Maitena tiene casi 12 y cursa su primer año de secundaria. El viernes, mientras regresaba del colegio y en la radio del auto alguien hablaba del aniversario del golpe de 1976, me preguntó por el Mundial del 78.

Fanática del fútbol, me fue relatando lo que habían conversado en la clase de música, y me preguntó por la goleada a Perú. Por la compra de aquel partido que le aseguró a Argentina el pase a la final. Y después me preguntó por el «lugar de las torturas» a pocas cuadras de la cancha de River.

Para ella, como para su hermana más grande de 15, la dictadura ya es materia de aprendizaje curricular. Sus vínculos directos con aquellos años sólo aparecen en la superficie cuando las Abuelas recuperan a un nieto más, o cuando – sin que lo sepamos- escuchan algunas discusiones en casa.

Mi cuñado es aviador militar. Un familiar muy cercano y querido, tío de mi mujer, fue héroe de Malvinas- se encargaba de abastecer combustible en el aire a los aviones de combate- y para ellos, claro, sin tener por edad ninguna responsabilidad en el genocidio, la dictadura tuvo otras consecuencias: fueron maltratados y descalificados por una sociedad que, tras 7 años de vaciamiento económico, decenas de miles de desaparecidos y asesinados, centenares de bebés nacidos en cautiverio y robados a sus madres asesinadas, y una guerra perdida, condenó a todos los militares, a un lugar de desprecio y descalificación permanente. Y ello incluyó injustamente, a los familiares de mis hijas.

Sin embargo, es vínculo familiar nunca interrumpió ni puso en dudas las cosas. Crecieron en una sociedad distinta, y como en la mayoría de los asuntos que a nosotros nos resultaron complejos de entender, ellas siempre distinguen los asuntos sin prejuicios y complejos.

Para mis hijas, nacidas 30 y 34 años después del retorno a la democracia, la dictadura fue lo que fue: un asalto al poder de un grupo de militares asesinos. Una organización que hizo desaparecer a miles de personas, que aniquiló las libertades individuales, que prohibió películas, música y artistas ( ese siempre es el punto de mayor asombro cuando hablamos del tema) y por sobre todas las cosas, un asunto del pasado que no puede volver a repetirse, aunque les resulte remoto y en muchos casos confuso.

La dictadura, de la que estamos separados ya por 36 años, está presente en la conciencia de todos nuestros hijos, afortunadamente. Muchos debates la abordan colateralmente, y uno de ellos, sin duda alguna, fue el de la despenalización del aborto. Allí reaparecieron las discusiones sobre el desapego a la vida humana que tuvieron muchos representantes de organizaciones sociales y religiosas que hoy, claman hipócritamente por las dos vidas y no salvan ninguna.

En cada discusión que damos, en cada argumento que exponemos sobre cada tema de la coyuntura, estará presente siempre aquella historia, para nuestros hijos . Cuando hablamos de Fútbol, como me pasó con Maitena el viernes. Cuando hablamos de sus derechos de género, sobre sus libertades individuales, sobre la potencia de la creación cultural como motor de cambio de cada espacio que habitamos. Cuando nos toca explicar una coyuntura, que puede ser Venezuela o Corea del Norte. Estados Unidos o Rusia. Cuando nos enfrentamos a políticas económicas como las actuales y tenemos que explicar porque cada día hay más chicos pobres en la calle.

La dictadura, a 43 años del golpe, está incorporada a la memoria colectiva, más allá de las posiciones políticas, los partidos y las cercanías o lejanías con las víctimas. Todos somos responsables de mantener viva la llama de la memoria. No para sembrar el odio sobre un pasado que no tiene ni tendrá reparación real, sino para asegurarnos que aún en la peor de todas las circunstancias que vivamos como sociedad, seremos capaces- serán capaces, ellos y ellas, claro- de evitar que vuelva a ocurrir.

Por eso mi hija me habló del Mundial 78 el viernes. Por eso mi otra hija, me preguntó si era cierto que prohibian artistas en nuestro país.

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