Estoy viendo las fotos y los videos que llegan desde Carlos Paz. Un eufórico Ariel Tarico se abraza exagerado a su estatuilla de plata como mejor imitador de la temporada, pero cuando contesta los mensajes dice «¡y el oro!», en referencia al premio mayor que se llevó la obra en la que participa con Fátima Flores.
No cambió nada, o casi nada. A diferencia de algunos otros que se fueron de la ciudad y que desconocen al pasado, Ariel es todo lo contrario: en cada charla, en cada encuentro pregunta por las caras y las voces del pasado. Está al día con lo que pasa en la ciudad, escucha los medios locales, y lee detenidamente las redes y los medios, por internet.
Sabe de política como pocos saben de política: desde la ironía y el descreimiento que tiene autorizado de tanto ver y escuchar. Sabe de política, porque desde que tiene memoria en su casa hablaban de política. Y creció rodeado de revistas Humor, con un padre que se despidió pronto pero que le dejó esa herencia: el amor por las caricaturas y el humor.
A los 14 rompió el molde de todo lo que funcionaba en humor radial y televisivo en Santa Fe y se rajó pronto. No lo suficiente como para no haber acumulado una pila de anécdotas y recuerdos de sus pasos por varios programas de LT10.
Cuando habla, de su boca se caen nombres que para algunos santafesinos parecen desconocidos: recuerda al Moncho, al Negro Goitía, recita de memoria algunos fragmentos de la radio que lo arrullaba en su infancia, y la que al fin, lo decidió a partir. Tan chiquito que nos daba miedo a todos. Y se fue.
Ahora, cuando ya se cumplen casi 20 años de aquel comienzo fulgurante, Tarico, que se codeó con los mejores, si, con los mejores nombres de finales del siglo veinte y comienzos del veintiuno en la radiofonía argentina, Hector Larrea, Lalo Mir, Roberto Pettinatto, Nestor Ibarra, Juan Carlos Mesa Magdalena, entre algunos otros y que se cruzó con otros grandes del humor, que lo aplaudieron y lo aplauden de pie, ahora que ya se montó varias Cazuelas teatrales a su nombre y recorrió el pais dos o tres veces ; Ariel, el Lento, sigue siendo el mismo pibe que caminaba como un loco hablando solo por avenida Freyre imitando a Rogelio Alaníz , Jorge Obeid, o Angel Malvicino, haciéndoles decir lo que nadie se animaba a decir en aquellos tiempos.
Ahora, cuando levanta un trofeo más- y acumula muchos, entre ellos un par de Martin Fierro, disfruta de la alegría de seguir haciendo reir. Y se ríe.
Tiene apenas 35 años. Y una carrera inmensa por delante, a la que no traicionó nunca por dinero. O por amor a su trabajo. Eludió todos los convites que le hicieron para licuar el arte en programas de TV de mucha audiencia o en shows de Prime Time, y resguardó su trabajo.
Por eso lo respetan todos sus colegas, todos. Y por eso, entre otras cosas, a la mayoría de los que lo conocimos de pendejo y lo fuimos viendo crecer, nos pone tan felices verlo feliz.
Tarico, el Lento, ha sabido cuidar cada paso que fue dando, y siempre está buscando la piedra filosofal que le permita dar algún salto. No los saltos de la fama y la enfermiza riqueza. Sino el salto que le siga dando orgullo, cada vez que se queda solo en un camarín.
La verdad que ganar un Carlos no es un asunto que lo modifique. Pero esta sensación de reencontrarse con el reconocimiento, con la calidez del público y con la certeza de que sigue siendo un humorista genial, que inventa sus propios textos, le llena el tanque de energía y eso significa que podemos esperar muchas más genialidades.
Los santafesinos lo recuperamos en las mañanas de AIRE DE SANTA FE, pero lo compartimos con todo el país.
El Lento, sigue siendo aquel adolescente tímido que se burlaba de todos nosotros. La diferencia es que ahora, se burla de todos nosotros, de todos, sin ninguna excepción, blandiendo el arma más poderosa que sobrevive en estos tiempos de desencanto general: el humor.
Hermoso mensaje. Un genio. Lo describis tal cual. Lleva la humildad de lo grandes y eso lo hace aún más grande.