde una mirada contraria a la que tenemos sobre la realidad.
«Siempre fuiste un imbécil», puso uno. «Mediocre, basura» apunta otro. «Finalmente saliste del Closet, rata K», apunta un docente » Sos un asco, te bloqueo» dice una mujer a quien nunca le pedí amistad. Mezclados, si, entre opiniones respetuosas; críticas K recordando la presunta «tardanza» en la opinión; y muchos otros compartiendo la reflexión.
La nota, curiosamente, dice nunca mi elección natural sería Cristina. Y más: digo que lamentaré no tener otra opción, y que en esa hipótesis de dualidad obligatoria, votaría por CFK- a pesar de lo que pienso de ella y de muchos de sus funcionarios- solamente porque lo que está haciendo Macri es destructivo para los sueños elementales de la vida de la gente.
Aún así, la reacción frente a una hipótesis es brutal. Sanguinea, irracional y violenta.
Definitivamente no tenemos un problema de dirigentes – solamente- tenemos un serio problema de voluntad social de acuerdo. No soportamos ni siquiera la idea de vernos compartiendo la construcción de una puerta de salida, con quienes piensan distinto.
La reacción no está muy distante del racismo, de la homofobia, y de todas las expresiones que la humanidad fue dibujando desde el prejuicio y el miedo a lo diferente.
Votar a alguien, pensar que se puede votar a alguien, no puede nunca implicar el desprecio por el otro. No respetar el pensamiento del otro, no reparar en la mínima posibilidad de que el otro tenga algo de razón, roza un nivel de intolerancia, que nos acerca mucho a las sociedades que construyeron en la primera parte del siglo 20 al nazismo, y que empieza a replicarse lentamente en nuestra región.
No importa nada a quien pueda o quiera votar yo. Lo único que importa es que seamos una sociedad que soporte la convivencia con el pensamiento distinto. Y estamos cada vez mas lejos.