Ahí quedaron saldadas las deudas. Honrarlas me costó aprendizajes y generosidades ajenas. Haber sido deudor es haber tenido ayuda. Ahí los comprobantes de Afip, las cartas que rompieron amistades y amores. En un costado las fotos que ya no miraré más, porque guardan recuerdos que ocupan espacios necesarios para otros.
Allá los libros que me enseñaron, los discos que nunca me cansaré de escuchar. En ese estante las películas que volvería a ver. Y en aquel cajón, si, las fotos que me llenan de nostalgias sin tristezas. Afortunadamente, el estante de las ausencias es el más pequeño. El calendario, lo agradezco, aún tiene pocas marcas negras. Que por pocas, siempre se recuerdan.
Del techo cuelga el brazo de un micrófono que siempre me provoca buenas sensaciones. El placer de imaginar la mezcla de melodías con palabras que se adaptan al aire, como si se tratara de una canción. Al lado, los auriculares. Y en la pantalla un programa de edición. En el fondo una pecera, de doble vidrio con piedras en el medio para evitar las humedades, que me separa de los que toman decisiones. Siempre.
En los ángulos, tengo expuestas las verdades que dije. Las palabras que me he prometido no volver a repetir. Las traiciones más dolorosas. Mis vergüenzas propias y ajenas. Una lista de nombres que prometí recordar, sólo para no volver a equivocarme. Las disculpas, las aceptaciones, las admisiones de los errores, y la certeza de que quedan muchos por cometer.
En la parte inferior, las ven, están intactas las columnas que me sostuvieron en el aire. Mi mujer, mis hijas. Mis hermanas, mis padres. Los amigos de siempre que están siempre. Sus hijos,mis sobrinos. Los compañeros nobles, los que nunca se esconden, los que levantan la mano. Los que te nombran con afecto. Los que perdonaron mis faltas. Los que supieron entender. Las que me amaron y me olvidaron bien. Los que se acuerdan de aquello que yo ya no recuerdo, pero que les hizo bien.
Esa esquina es para las convicciones. Los compromisos colectivos. La senda que me gustó recorrer con otros. Las ideas que se fortalecen aún en tiempos de derrotas. Los orgullos de las concreciones. El honor de no formar parte de ninguna lista delictiva. La tranquilidad de haber sido honesto siempre, de no tener nada que esconder. De no correr el riesgo de ser sorprendido en alguna acción que abochorne a mis seres queridos.
Paso de los indolentes, de los cargos y las nominaciones. No tengo espacio para los que dejaron de sentir, para los que necesitan camuflajes y vidrios polarizados. No tengo la necesidad de comulgar, de respetar nomenclaturas ni trajes oficiales. Ni tiempo para hacer venias, cumplir órdenes de incapaces, ni para andar peleando por lugares que no me corresponden, ni me interesan ocupar.
No vas a encontrar documentos que prueben enriquecimientos ilegales. Ni podrán decir nunca que he traicionado por dinero o por poder. Nadie te dirá que lo he callado. Nadie podrá decir nunca que lo presioné. Nunca usé pistolas, nunca estafé a nadie. Y nunca le ordené a un semejante, que fuera ponerle el pie en la nuca a nadie, porque me molestaba. Nunca le dí la espalda a nadie que me pidió ayuda. Nadie podrá decir jamás, que no fui frontal y sincero en mis posiciones.
En esa pared están los que me conmovieron. Luis Alberto, Saramago, Borges, Messi, una formación de Unión, la selección del 86, Joyce, Tato Bores, el Polaco Goyeneche, dos poemas de Walt Whitman, Lennon y MCcartney, Buenafuente con Berto , Cortázar, La Peste de Camus, Lorca, Sabina, Serrat, El Témpano por Baglietto, Floyd, Los Stones, Corazón Partío, Darín, Favaloro, la Negra Sosa, el negro Fontanarrosa, Casciari, la Revista Humor, los discursos de Alfonsín, la banda celeste y blanca en el torso de Hermes Binner, Los Luthiers, Madelón, Badía, China y Graciela Borges, Piazzolla, el Loco Marzo, todos los Pessoa, Vinícius y Caetano, el Atleti, La Cancha de Vélez con las Bandas Eternas, Pacino, cualquier versión de Over the Rainbow, los partos de mis hijas. Los nacimientos de los seres queridos. Y un espacio en blanco, aún grande, que espero llenar con emociones .
Por ahí andan Madrid, París, Londres, Florencia, Nueva York, Rio de Janeiro, Buenos Aires, Rosario, el Caribe, Pergamino, un viaje por el Golfo Pérsico, Salta, Ramallo, Caracas, Finisterre, Barcelona, Bilbao, el Machu Pichu, Granada, una tarde en Zurich, Venecia, mis casas en España, y el espacio de arriba para los lugares que pienso conocer y para las decenas de miles de kilometros que me quedan por viajar.
En ese cajón quedaron los sueños cumplidos. Una infancia feliz, las escuelas, la facultad. El titulo de abogado. Las radios donde trabajé, los estudios de TV donde me palpitó el corazón cinco segundos antes de la orden del director, las entrevistas, el libro publicado, los que están a medio escribir, todos mis textos y poemas. Los aprendizajes del oficio, los agradecimientos a quienes me enseñaron sin querer enseñar, los que fueron buenos compañeros. Los que me dieron la oportunidad de empezar y volver a empezar.
Y en ese otro, medio abierto, están los proyectos pendientes. Que son muchos, por suerte. Y que se desperezan lentamente, con las trabas de siempre- insuficientes- para poder concretar. Hay radio, claro. Y TV, por supuesto. Y muchas horas frente al teclado. Ahí caben, también, los goles que espero gritar, algún mundial por celebrar.
Y si. Ahí están los asados. Los fuegos de los domingos. Las reuniones en casa, los llamados para volver a encontrarnos, las promesas de volver a cenar, los reencuentros, los abrazos de borrachos, los humos que nos divierten, los Gin Tonic, los Single Malt, los Malbec , el agua pura de la canilla que calma la sed. Y esos mensajes que dicen «que bien la pasamos anoche».
Esa es la caja de medicamentos. Una para el colesterol, una aspirina cada día, una venlafaxina para ahuyentar el pánico, y una caja de esas que tomamos casi todos, para bajar la ansiedad. Ibuprofeno y los demás, de venta libre.
Tengo el pasaporte al día, el carnet flamante para conducir, algunos pocos dolores articulares,y las piernas enteras para andar algunos kilómetros sin cansarme. Llevo el celular con carga, el GPS por si me pierdo en el camino, y la ilusión de sacar las mejores fotos de lo que vaya viendo.
La casa es ruidosa, si. Siempre hay gente. Mis hijas, sus amigas, sus amigos y mis dos perras, que parecen custodiarme para que no me pierda.
¿En el centro? las caras de Julieta y Maitena, que me avisan cada día que hay razones para levantarse y seguir. Al lado está Cacha, que no tengo dudas, pase lo que pase, será siempre la mujer de mi vida.
En fin. Es lo que tengo. Y no daré más nombres, para impedirme omisiones imperdonables. Son 50 años y 360 días. Duermo bien, muy bien. Y sueño. Todavia sueño. Despierto. Muy despierto.