
Mientras arde Caracas, un coro de sabios repite frases hechas y fumigan de ignorancia el aire ya contaminado por las nauseabundas fragancias de los cuerpos que esperan el cristiano entierro.
Mientras arde Caracas, una mujer camina con el ritmo borracho del hambre, y lleva a un niño en sus brazos. Y me mira con profunda tristeza y me pide algo. Extiendo la mano y le doy un puñado de billetes que no valen mucho màs que para un kilo de pan. Y ella sonrìe y le pide a Dios que me bendiga. Y yo le respondo: que lo haga con vos, ya mismo, que no es justo lo que te hace.
Mientras arde Caracas, un hombre me pide 20 dòlares para dejarme entrar a un lugar prohibido. No es su culpa. Pero aprendiò qué comer y vivir depende màs de las oportunidades y del apremio que del trabajo. Le agradezco la oferta, y le sonrìo. Piensalo, me dice antes de despedirme. Lo pienso, le respondo, lo pienso. Lo pienso tanto que no puedo pensar en otra cosa.
Mientras arde Caracas, yo violo la prohibiciòn de fumar en una habitaciòn de piso 12. Y miro por la ventana el atardecer sombrío, y la velocidad de los coches que se escapan de la Sabana, y rezan por llegar a casa. Me recuerdan a los gorriones que vuelven a la plaza de Iquitos a las seis, cuando la selva ya no les garantiza el vuelo.
Mientras arde Caracas, hay mesas de ricos que comen muy bien. Unos celebran la resistencia y la continuidad. Otros planifican el quebranto y la interrupciòn. Hablan de dinero y de inversiones. Nadie se detiene a pensar en aquellos que no saben què comerán mañana.
Mientras arde Caracas, yo sueño con volver. El fuego invisible me quema el ánimo y destroza, un poco más, mi esperanza en la humanidad. Sueño despierto con volver a casa. Besar a mis hijas y sentarme en el patio a ver como la copa del álamo plateado se mueve, cambiando sus colores.
Mientras arda Caracas, no habrà inocentes que puedan probar su inocencia. Ni culpables que cumplan las condenas que merecen por este infierno. Una chiquita me ofrece su cuerpo delgado. Sus ojos abatidos. Su hambre ensañada. Le acaridio el pelo sucio, y le digo: tengo una nena de tu edad. Y la consuelo con un dòlar. Es domingo, y sòlo deseo estar en casa.
Mientras arda Caracas, yo habrè sido apenas un testigo de la ausencia de límites de la estupidéz, de la ambición y del desprecio por las almitas huérfanas de toda dignidad. De millones de ilusiones pisoteadas. Del sòtano màs oscuro que recuerda la Amèrica de los libertadores. Què sòlo son pinturas y estatuas, y excusas retorcidas y mal citadas, que adornan el horror de esta tierra saqueada.
Mientras arde Caracas. Yo preparo mi bolso, acomodo mis cosas y me pregunto si algún día querré volver. No hay caribe, ni canciones llaneras, ni rones premiados en el mundo que me inviten a volver.
Mientras arde Caracas, todo recuerdo serà pena y pesar. Y una nube negra. Que no me permite pensar. Arde Caracas. Y yo vuelo al fin. Con el alivio cobarde del que no quiere seguir mirando tanto espanto.