
Alejo Schapire escribió un libro que rompe con varios tabúes. Y algo más: se anima a interpelar al pensamiento de «izquierdas», desnudando las contradicciones del progresismo frente a los cambios sufridos en las últimas tres décadas y que terminaron convirtiéndolo en muchos casos, en defensores de todo aquello que decían combatir.
¿Qué es ser progresista? Quizás se trate de una de las preguntas más difíciles de responder para la ciencia política, al borde de la tercera década del siglo 21.
Definitivamente no significa lo mismo que antes de 1989, ni cerca de lo que pensábamos que eramos- me incluyo- cuando leíamos con candidez la historia de los 70 en América Latina.
La idea de que las revoluciones comunistas habían sido un avance para la humanidad, se volvieron insostenibles cuando desnudaron su crueldad como sistema para supervivir. Sin represión ni persecución, ni silenciamiento al diferente, no hay régimen socialista que se haya podido sostener a lo largo del tiempo. La URSS Stalinista y todas sus hijas del este europeo son el ejemplo más acabado: una vez que agotaron sus procesos, se disolvieron y explotaron en pedazos. Los rencores sociales, religiosos y raciales, renacieron con la fuerza de las aguas reprimidas por las represas, e inundaron con sangre los despojos de la geografía desarmada.
Se trata de leer con calma las consecuencias que dejaron las «Nuevas guerras de los Balcanes» conducidas casi en su totalidad por militares de origen comunista. Más de 200 mil personas asesinadas en los enfrentamientos, más de un millón obligados al éxodo, y la devastadora desigualdad social que aún hoy, veinte años después de los acuerdos de paz, persisten en búsqueda de soluciones.
Se trata de comprender, cómo el discurso populista sudamericano sostuvo desde sus comienzos la construcción de un régimen autoritario y criminal en Venezuela, que se fue profundizando día a día, bajo la excusa de la «Defensa de los intereses del pueblo», y que deja miles de muertos al año por su condición ideológica, otros tantos por falta de medicamentos o alimentación adecuada, y más de un 15 % de su población en el exilio.
Se trata, también, de ver como algunos pensamientos de «izquierda» , fueron adhiriendo o justificando a un conjunto de acciones nacidas en el Magreb, que desataron terrorismo a mansalva primero en sus tierras y luego en occidente, en nombre de «la lucha contra el imperio»
Regímenes alimentados originariamente por occidente que derivaron en dictaduras religiosas que vejan de manera ostensible los derechos humanos de todos sus pobladores, y especialmente los de las mujeres y los homosexuales. En esos países, no sólo mueren por hambre sus habitantes, sino por ser mujeres, o ser homosexuales. Y sus líderes, vaya paradoja de la adhesión de las izquierdas, son multimillonarios.
Sin embargo, para cierto «progresismo», la discusión sigue siendo la binaria hipótesis de la pre-caída del muro de Berlín, el enemigo sigue siendo el mismo, y las representaciones de» la opresión», subsisten en la imágen de los Estados Unidos, Israel, y algunos países de Europa donde rigen plenos derechos individuales, donde se generan avances científicos para resolver problemas centrales para la supervivencia humana, o desde donde se resiste a los pensamientos integristas islámicos, que ponen en riesgo todos los valores de las libertades.
La discusión, claro, sigue siendo la desigualdad económica en los países tercer mundo . A eso nadie lo discute. Pero mientras creamos que esa diferencia se va a saldar a través de procesos probadamente fracasados- como los del Este europeo o la Cuba interminable de los Castro- y no con procesos de socialización pacífica de los pueblos- educación, políticas de pacificación social, modernización de las infraestructuras, y un fuerte avance en las políticas de desarrollo científico tecnológico que le agregue valor a la naturaleza, y que ponga en el horizonte modelos de paises y no «folclore revolucionario»- el mundo seguirá siendo injusto. Y mucho más injusto si encima avalamos el crecimiento de las corrientes autoritarias que se fundan en creencias.
Vaya paradoja entonces, explica Schapire : Lo que antes era impensado, hoy es una urgencia. La democracias están en tela de juicio. La república, como concepto, ya no deben temerle a las aventuras de los imperios, sino a colectivos dentro de la sociedad que empiezan a cabalgar la idea de que las injusticias se revierten con injusticias mayores.
Podemos – la supuesta nueva izquierda española- bloquea la elección del gobierno del PSOE que ganó las elecciones. Y aunque el discurso sea otro, termina parado en la misma vereda que la ultra derecha neofranquista de Vox.
En Italia, Francia y Alemania, crecen las expresiones nacionalistas que castigan con xenofobia a los inmigrantes que alcanzan a llegar a tierra, no sin antes dejarse la mitad de sus compañeros en el mar, muertos de frío.
Estados Unidos – ese mal constante- profundiza su proceso nacionalista, como respuesta a la estupidez de muchos «progresistas» que le negaron a Barack Obama, su condición de líder del cambio. Estados Unidos es lo que quieran que sea, pero además, es uno de los polos de pensamiento, cultura y respeto por la diversidad, más importantes del mundo. Sus fuerzas siguen invadiendo, claro. Y sus empresas enriqueciéndose. Pero no hay un sólo especialista en el mundo que no demuestre que las estadísticas van marcando un crecimiento sustentable y hegemónico de la economía china sobre el resto de los países, incluyendo a los Estado Unidos.
En nuestro país, el Kirchnerismo ( la fuerza con más posibilidades de acceder al poder en Diciembre) sigue expresando en muchos de sus dirigentes- ahora silenciados por la campaña electoral- que los problemas argentinos son la consecuencia de la alianza judeo-norteamericana (lo dijo un periodista y precandidato a gobernador, que después de decirlo se sacó una foto con Máximo Kirchner), otros siguen sosteniendo que se «identifican con la Revolución Bolivariana» ( Lo expresó hace pocos dias el Diputado y candidato a renovar la banca, Larroque) ó incluso algunos siguen manifestando adoradores de Vladimir Putín, el mismo que ayer nomás detuvo a 1300 manifestantes en Moscú, por protestar «sin permiso», contra la prohibición de 140 candidatos opositores.
Ese mismo colectivo, relativiza y niega la condición de delincuente de un ex vicepresidente, con condena firme, por haber intentado quedarse con la fábrica de hacer dinero. Ese mismo colectivo, naturaliza el enriquecimiento ilícito de su lider, niega las coimas que sus funcionarios le pidieron a los 126 empresarios procesados en la causa de los cuadernos, y niega, la fabulosa extracción de los recursos públicos de muchos de sus funcionarios, mientras levantan el dedo para acusar a otros de lo mismo. Y si, los otros son culpables también. Pero no se puede concebir desde ninguna postura «progresista», que la pelea termine siendo «entre quienes robaron menos», porque eso es legitimar al robo como un sistema.
Los mismos que prometen, desordenadamente, abolir el sistema judicial, instalar un Ministerio de la Venganza, o instaurar una Conadep contra los periodistas. O más, los que reivindican a multiples femicidas, como mejores opciones para cuidar a los niños que una dirigente opositora.
¿Qué es ser progresista, entonces? Se lo pregunta con claridad, en su libro Schapire, y despierta, tras la lectura, un conjunto de interrogantes que se van alimentando con los hechos de la realidad, que acumulan motivos para seguir preguntándose, hasta provocar un debate que nos permita recuperar esa condición, sin temor a las sociedades criminales del mundo.
Hoy, la lucha es por la supervivencia de la democracia liberal. Contra un populismo con discursos de izquierda, y prácticas de derecha identitario en ascenso. Hoy la lucha, sigue siendo por la defensa del laicismo, la libertad de expresión y la emancipación universalista. Contra todos los nacionalismos, integrismos y autoritarismos. Por encima de todas las tentaciones del relativismo cultural y moral. Por encima de cualquier promesa de paraísos populares, que terminan siendo sanguinarias experiencias.
Hay que asumirlo sin vergüenzas ni complejos: el progresismo fue esquilmado y vaciado de contenido. Quienes hoy lo representan mayoritariamente, están seducidos por expresiones de enorme peligro para los derechos inviduales. Esa es la tarea hoy: evitarlo.