El anuncio de Cristina no les gustó a todos. Está claro que ante la palabra de la Jefa, lo mejor es bajar la cabeza y admitir que si, que es lo que hay que hacer, que no queda otra. El verticalismo del PJ así lo determina desde su nacimiento, y si hay algo que discutir, será después de la derrota. Si se concreta. En Santa Fe, algo similar pasó, pero el candidato ni siquiera decidió expresarse al respecto.

Primero fue la euforia, si. Los militantes festejaron con locura efervescente la «ocurrencia» de la jefa. Nadie se atreve a pensar que no es otra cosa que una genialidad, claro. Lo dice Cristina y si lo dice por algo es ¿no?. En Santa Fe ocurre una cosa similar desde hace algunos meses. Cristina bajó todo lo que olía a Kirchnerismo puro, y con la excepción de la campaña de Alejandro Rossi en la ciudad, todo lo que simbolizaba un acercamiento directo a la figura de la jefa, quedó a fuera de las pegatinas, los afiches y las redes sociales.

«Quico» Bussatto, hasta la última campaña no paraba de mencionarla a Cristina en cada discurso, pero una vez que recibió la orden de pegarse a Omar, listo. Todo es «Paz y Orden», dejando de lado cualquier expresión que pudiera conectarlo con su origen.

En el discurso de la «Unidad» del PJ, se hundieron todas las diferencias, se acabaron los matices, y todos, como si se tratara de un ejército, doblaron hacia el lugar en el que conviene pararse, aunque en ese lugar coincidan con aquellos con los que juraron no juntarse jamás.

Omar es un sapo. Lo dicen por lo bajo o por lo alto, cuando se charla en confianza. Omar es lo que nadie hubiera querido votar, si les hubieran dado a elegir otra cosa. O sea, si Cristina, les hubiera permitido tener un candidato propio. Algo más parecido a ella. Un Chivo, por ejemplo. O el propio Bussatto.

Omar, es todo lo que ellos dicen no ser: fue reutemanista, participó de las privatizaciones, de los gobiernos que inundaron y reprimieron a los santafesinos. Los gobiernos que empobrecieron a los jubilados, a los empleados públicos y los que cumplieron al pie de la letra cada una de las decisiones que ordenaban Cavallo y Menem desde Casa Rosada.

Lo de Alberto Fernandez, viene a perfeccionar la decisión: bajo la misma consigna, la de la «Unidad», el hombre que precisamente se enfrentó a todas y cad una de las consignas que reivindica el Kirchnerismo duro, termina ocupando el cetro. Y aunque «ella» aparezca como la armadora, lo cierto es que termina cediendo el lugar al único que la enfrentó en la 125, en la ley de medios, en la reestatización de YPF- defendiendo a Repsol como asesor- y que se cansó de descalificar a los militantes como militontos, en cada una de las discusiones que dió desde sus redes sociales y en cada aparición televisiva. Es, todos lo saben, un hombre de llegada directa al archienemigo de CFK, Hector Magnetto, y con su acercamiento se licuan todas las páginas escritas sobre los hijos de los Noble, el robo de Papel Prensa y todas las acusaciones del inalterable Victor Hugo Morales, que se ha cansado de repetir «El monopolio», sin aburrirse. El mismisimo Máximo Kirchner, comenzando a cumplir lo prometido, pidió atenuar los silbidos, cuando anunció que en la «Mesa del gran acuerdo», también tienen que estar los grandes medios de comunicación, sin mencionar lo obvio: el grupo Clarin.

Probablemente el peronismo consiga con esta estrategia recuperar el poder. A la vista no hay muchas dificultades para que lo consiga. Otro tanto puede ocurrir en Santa Fe, aunque para eso deberá todavía sortear al Frente Progresista que no sabe de rendiciones anticipadas, como ya quedó demostrado en 2015.

En cualquier caso, si vuelven, vuelven con otra piel, alejados de todas las consignas heroicas que los autorizaban a «correr por izquierda» a todos. Ya lo expresó claramente Dady Brieva, esa especie de conciencia parlante del peronismo más visceral: «nos piden que pensemos, cuando en realidad nosotros sentimos», no si agregar, que como condición quiere la «libertad de los presos políticos», como si la corrupción, el robo, el enriquecimiento ilícito, fueran causales de persecución ideológica.

Perotti, en Santa Fe, y Alberto Fernandez, en las nacionales, son los protagonistas , los mascarones de proa de un proceso que los argentinos conocemos de memoria: la transformación del peronismo, en la herramienta que demanda la época, para volver al poder, y para aplicar las políticas que demanden estos tiempos

Mientras los «militontos», al decir de Alberto, sigan cantando efusivamente el «volveremos volveremos», ellos preparan el desembarco. Esta vez, como en 1989, para poner de nuevo el pragmatismo por encima de cualquier consigna. Para cumplir con todas y cada una de los compromisos con el FMI, para devolverle la tranquilidad a los mercados, claro, y para explicar, desde la «ética de la responsabilidad», que ya vendrán otros tiempos, mucho más adelante, para ocuparse de las convicciones de los militantes. Esos que sienten, como dice Dady, sienten. Mucho más de lo que piensan.

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