Es gracioso. Desde unos días a esta parte, en las redes sociales los militantes del radicalismo universitario han elegido la palabra «Mercenario» para responder a mis publicaciones en redes. Digo que es gracioso, porque la reiteración de un término en el lenguaje de un grupo de personas presupone dos cosas: 1- Que alguien les sugirió usarla, y 2- Que como todo grupo de seguidores de flemática formación y autonomía de pensamiento, terminan usando palabras cuyo significado ignoran.

Es cierto: en este país le decimos genocida a un presidente democrático, oligarca al dueño de 100 hectáreas, o insultamos a un militante político por el sólo hecho de tener un ideario. Así somos, así hablamos, así simplificamos nuestras diferencias.

A los periodistas, entonces, nos dicen «Mercenarios», cuando no decimos lo que un grupo de tipos piensa que tenemos que decir o viceversa.

Una militante radical, que se antoja reformista y oficialista del gobierno nacional- extraña combinación de dificil síntesis- me responde a esa duda : » Vos sos periodista y mercenario». Ok. La diferencia entre una cosa y la otra ya la veremos, pero advertimos esto: Se puede ser periodista y mercenario, nada lo impide si ambas condiciones se reunieron y no encontraríamos incompatibilidad. Sería raro, si. Pero no incompatible.

En cambio, ser militante de un gobierno que en su base cree «que sobran universidades públicas» y esquilma a todos los organismos públicos de investigación, resulta prácticamente imposible de aceptar en quien se define «Defensor de la Universidad Pública, la Reforma Universitaria con todas las redefiniciones que se le puedan aplicar en cien años de vida.

Mercenarios eran los de antes

Primero no le faltemos el respeto que aún en el desprecio le debemos a la profesión que mencionamos. Los mercenarios siempre fueron y son, orgullosamente mercenarios. Al punto tal, que la Convención de Ginebra, después de la Segunda Guerra Mundial, los definió como tales, siempre que cumplieran entre otros, estos requisitos:

  1. Ha haya sido reclutado o embarcado específicamente con el fin de luchar en un conflicto armado.
  2. Que haya tomado , en efecto, parte directa en las hostilidades.
  3. Que su motivación para tomar parte en las hostilidades es principalmente el deseo por el beneficio personal, y de hecho, se le haya prometido una recompensa material por una de las partes en el conflicto, o en favor de ésta que excede de forma sustancial al pago que los combatientes de las fuerzas armadas de dicha parte reciben con similares rangos o funciones.

Eso y sólo eso, es un Mercenario. Todo lo demás, se puede considerar una mala utilización del término, sobre todo cuando se aplica a abogados, periodistas, médicos o cualquier otra profesión que – por buenas o malas prácticas- algunos elijan descalificar. De manera colectiva o individual.

Cómo estas líneas nacieron a la luz de la adjudicación que algunos «chicos rentados de la política universitario» – entiéndase por rentados a todos aquellos que reciben dinero por ejercer una tarea dentro de un organismo u organización- me gustaría explicar porque no soy, ni puedo ser definido como mercenario. Y tras ello, proponer un esfuerzo en la creatividad, formación o enriquecimiento lingüístico, de quienes pretenden, seguramente, ser nuestros lideres en el futuro no tan lejano.

Si yo fuera mercenario, debería ser contratado formal o informalmente en un grupo de combate. Pongamos que sigamos la lógica lamentable de que un dirigente político o un aspirante a serlo, crea que exponer ideas, manifestar críticas o debatirlas, supongan una acción bélica. Todo lo contrario a la naturaleza misma de la política, pero bueno… Avancemos.

En segundo lugar, este escriba debería ser «extraño» al colectivo bélico para el que se pone a disposición. Y mi condición explícita de «ex funcionario» del gobierno provincial, que nunca negué, escondí o relativicé, implica aceptarme parcial en la mirada de algunos asuntos públicos. No de todos, pero si de algunos. Y me encargo de aclararlo antes. Decir desde dónde hablamos, es un acto de honestidad. Y la honestidad, no es compatible con el mercenarismo. Si algo no es un mercenario, es honesto.

En tercer lugar, mi trabajo debería perseguir exclusivamente un interés económico, y en tal caso, prescindir de compromisos ideológicos, posiciones y recortes subjetivos. El mercenario tira a quienes le ordenan, sin preguntarse qué piensa el otro, y no es mi caso: La vanidad me invita a explicarlo en contraste con el pasado. y si tienen tiempo, lo pueden hacer, revisen que al revés de lo que dicen los militantes cibernéticos, es muy raro reencontrarme en el pasado, diciendo cosas distintas a las que digo o escribo.

Mi compromiso con la educación pública es innegociable. Mi rechazo a las políticas de ajuste y la elección de los asuntos fiscales por encima de la calidad de vida de la gente, también. Mi distancia con la corrupción, también. Y mi cercanía- nunca simulada- a los preceptos y las políticas del Frente Progresista, inmóviles, desde su formación. Con críticas, sin dejar de discutir nada de lo que generan o dejan de generar. Pero no niego ni negué jamás esa cercanía…Un mercenario no opina. Un mercenario no discute. Sólo ejecuta, sin preguntarse siquiera por qué.

No voy a hacer un panegírico de mi historia. Pero no acepto, bajo ningún punto de vista, que se me acuse de «disparar por pago». No me ofende que me digan oficialista, no reniego de mis subjetividades, ni rechazo todo eso que implique «comprenderme dentro de las generales de la ley»

En otros tiempos eran Reutemann, Storni, Balbarrey, Menem, el Kirchnerismo corrupto, Rossi, las persecuciones fiscales de esa gestión y ahora, claro, el Macrismo y todo lo que política, económica y moralmente representa. En el país, y en Santa Fe, con el papel vergonzante del intendente y sus objetivos personales.

La coherencia, es un valor. Y me jacto de eso. Los mercenarios, aceptando que se aplique el término a una actividad que no es bélica, no tienen otro valor que el dinero.

Y además…¿ pueden verificar, con alguna responsabilidad, mis cuentas, mi patrimonio, o mis condiciones de vida, para afirmar que no puedo explicar que tengo lo que tengo? ¿ Pueden demostrar al menos una acción – dentro y fuera de mi condición de periodista- que confirme que soy un mercenario?

¿ Pueden hacer al menos el esfuerzo de ir a los asentamientos de los libros o registros, para publicar- si, publicar, pueden hacerlo- cuales son los montos publicitarios que recibo de manera semanal, mensual o anual desde los organismos oficiales; y en su caso, si no se corresponden a las tarifas y valores de los medios donde trabajo?

En todo caso, si, «disparo» palabras e ideas por convicciones. Y me hago cargo. ¿ Estos chicos piensan cuando escriben o solamente repiten como loros adiestrados, las órdenes discursivas de sus dirigentes que si, han demostrado actuar por intereses personales y en algunos casos pecuniarios, al momento de pegar un injustificable salto de partidos o coaliciones?

No digan mercenario, no es el término. Empiecen a recuperar un poco de altura. Alguna vez la militancia universitaria reformista del radicalismo fue un orgullo y una referencia que se encargaba de sacudir al partido, cuando se desviaba de sus origenes.

Hoy, son todo lo contrario. Son el espacio de la UCR, que legitima a uno de los gobiernos más atroces que recordemos en los 35 años de democracia. Eso indican los números, los mismos que usabamos para cuestionar al Kirchnerismo, y no es admisible – al menos en los que se precian de progresistas- defender el cierre de 25 Pymes por día, aceptar el endeudamiento descontrolado, apoyar el protocolo del gatillo fácil, la pérdida brutal del poder adquisitivo y la desinversión en educación, en salud y en todos aquellos aspectos que defiendan la igualdad entre los ciudadanos.

Defender eso, bajo la promesa de que luego vendrá lo mejor, no es política. Es religión. Es la reproducción de la promesa del cielo, una vez que hayamos muerto. Es apelar a la ayuda celestial, y no hay nada que anule con mayor contundencia a la política,que la religión. La política sirve en la tierra, y debe transformar la vida de los vivos, y no de los muertos.

Los muertos. Esos que mueren por diversas causas, en algunos casos como consecuencia de la angustia de vivir en este país. Donde hay «jóvenes» que defienden este espanto. Como los mercenarios, sin ninguna convicción ni compromiso, más allá de sus sueldos y sus beneficios personales.

Pero no, no son mercenarios. ¿ O si?

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