Durante el fin de semana me fagocité «Sinceramente», el libro de la ex presidenta y reconozco que no salí del libro con las mismas sensaciones con las que entré a curiosear. En la noche del lunes, casi por accidente, ví una hora y media del regreso de Tinelli a la TV, y me fui a dormir con una sensación parecida.

¿ Que produce el paso del tiempo en nuestras vidas? La respuesta obvia es el envejecimiento o la madurez, o cualquier eufemismo que querramos usar para simbolizar nuestros cambios externos e internos. Otro tanto ocurre con lo que nos pasa durante ese tiempo. Hemos vivido más, hemos leído más o menos, hemos establecido vínculos y hemos roto algunos otros. Vimos más películas, algunas series, escuchamos algunas canciones más, nos conmovimos con músicas nuevas, y claro, incorporamos más o menos tolerancias, más o menos paciencia, más o menos indiferencia, hacia temas que antes nos ocasionaban sensaciones y convicciones que parecían inalterables.

Cuando arranqué «Sinceramente», creí que iba a enojarme y a reírme cínicamente de un relato falso. Ese era yo, claro,pero a medida que avancé en las páginas, fui comprendiendo- por la virtud de la redactora- que estaba asistiendo a versiones diferentes de algunas historias que yo había leído, interpretado o sencillamente sentido, de otra manera.

Cuando por fastidio, acepté poner el canal donde retransmiten el regreso de Marcelo Tinelli a la TV, a pedido de mis hijas que sólo asocian a Tinelli con mujeres y hombres bailando, y jurados que les faltan el respeto; y me encontré con un repaso de la historia del programa, desde Videomatch, me topé con una serie de personajes, sketches y ese «humor de barra del barrio», sentí- esa es la palabra- que aquello que tanto esfuerzo me generaba por no gustarme, me gustaba. Y que formaba parte de mi propia identidad, aunque yo la negara.

El relato de Cristina es antes que nada, humano. Enoja, si estás enojado con ella, pero en ciertos puntos, te hace comprender que las cosas no siempre son como las ves, o mejor dicho, que la gente no siempre ve lo que ve, sino lo que sus circunstancias personales le permiten ver. El relato tiene la virtud de integrarte a las escenas, y ofrece, en casi todos los casos, un prisma que no tuvimos al momento de reflexionar. Desde la muerte de su marido, hasta la confusa relación con Clarin. De la ley de medios, de la 125 y de la escena que nos perdimos, cuando ella no fue al congreso a entregarle el poder a Macri.

Tinelli representó, representaba o quizás aún represente, todo lo que yo odiaba de los medios masivos. Pero convirtió el humor de los argentinos. Le quitó distancia y ficción a nuestra manera de relacionarnos a través del humor, y consiguió que la realidad y muchos de sus protagonistas, se convirtieran en un show cotidiano. Tinelli le puso show a la timelime política, y sus humoristas supieron contar con cierta simpleza pero con claridad popular, lo que a muchos otros nos costaba horas de debate en un café. Tinelli fue una especie de Tato Bores de baja calidad. Una bajada de linea constante- y variable- con formato de revista Antena. Un traductor de las complejidades del poder, con formato de cachada.

Cristina escribe desde su lado del mostrador. No oculta su neurosis, no disimula sus desequilibrios emocionales, y no deja de aceptar, nunca, que su accionar, sus decisiones politicas y personales, nacen de un discutible motor político: la pasión.

Ambos, creo, nos devuelven a lo que eramos antes de conocerlos, a lo que nos produjeron sus acciones, y a los prejuicios, y a nuestras propias neurosis, mientras eramos testigos de sus shows. Y en este punto se unen.

Sinceramente tiene la virtud de desplegar con exactitud, un relato que nos resulta propio desde otro lugar. Tinelli consiguió, sin que nos dieramos cuenta, que fueramos parte de su espectáculo durante 30 años, aún cuando lo resistiamos. A ambos los resistiamos, al menos yo, sin comprender, que nos gustaran o no, ya formaban parte imborrable e inevitable de nuestras vidas.

Al libro le faltan autocríticas, claro. Las mismas que nos faltarian a cualquiera de nosotros si nos pusieran a contar nuestras miradas sobre las decisiones que tuvimos que tomar en diferentes ocasiones de nuestras menos significantes vidas. Tiene una autocondesendencia que por momentos irrita, y por otros, nos solidariza.

Con Tinelli, al menos anoche, descubrí que me reía y me emocionaba, y que muchas de las cosas que yo le criticaba, anoche, me causaban mucha melancolía, mucha risa y mucha identificación con las miradas que tuvimos después sobre los asuntos públicos y privados.

Cristina es una mujer herida, y en sus páginas lo explica. Y no hay forma de entender lo que relata en cada anécdota, si aceptamos que se trata del relato superviviente a circunstancias de las que muy pocos saldrían fortalecidos: la negociación constante por el poder, el rugir de los desprecios, el choque de las convicciones con las posibilidades, y la distancia y el encierro, mientras se toman decisiones para los que están afuera de los muros.

Tinelli habla con franqueza, le creo. Repasa sus años en la TV y dice que eso es su vida, y aunque nos duela, también es parte de la nuestra. Repite como disculpándose que hoy no haría lo que hizo antes, que se equivocó, que creció mientras lo iba haciendo, y que – nos haya gustado o no- eso que vimos, será parte inescindible de nuestra identidad.

Los dos, son gigantes y poderosos. Ambos necesitan del aprecio y la aprobación de las multitudes, y relatan, cada uno a su manera, que lo que fuimos viviendo no sólo es como lo vimos, sino como ellos lo vieron, sin que podamos saberlo.

Sinceramente no es una rendición de cuentas, ni mucho menos. Tampoco es «La razón de mi vida», ni pretende serlo. Lejos de la oratoria con tono a maestra de escuela, y de la inflexible mujer irritante e irritable, aparece una señora mayor, serena en la reflexión, que nos escupe unas cuantas verdades siniestras, y otras tantas media verdades, que nos ayudan a comprenderla. No dije justificarla, sino comprenderla.

Cristina confiesa que es lo que es. Y no deja de decirnos, contra nuestra voluntad, lo que somos y lo que fuimos. No se esmera por despegarse de los aspectos prototípicos que le fuimos dando, mientras la «conocimos». Pero a la vez se defiende de los agravios, reclama igualdad en el trato, ruge como rugiria cualquiera de nosotros si nos tocaran a un hijo y se esmera por explicar, con muchas omisiones claro, lo que nunca había explicado.

Tinelli entra al show y se «reconcilia» con su historia. Se reconoce en los abrazos de aquellos que lo ayudaron a ser lo que es , y aunque no tenga un pelo de inocencia, deja caer las razones por las que él entiende, está autorizado a opinar de los asuntos públicos y, por que no, a formar parte de una eventual construcción política, en el futuro no tan mediato.

El libro de Cristina y el retorno de Tinelli a la TV, fueron dos viajes que yo no esperaba tener, y que como todos los viajes, te devuelven modificado.

No tengo empatía con Cristina, ni con Tinelli. No me siento atraído por sus vidas ni identificado con sus personalidades. No los quiero más o menos que antes. Simplemente me autoricé a escucharlos, y comprendí, que no somos sólo lo que queremos ser, sino lo que «ellos» han sido y han hecho, en sus diferentes escenarios.

Cristina y Marcelo, modificaron nuestras vidas y es posible que lo sigan haciendo. Nos molestaron, nos incomodaron, nos expusieron a nuestros propios prejuicios y límites. Y nos descubren mucho más ignorantes y parciales, de lo que decimos ser.

No son héroes, claro. Ni mártires, ni mucho menos. Pero son seres humanos que tuvieron, tienen y tendrán poder. Y el poder, aunque algunos crean que es diferente, es asunto de seres humanos. Con todo lo que eso conlleva. Y el poder se equivoca, acierta, se enoja, se ríe, se burla y llora con nosotros. Se quiebra, se rehace, modifica rumbos y construye o destruye, atado a circunstancias a veces invisibles. El poder puede ser tilingo, frágil, indolente y cruel. Y a la vez, profundo, duro, solidario y piadoso.

El libro de Cristina y Videomatch, somos nosotros. Aunque nos joda, aunque nos averguencen, aunque nos opongamos a serlo. Somos nosotros, aún cuando estemos convencidos de todo lo contrario.

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